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“El sueño de la razón engendra monstruos”
Francisco Goya
This is The End
El fin de los días ya comenzó, quién podría dudarlo. Todavía pagamos el alquiler y tratamos de no pisar el pasto, es cierto, pero no hace falta ser un maya para darse cuenta de que la cosa viene en picada. Los historiadores, que siempre están buscando un evento para articular el gran relato, deberán ponerse de acuerdo si fue la Revolución Industrial, el 11/9, la noche que los Sex Pistols pisaron un escenario o el día que los diarios pusieron en tapa el agujero de ozono y nosotros, los habitantes del mundo civilizado, seguimos usando aerosoles, como si nada. Que de última es todo cuestión de tiempo y el tiempo, una convención, se sabe. Acaso, ¿Cuánto tarda en arder la cabeza de un fósforo? ¿Cuánto vive una mariposa?
Síntoma de este fenómeno es la camada de artistas que replican bosques, cascadas y ciervitos como quien repite una oración de memoria. De esta tendencia que podríamos llamar edénica, se puede rescatar a Hernán Salamanco, Mariana Vidal y Carla Benedetti cultores de sus propias biosferas particulares con una concepción de la naturaleza que va de lo más bruto a lo más idealizado. No es casual que recurran a la pintura, una técnica que ya puede ser catalogada como nostálgica. El jardín bordado en el que habitan Chiachio & Giannone es otro ejemplo de esos mundos privados donde no se escuchan los ruidos de la calle.
Al otro lado del paraíso, cabalgan apocalípticos como Diego Bianchi, Tomás Espina y Adrián Villar Rojas. No solo anuncian lo peor, sino que lo cuentan desde adentro, con basura, pólvora y escombros. Las profecías de Sofía Bohtlingk no son menos inquietantes. Mientras en un tercer grupo, podría reunirse a artistas tan disímiles Max Gómez Canle, Leila Tshopp y Magdalena Rantica, que recrean la tensión entre la luz y las tinieblas, una lucha en la que se enrola la guerrilla urbana de los Articultores.
El sabor de los nísperos
Mauro Koliva (1977) nació en Posadas, ahí nomás de la selva misionera. El origen no viene a cuento. Los dibujos y las instalaciones que integran “No”, la muestra que presentó durante el mes de agosto en Vasari, conservan ese clima inflamado de la mata subtropical. El recorrido podría comenzar por Hipótesis y desmesura, una mesa rectangular de metro y medio por 80 centímetros sobre la que se desarrolla una escena abstracta moldeada en plastilina. Con la lógica de una biología lisérgica, multicolor y carnosa, Koliva recrea paisajes desbordados de una voluptuosidad que fluye desordenada, caprichosamente, y amenaza con cubrirlo todo. En esta jungla las criaturas informes libran luchas intestinas, se retuercen, se inseminan unas a otras y avanzan sobre el terreno llevando el deseo hasta el límite de lo escatológico. Koliva es porno. Y si esto fuera el paraíso, el bocado de la discordia sería un puñado de nísperos, esas frutitas anarajandas, brillantes, aterciopeladas, que uno encuentra en todo el norte argentino y se las reconoce por su intenso sabor agridulce.
Babilonia en retirada
Bloque blando es la segunda instalación, idéntica técnica, sobre un círculo de un metro de diámetro. Un espacio a cielo abierto semeja un escenario en miniatura donde su protagonista, a quien no se ve, ha dejado rastros de lo que anduvo haciendo. Un hacha clavada en tronco mutilado. Una garrafa sobre un habitáculo de ladrillos que tiene algunas tablas clavadas. Caños y tuberías de distintos tamaños se conectan y de imprevisto se cortan. Hay herramientas, palos, pozos y bloques de cemento dispersos por el pasto. Se lee claramente la intención de quien quiere construir algo pero es ganado por la urgencia. Inspira ternura la ingenua tenacidad de este hombre que intenta lo imposible y no claudica. Pareciera incluso que los continuos fracasos lo hacen volver con más empeño sobre la tarea, como quien da la testa contra el muro. Todo acá es precario. Nada está acabado. De un tendedero cuelgan trapos y vísceras. Sobre una mesa descansan los trozos inertes de un mamífero fantástico: el hombre, eufórico y preciso, hunde el filo de su cuchillo sobre la carne blanda. Su afán de conocimiento es siniestro. Esta desesperado. Un balde con líquidos aceitosos y coágulos se agrupa junto a una pelota playera y un micrófono y potes y latas que parecen contener comestibles sintéticos. Son fragmentos de una ilusión que ya no funciona como sistema. Podría ser el playground de un neuropsiquiátrico o el campamento de un obrero golondrina, de esos que son enviados a los confines de la selva a buscar madera. Definitivamente, esto es la periferia. Este hombre está solo. Y la luz se está apagando.
