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Hoy Tracey Emin es una figura mediática en todo el Reino Unido, una de las más importantes podría decirse. Para los que padecemos la televisión argentina el adjetivo nos resulta poco feliz y nada atractivo al momento de asociarlo a una artista como ella -estamos en el medio de la decadencia de la cultura de masas en la TV-; aunque está claro que esta británica tiene mucho más handicap que cualquiera de las otras representantes del fenómeno a las que nos tiene acostumbrado nuestro pobre medio local. Igualmente todas, las de aquí y de allá, han conquistado ese tipo de fama a través del escándalo o mediante la exhibición de su indómita sexualidad, algunas de manera obvia y otras de un modo mucho más sutil: como el video de una fiesta sexual circulando en internet, alguna borrachera con disturbios, un retrato con semen en la cara, una enorme lista pública de amantes o la exhibición de los restos de una noche de reviente. Muchos rumores y pocas certezas solo afirman que un camino claro para el conocimiento público de una persona es a través de la exhibición de su vida privada. Esta autopista que conduce a la celebridad instantánea no le es ajena a Emin, quien supo utilizarla y mantenerse estable en ella para exponer, con simplicidad, la naturaleza de todos los seres a través del propio ser. El cuerpo es un instrumento que pone a disposición de su estado mental para que, ante el devenir del mismo como la simple herramienta de la pulsión del deseo natural que es, pueda concebir, luego, una obra a partir de la experiencia. Aparentemente el medio no es lo importante, pero en las apariencias está la importancia del medio y aquí es donde Tracey hace su diferencia fundamental como artista. Si bien mayormente se oye que fue nominada para el Turner Prize en 1999, su popularidad no se debe a ese reconocimiento –finalmente no galardonado- sino a que el público la sigue; a pesar de saberse una irreverente tiene ese tipo de personalidad encantadora y desafiante que termina cosechando miles de fans. Al no tener tapujos para hablar sobre su vida privada es que se convierte en una gran conquistadora de los sentimientos del espectador, a la vez que evade constantemente los argumentos elitistas y cerrados del arte actual. Estos dos puntos a favor de la masividad son su aporte al arte contemporáneo que, al momento de incluir o sumar adeptos, no puede con las multitudes.
La brit-bitch ahora devenida artista consagrada de 50 años, es una controversial mujer que cobró relevancia desde su inicio como una de las young british artists en los 90’s. Allí cuando la esencia de la exposición de la vida privada del reality show aún no se manifestaba o era incipiente, ella hacía obra de un tipo de experiencia similar. Basta con explorar su obra para conocerla, con googlearla otro tanto más para enterarse del resto y mirar desde el presente la relación con su juventud un poco ingenua y muy alocada.
En otra década fueron gestados los videos de la muestra en el MALBA. Tracy seguramente no era la que es. Distan 12 años del último video filmado y 17 del primero que ya revisaban su infancia y adolescencia otros tantos años atrás. ¿Cómo observará la mujer menopáusica a la misma que fue en la plenitud de su vida y que hacía obra sobre la conquista del otro, la seducción, el abandono o las cogidas?
Parece que hay que hablar de sublimación ante la obra de Emin, y no voy a hacerlo, el trauma canalizado hacia lo artístico, el primer “PU-TI-TA” arrojado para humillarla y devuelto como obra puede que sea eso, quizá. Pero sí estoy seguro que es algo para hablar en un consultorio y no aquí.
Mas que su propia vida, que en definitiva puede ser la de cualquiera, el acto atrayente en ella es entrever cómo una artista que trabaja consigo misma como objeto de su propia práctica -que la situaría en el campo performático básicamente- con la manifestación del texto de una manera tan importante se proclama en un estado distante sobre ese mismo campo de trabajo que es ella misma. Tracey Emin es el tema de Tracey Emin. Hay una decisión troncal en la obra de observarse con distancia y exponer el resultado de esa mirada desambiguada sobre si misma y utilizarla como manifiesto sobre las conductas sociales. Pareciera ser que la palabra es por sobre el acto, sin por eso anular a este. Importa sí que todo haya sucedido, no es menor la veracidad de los hechos, pero la acción estructural de la obra de esta artista es revisarlo para exponerlo después. Si bien actúa, no es una artista de acción.
La relación con la palabra resulta fundamental, desde su aparición en los títulos hasta su versión incluida en cuerpo de la obra -en lo visual como en lo oral- hacen que la construcción de la historia real sea como un cuento hipnótico. La capacidad narrativa de Emin es estupenda y su poder comunicativo es el punctum en la foto de la vida de esta joven atrevida que descolló en la ciudad donde creció.
El discurso es un campo metodológico y estas obras lo atraviesan por completo: la realidad se muestra, lo real se demuestra. El texto que es siempre paradójico en How it feels afirma que los actos de las personas también lo son, a la vez que permite conocer a la artista consagrada presenta en simultáneo a la adolescente inestable que la forjó.
How it feels – Tracy Emin curada por Philip Larratt-Smith en el MALBA. Del 16 de noviembre de 2012 al 25 de febrero de 2013. Sala 3 |
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