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De una cosa a la otra, y de la otra a la nada.
Buenos Aires. Febrero. El clima es caluroso y, últimamente, mucho más tropical de lo que se tolera. El año comienza agitado un mes antes de lo habitual en la escena porteña, con el mismo sudor en la piel que hace reaparecer al año pasado. Dejavú de diciembre.
La agenda de este año se adelantó de su siempre puntual marzo, presumida, queriendo hacerle frente a un año que se promete difícil. Con el cierre de varias galerías y la inestabilidad institucional como marca del año que pasó, y un pronóstico no muy favorable para el corriente, este acelerado comienzo da cuenta de un síntoma muy propio de toda crisis: el exceso.
En las artes, como en otras especialidades, es sabido que la abundancia desmedida genera pérdida cuando la cantidad de información que circula colapsa. El desinterés se provoca por el conjunto de similitudes superpuestas que se ahogan a sí mismas dejando poco para rescatar.
Eso se respira en este arrebatado comienzo donde se suceden numerosos pequeños actos que no dicen mucho en conjunto. Por eso estas palabras sobre nadie en particular son sobre todo en general. Y es que, entre tanta cantidad, se escabulle la calidad tan necesaria para revelar la potencia discursiva de la obra madura que también transita entremedio de estas otras. Parece imposible hacer foco estos días para dedicarle el texto a una muestra, sin embargo se revela un vago pensamiento.
El tópico del momento.
De esas muchas cosas que vemos, hay una gran tendencia a la exposición de obra pseudo acabada, algo torpe y despreocupada que conduce al estadio de tedio. Se fastidia la percepción del espectador y también la motivación del artista quien, supeditado a esto, se estanca en una línea de trabajo tan pobre que parece abandonada a mitad de camino.
La cantidad de exhibiciones “de laboratorio” que se multiplican constantemente, también demuestran una inconsistencia fruto de la exhibición apresurada. Muchas son obras en estado de mutación y crecimiento que no debieran salir a la luz aún -o al menos tener cierto recelo al hacerlo-. Esto da cuenta de la sintomatología que genera el sistema de becas y talleres que “hay que hacer” para cumplir con el rol social de artista contemporáneo y que ejercen presión sobre la producción individual.
Los procesos que se exhiben como “obra terminada” junto a las otras, atentas y exactas, que efectivamente sí lo están, acaban amalgamándose por la simultaneidad. Este indicio de la alienación de estos tiempos resultará en una pérdida aún más grande en el futuro, una desidia generalizada instalada.
El resultado como respuesta.
Qué es una exhibición sino un resultado. El resultado de un proceso, de un modo de pensar, de una serie, de una investigación o de un tiempo determinado. Una conclusión de algún tipo que requiere un estado conciente de definición porque es la transformación del momento de introspección por el de permeabilidad a la mirada exterior. Es el estado de emancipación del taller, de la autonomía del proceso. Fundamental es la separación y definición de ambos: el taller como espacio de trabajo, propenso a las equivocaciones y a la cavilación, y la sala de exposiciones como el espacio de contacto con público y el cierre de la labor activa. Los procesos son más comunes al taller que al cubo blanco, donde en el primero corre necesariamente la inestabilidad propia de la experimentación y en el segundo lo hace la eficacia que debe estar presente dirigiendo el discurso.
Si bien hay casos específicos –y cada vez más- que entremezclan el tiempo del hacer y del exhibir, estos son absorbidos concientemente en la obra misma que articula y maneja la relación entre ambos. Está resuelta, en la operación propuesta por la misma pieza, la relación de desigualdad que, en otros casos, se desestima. No es que sea imposible el proceso en sala, todo lo contrario, es necesario solo en función de la decisión y la idea.
La expo-posición.
Si hay algo delicado, es el estado del artista en el momento que está produciendo obra. Los laboratorios/talleres de arte generan procesos en tránsito que no son estables y que hay que guiar reflexivamente con charlas e investigación cuidadosa. Abrirlos antes de tiempo, además de demostrar cierta ligereza en el hacer, permite cierta permeabilidad al espectador de manera que este puede influir directa e indirectamente en la obra sin que esta lo requiera. Es el caso de obras que en el tiempo se terminan configurando fundadas en el deseo del otro, tal como sucede con el diseño, y que no gozan de plena autonomía artística. Esta línea de trabajo, propuesta por la apertura a la afectación innecesaria, altera cronológicamente su dirección de crecimiento, y por ende también su resultado. La pureza que hay en la consecuencia y la persistencia, es la que corre riesgos ante la mirada apresurada de los espectadores circunstanciales.
La objeción sobre mostrar-antes-de-tiempo nace de los procesos abiertos por la necesidad de visibilidad, de relaciones sociales o de mercadeo que lo único que hacen es agobiar e instalar una estética de lo pobre e inacabado. Que puede, sin más, generar un retroceso por la falta de responsabilidad artística, si es que eso existe, en esta dimensión desconocida que bien conocemos.
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