El elogio de la sombra
Monocromáticos son los dibujos en birome sobre papel, medidas que varían entre el metro y el metro y medio, y que vuelven sobre los mismos temas. Variaciones en rojo, variaciones en negro, muestran con minúsculo detalle y una mirada más tranquila, más distante, situaciones particulares de esta gran naturaleza muerta. Nuevamente estas construcciones ilógicas, que se levantan como pequeñas babeles cotidianas. Árboles desguazados envueltos en frazadas, atados con madejas de alambres y de cables, sostenidos por postes inestables que intentan controlar el vaivén de un equilibro precario, improbable. No hay color sin luz. Sin color no hay engaño. Se escucha el Elogio de la Sombra: Para occidente la luz ha sido siempre sinónimo de prosperidad material e intelectual; pero ¿no habrá también en la penumbra una riqueza, un saber difuso que se está perdiendo?
Yo creo, el crea
Con la sencilla birome, pluma del cronista posmoderno, y la dúctil plastilina, suerte de barro primigenio, este creador se deja llevar por el juego infantil de sus pulsiones pero avanza en el devenir, lento como un anciano, atento al detalle, paciente, callado, animado por la gracia de quien reconoce su propia ignorancia. Dócil y próspero como una ovejita se levanta Koliva. Aunque a esta altura, está claro que la llegada de un mesías, la existencia de Dios, es irrelevante. Ya se dijo, es solo cuestión de tiempo. El tiempo interno de quien hace.
La bolsa
En este universo de mirada filosa, donde no todo se entiende, pero todo está a la vista; hay algo, sin embargo, que permanece velado. Una bolsa de consorcio, una bolsa de plástico negro, cargada con eso que no-sabemos. Se repite en las instalaciones y en las láminas. Un paño cubre estratégicamente la cara de una mujer parada en medio de su rancho y otras telas oscuras envuelven grandes bultos misteriosos. La operación recuerda ese pasaje de El Principito en el que el aviador, al no poder dibujar lo que el niño le pide, boceta una caja y le dice: "Esta es la caja. El cordero que quieres está dentro". En el mismo acto, el autor vela y revela. Eso que permanece oculto, eso que queda afuera, es lo que da lugar a todo lo que hay, es lo que estructura el relato. Lo que está, es lo que falta. Y viceversa.
A resguardo
Hambre, guerra, enfermedades terribles, catástrofes naturales, hubo y habrá siempre. El mundo se terminó mil y una vez, y una nueva Jerusalén surgió mil y dos. Cada vez con menos de esto y más de aquello. Es obvio que algo se está terminando; en principio, el mismo sistema que engendró el mega relato. El que crea en el Apocalipsis no habrá de sentir desasosiego. Lo dice el libro: después de la hecatombe, el cielo. Y los otros debemos ser honestos, cuando se decidan a tirar la bomba, lo que quede volverá a su lugar. Uno nuevamente podrá andar desnudo por la playa como si tal cosa, y deberá asegurarse de que en la bolsa negra de Koliva haya un garrote bien gordo y unas cuantas piedras. Es muy probable que para entonces la gente haya perdido los modales. Pero tampoco habrá bancos, ni celulares con cámara, ni jefes de Gobierno que nos anden fisgoneando. El eterno Apocalipsis nuestro de cada día, en cada vida humana; una lectura tan lógica, tan teológica por cierto. Como dijo alguien: cuando me llegue la hora, que me encuentre durmiendo. No quiero enterarme.
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Hipótesis y desmesura (detalle) |
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Hipótesis y desmesura |
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Bloque Blando, plastilina, 100 cm de diametro |
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Serie No, birome s papel, 95 x 114 cm |
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Bloque blando (detalle) |
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Serie No, birome s papel |
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