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Prólogo
La obra de Juan Pablo Ferlat podría explicarse. Podríamos desplegarla ante nosotros enunciando cada una de sus partes o capas yuxtapuestas, para así interpretarla y asentir con la cabeza al comprender. Podríamos nosotros, entonces, elucubrar en torno a procedimientos, mecanismos, sistemas y desafiar todo lo que vemos- y lo que no- a pura evaluación técnica. Podríamos desarmar la obra por completo. También podríamos escuchar una necesaria visita guiada por la sala para sentirnos seguros de que no se nos escapa nada que no se nos deba escapar. O podríamos no hacer nada de esto. Y veríamos algo igual de interesante ante las preguntas sin respuesta inmediata que nos bosqueja la ignorancia de ver sin preconceptos. La obra de este artista que se estructura rigurosa y se erige sobre las pilastras seguras del conocimiento, no necesita más que manifestarse tal y como lo hace para que no importe más que lo que sucede en ese momento de contemplación, aunque las ciencias exactas y miles de máquinas medien en el asunto.
Primero lo primero y luego lo que viene.
La evidencia está dividida, así como también lo está el recorrido que se propone acorde, donde simbólicamente un pasado arcaico, de fibras vegetales- con un tono anticuado como todo lo pasado lo tiene-, se enfrenta a un futuro negro, líquido e inteligente, metamorfo y perpetuo. Las obras de papel hecho a mano señalan un momento anterior, encarnado en la figura de un oráculo que señala el futuro. Una circularidad aparente se respira en la anticipación. Y “lo que viene” es el devenir en la evolución. Los retratos líquidos inmanentes observan, perduran estables y se elevan del piso para hablar en silencio. Antes y después.
En la materialidad de toda la muestra se manifiesta una conexión “por tierra”, pero no a través de una idea sepulcral, sino de una ligada a los fluidos que por debajo lo alimentan todo y hacen andar lo que necesite. Como el combustible de un motor, la sangre de la tierra alimenta a la fibra, a la esencia. Son los fluidos. Es el petróleo.
Los dos momentos en la obra de un mismo artista, forzados en esta sala a convivir ante los otros, demuestran que la producción está siempre ligada por un lazo invisible, aunque la técnica o el procedimiento difieran, es la ley de autor la que permanece.
Cartografías para un futuro pasado.
Mapeo. Las obras son nuevas porque Ferlat es joven, claro, pero estas tienen un espíritu arcaico de corte sci-fi que las coloca temporalmente antes de su nacimiento. Quizá no tengan que ver con él, realmente. Discos de papel, fetas de madera o mandalas de cactus. Tatuados con la precisión que solo la tecnología puede brindar. Pienso en tatuar porque estas marcas están hundidas en la fibra del papel con la presión y calor de lo que pretende perdurar. Y se descubren cuales códigos encriptados que hablan solo para quien puede comprender. Hermetismo que reclama decodificación.
Hay números que parecen contener un sentido mas allá que el de contar como los números lo hacen- estos cuentan escribiendo-. Frecuencias sonoras, en planta y corte, que muestran su espectro gráfico. Quizás sea música, o palabras recitadas- vaya uno a saber de qué hablamos cuando pensamos en la imagen del sonido-. Hay un lenguaje que no se reconoce en otra obra y suma. Todo junto parece ser un mensaje, entre premonición y sentencia. Nada es afín a nuestro edicto diario y sin embargo estas piezas construyen el legado que aún no entendemos. Como una ley promulgada entre el futurismo y un pasado primitivo. Un mensaje del futuro escrito en el pasado.
El retrato eterno.
Hay una cabeza levitando en la sala y no conforme con eso también gira panópticamente. Símbolo apoteótico, trofeo. Altar y monumento mentor de todas las fotografías alrededor. Esta cabeza reducida está mirándose en un espejo detenido en el tiempo, en la foto de sí misma encuentra el reflejo capturado. Es él, Juan. Claramente una superioridad aparente rige esta por sobre las otras, no toca la tierra a la que tanta referencia se hace por doquier. Infunde algo a lo que no refiere. El símbolo que gira es el origen de los retratos circundantes, no es Ferlat mismo ahora que se lo busca- no podría serlo- si no que es su traducción a pulso tecnológico 3D. Ese tótem futurista no fue tallado por su propia mano. La impresión humana está borrada, aparentemente se reduce como su existencia también lo hace. Se percibe el corte láser y la violencia de la exactitud. En el acabado prepondera el método y este mismo se vuelve impronta actual, como la gesta de una nueva huella dactilar de lo que no conocemos como entidad. Late un ser, una existencia superior que no es Dios, es máquina.
“Crudo” de Juan Pablo Ferlat se puede ver en La Ira de Dios, Aguirre 1153 hasta el 23 de septiembre de 2011.
www.lairadedios.com.ar
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