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El Arte da trabajo. Quién puede dudarlo. En estos días la escena porteña ofrece en bandeja una serie de propuestas tentadoras que, asimismo, podrían no cuajar si la sobredosis de información cotidiana nos ha saturado. Claudia Fontes, en Liprandi es un buen ejemplo. La imágenes que muestra la web son sugestivas y la trayectoria de esta artista garantiza obra bien construida, en lo formal y en lo simbólico. Podríamos nombrar a otros y otras, pero esta parece justa, por su valía. A veces la cabeza no quiere hacer la tarea. Se supone que la poesía, cuando habita la pieza, nos allanará el camino, pero incluso entonces, el arte conceptual será, por definición, intelectual y exigente.
Son esos momentos en los que uno desearía refugiarse en la pintura, en una muestra como la de Leila Tschopp en 713. Mas allá de los recursos que exceden el campo del bastidor -y que tienen la clara intención de ubicar su producción dentro del canon actual- lo mejor de Leila, lo fundamental, sucede en la superficie de la tela. Uno ingresa a la composición sin darse cuenta y deambula por esos paisajes metafísicos al ritmo de una paleta primaveral y segura. Los de Leila son espacios para sumergirse cuando la idea es despejar la mente. De todos modos, hoy es viernes y lo que uno quisiera, como dice la canción, es estar enamorado.
El cine parece la alternativa adecuada. Nada más que actitud pasiva para hundirse en el relato, en la butaca. Durante los viernes de julio y agosto, y los sábados de septiembre, el Club de Teatro Elefante proyecta Canción de Amor de Karin Idelson. Allá vamos.
La peli fue seleccionada en la sección Futuro del último BAFICI y todo indica que se trata de un documental sobre las canciones de amor que suenan en Buenos Aires. Aunque, para ser documental, faltarían los testimonios, la voz en off, algo que guíe el relato. A decir verdad, ¡faltaría el relato! Karin presenta las canciones en sus sitios específicos: un bar rantifuso, una fiesta en un geriátrico, un casamiento, una iglesia, una discoteca, un cumpleaños de 80 con nietos y mariachis, un club de boxeo, un karaoke, un telo, la misma calle. La lista es larga. Y se articula en planos fijos donde las cosas suceden sin muchas alteraciones, como si fueran –lo son- fotografías en movimiento.
Lejos del video clip, las canciones tampoco imponen su ritmo. La sucesión de escenas se da sin giros ni sobresaltos, en movimiento rectilíneo uniforme. Lo que marca el paso, la cadencia, es la mayor o menor presencia que los temas tienen en el ambiente. Si la música -como el amor- está en el aire, difícilmente se hace patente. Casi podríamos decir que, más que una película sobre el amor, es una película sobre el ruido invisible que habita las ciudades.
Sin narración aparente, este pantallazo de lo cotidiano -del que será difícil escapar: estuvimos en esas fiestas, conocemos esos bares- nos muestra la ciudad sin ropas: Los rollos de Karina Cruset, el sudor de la travesti, el maquillaje de la jubilada, el trapo con lavandina yendo y viniendo en el piso del hotel alojamiento, la performance del coro Kennedy rayando la grasada. En cierto punto Karin hace una sociología descarnada que no alcanza la categoría del porno porque eso alevoso que se muestra sin ambages termina derivando en lo abstracto.
Sus composiciones siempre equilibradas, parten del retrato clásico y terminan en la geometría más dura. La líneas que estructuran y sostienen esta metamorfosis son los rieles del pasaje. A través de este proceso, la atención se enfoca en la psicología del personaje, pasa al entorno, se evade, se va fuera del cuadro y se mete adentro de uno mismo. La interpelación podría ser feroz si no fuera por la canción que cada tanto recupera protagonismo y florece con toda la voluptuosidad que solo el amor puede. Las canciones de amor, incluso cuando hablan del no-amor, están hablando del sentimiento perfecto.
Salgo del cine tratando de ponerle palabras a todo esto. En mi cabeza la última imagen, el asfalto. Nuevamente estoy en carrera. ¿Cine experimental? La etiqueta quedaría justa si hubiera sido en el Malba. Elefante es un club de teatro, pero es sobre todo una caja negra, con una barra para charlar al respecto. Acá preferiría hablar de una “experiencia cinematográfica”.
Karin estudió comunicación social y fotografía, hizo clínica con Rafael Cippolini y Gabriel Valansi, mostró en museos y galerías, ganó premios importantes, tiene obra en el Mamba; hizo fotoperiodismo y publicidad para marcas como Mc Donalds y Coca-Cola y finalmente se volcó a la televisión y el video. Largo camino. Leo en internet que Canciones originalmente fue un proyecto fallido para un canal de cable. Y que tras crisis y replanteo, resultó esto. Un híbrido, un producto marginal que, aunque habla por si mismo, necesita la determinación del contexto. Recuerdo la sala de proyecciones que alguna vez tuvo la galería 713, donde expone sus pinturas Leila. Pienso en esos espacios oscuros entre una cosa y otra. Esas grietas donde surge la poesía. Interregnos donde se gesta el monstruo indomable que irá a vengar a los artistas contra la osificación del mercado, la academia y las notas como esta.
Canción de Amor, de Karin Idelson se proyecta los sábados de septiembre, a las 23, en Elefante Club de Teatro Elefante, Soler 3964, teléfono: 4821-4425, móvil: 154 031 6729.
Modelos Ideales, de Leila Tschopp está hasta el 23 de septiembre en 713 Arte Contemporáneo, Defensa 713, de lunes a viernes de 14 a 20 y sábados de 14 a 18.
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