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Ser es ser percibido, dijo George Berkeley hace trescientos años, sentando las bases del Idealismo Subjetivo. Hoy, siglos después y en el marco del arte contemporáneo, esta y otras disquisiciones constituyen la matriz filosófica a la que obedece la exposición de Claudia Fontes en la galería Ignacio Liprandi.
Partiendo del título “El sonido del árbol caído”, hasta los varios pliegues conceptuales que contiene, la muestra se planta en un punto de partida filosófico cruzado por la metafísica, la desmaterialización, la combustión de ciertos elementos que van a ser así transmutados en otros, casi alquímicamente.
Pero hay mucho más que ideas y teorías. Artista-chamán, Fontes opera como el guía de una experiencia con ayahuasca: introduce delicadamente pero con firmeza en un mundo suprarreal. Y se queda al lado, tratando de que el viaje resulte lo más sutil pero revelador posible. Eso. Sutil. Esa es la palabra que mejor le cuadra a la obra de esta argentina radicada hace casi una década en Brighton, Inglaterra, que pintó, hizo escultura, escenografía de teatro, trekking, y ahora es asidua practicante de tai chi chuan.
Sutileza y un algo oriental. Paciente. Mesurado. Bello.
Aquí, el punto de partida de una idea, un ethos racional, no priva a la artista de desplegar poesía y clima a troche y moche. Lo sensitivo y lo perceptivo bailan perfectamente al compás de lo pergeñado por Fontes como concepto base. Puesta a jugar con los postulados empiristas de Berkeley mezclados con sutras del budismo mahayana, el bebedizo salido de esta coctelera no es un licor frío e insípido ni tampoco un efectista shot de tequila: es leche nutricia que expande la conciencia y alegra el corazón.
Piezas de pequeño formato envueltas impecablemente en hilo negro de coser. Ciervos, cuernos de ciervo, liebres y troncos de árbol formando conjuntos rotos, desmembrados, diseminados por el piso, de parquet oscuro, que interviene inadecuadamente en la plena percepción de estas obras, aunque la invitación a perderse en el bosque de Fontes como los protagonistas de Blairwitch Project, sea mucho más fuerte que esta interrupción, y que las otras que se repiten en el centenario semipiso donde funciona la galería. Es que el magnífico edificio de La Inmobiliaria, obra de Luis Broggi, más allá de su fascinación esencial y de la decisión de la artista de asumir el espacio tal cual es y fundir las obras con el entorno, no deja de verse como un departamento antiguo segmentado por habitaciones, molduras, ventanas (bloqueadas para esta ocasión), puertas y pisos alejados de lo neutro.
No obstante, la apuesta artística es fuerte y efectiva. Y las cuentas cierran.
En el hall de entrada, la mínima figurita de un ciervo negro está parada en el piso damero. Clavada en la pared contigua, su cornamenta característica se descompone matéricamente en hilos negros que cuelgan sueltos pero a la vez conectan con su fuente de procedencia. Al lado, la cornamenta aparece otra vez pero representada bidimensionalmente en un pañuelo bordado. La ramificación barroca de esta maraña de cuernos parece la burla o el antecedente de la otra. Pérdida y recomposición. En exceso, como las puñaladas de un crimen pasional.
Mapa es el nombre de la instalación que ocupa la primera sala, trascendido el hall de entrada. Y la topografía que despliega es la del misterio en nuestra relación con la Naturaleza, eje éste que resulta constante en toda la muestra. Mapa ofrece un cúmulo de ramas y una liebre muerta como goteo directo del dibujo que los enlaza a la pared, donde encontramos la representación de un tronco de árbol en horizontal que, a primera vista, parece dibujado con grafito pero que, luego, siguiendo el rastro que chorrea por los zócalos, se hace evidente que se trata de más hilo negro. El tronco destila su esencia y ésta cubre, vuelta sobre vuelta, las figuras del piso; en un abrazo cuántico que une Todo con Todos, deviniendo en lo mismo.
Contigua se encuentra Montaña, la obra más enigmática y cargada de toda la muestra. Una especie de torre de palitos chinos (finísimas varas de madera de pino) que forman un entramado singular de metro y medio de alto. Está coronada por una frase que fue, en realidad, el disparador primero de la pieza en la cabeza de la artista: “El momento del derrumbe revela puntos claves de la construcción”. Un aire de amenaza natural y de catástrofe cultural emana de la obra, sobre todo de su enigmática sombra sobre la pared: dos proyectores la bañan con sus círculos de luz blanca dándole un efecto teatral poderoso. La construcción tiene algo de vías de tren de montaña, un guiño de ingeniería civil enfrentada a la fuerza de la Naturaleza y del destino.
Las mágicas sombras proyectadas sobre el muro llevan a un estado propicio para liberar lastres conscientes; la poesía que emana es envolvente y casi brujeril. Un mantra. No nos importaría caernos desde la cima de la civilización si la recompensa es fundirnos en esa sombra ancestral, formar parte de ella.
En Training, el contrapunto de una tímida figurita de porcelana blanca, arrumbada en un rincón de la sala, frente el protagonismo de un video proyectado sobre la pared nos cambia el estado: pasamos de la contemplación y la entrega a la búsqueda, la acción. Del mantra de Montaña a la inserción en el momento presente pero, no confundirse, la lección continúa: ahora se trata de ceder el control, de confiar en el curso del río, nos lleve donde nos lleve.
El video registra alguien que corre en medio de un bosque detrás de un galgo, al que vemos varias veces detenerse, esperar, observar al que lo sigue. Luego la situación cambia y la cámara queda montada sobre el cuerpo del animal, por lo cual si ya antes las imágenes estaban rotas, ahora son absolutamente irracionales. Los miles de verdes del bosque de Brighton, los marrones de sus maderas y del mismo pelaje del perro se transforman en una especie de haiku en imágenes de rompecabezas. Precioso caos, la sensación es parecida a la de rodar por una explanada barranca abajo, el cielo y la tierra reducidos a fragmentos verdes y azules.
Nada es casual, una hora después de ver Training, me encontraba en el cine ante las experimentaciones en súper 8 de Claudio Caldini en la película de Di Tella, Hachazos.
El eco de una inundó al otro, y la vivencia de la muestra de Fontes no hizo sino coagular, reconcentrando el valor de sus ingredientes y amplificando la intensidad de los sabores, como una deliciosa comida el día después.
La muestra “El sonido del árbol caído”, puede verse hasta el 22 de septiembre en la galería Ignacio Liprandi arte contemporáneo, Avenida de Mayo 1480 3ro. Izquierda, CABA, de lunes a viernes de 11 a 20hs y los sábados con cita previa.
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