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Fue viernes a la noche. Un viernes frío, de los últimos, aunque no lo suficiente como para que los amigos reunidos dejaran de fumar en la vereda mientras aguardaban para entrar. No es cualquier vereda. Calle Corrientes. Sí, la avenida de las marquesinas en el firmamento y las estrellas en el asfalto. De buenas a primeras parece el típico programa y un poco lo fue. Teatro sí, pero combinado con otras disciplinas que lo expanden de su propio escenario y le quitan la purpurina para blanquear el decadente glam. Actores junto a artistas de otros campos fluctuando en una propuesta poco ortodoxa que los nuclea a todos. La obra, que toma toda la planta baja del Centro Cultural Rojas y que uno nunca sabe bien cuando empieza –¿acaso ya empezó cuando hacíamos la cola?– resulta bastante seductora para la noche teatral de Buenos Aires entumecida por el frío y las propuestas acartonadas.
Antes de entrar nos preguntábamos por la poca prensa que tienen los eventos como este. Alguien tiró la pregunta y la verdad es que nadie tenía una respuesta. Quizás no tengan un público definido. Quizás los medios, en su rígida estructura, hacen difícil que ciertas disciplinas se filtren en secciones ajenas. Quizás no sea tan fácil abordar este tipo de obras.
Algo sabíamos sobre lo que íbamos a ver, pero no mucho. Artistas metiéndose en el juego ajeno. Artistas visuales en el territorio del teatro, quizá en el de la performance y sus intermedios. Pensamos. Y entramos.
Resulta difícil abordar un texto sobre una obra de la que no se puede hablar sin romper el encanto propio que esconde el escenario. Sobre esta obra no se puede adelantar mucho sin abatir uno de sus frentes y al mismo tiempo volverse un perfecto aguafiestas. En “Desencanto” es importante la vacilación que domina al espectador durante toda la pieza, desde el inicio hasta su disolución por goteo.
Se puede decir que la obra es parte de un programa que tiene la premisa de hacer teatro desde variables no dramáticas. “Proyecto Manual” está coordinado por Matías Umpierrez, quien propuso trabajar con diferentes manuales de instrucción y a partir de ellos crear una obra inédita concebida sobre ideas técnicas y/o científicas. Este es el tercer año del proyecto y la primera vez que se suma un colectivo de artistas visuales.
Para el caso, Rosa Chancho coordinó 12 grupos actorales bajo la tutela de otros 10 sub-directores que tampoco provienen del medio teatral. En la sinopsis dice “Un grupo que no sabe cómo hacer una obra de teatro, llama a otro grupo que tampoco sabe cómo hacer una obra de teatro.” Y sin embargo lo que sucede es teatro.
En el marco de las tendencias que llevan al arte contemporáneo hacia su disolución material cabe la discusión de si lo que vemos es teatro, performance o un estado intermedio. Pero será necesario considerar la historia de estos artistas que siempre estuvieron sometiendo los límites de las categorías.
El tan en boga Tino Sehgal –ganador del León de Oro de la última Bienal de Venecia y nominado al próximo Turner Prize por las dos piezas que mostró en el Turbine Hall de la Tate Modern y dOCUMENTA13– es un claro ejemplo de cómo un artista puede valerse de metodologías provenientes del teatro para crear una pieza anclada en la institución que la contiene y que a su vez anula el objeto y la construcción material de sentido. Antes, Bruce Nauman, Dan Graham, los Fluxus o Marina Abramovic, por nombrar algunos de los clásicos que comenzaron a fusionar disciplinas y allanaron el camino hacia otros espacios simbólicos e institucionales, y que todavía hoy resultan difíciles de abrazar con el metatexto.
Aunque en el caso de “Desencanto” las primeras asociaciones puedan remitir a experiencias locales sucedidas durante los ochentas, esta obra conserva una estructura y es en actitud mucho menos border que las de entonces. Un Parakultural sin fiebre, en tiempo de corrección política, derechos individuales y arte institucionalizado. La obra descansa en una andamiaje metodológico organizado en capas de acciones superpuestas que son las que le dan forma a la pieza. Teatro experimental es la definición que queda resonando. Un dejo de ya-lo-vi, que proviene de los predecesores, se escucha como telón de fondo pero no anula la experiencia; al contrario, quizás la refuerza.
Los experimentos semánticos de Rosa Chancho, sistemáticamente actuados, funcionan como un observatorio del comportamiento de los espectadores, mientras los directores observan detrás, y también delante, del vidrio espejado de la cámara Gesell.
Hablan de reconstruir el objeto. No solo porque se basaron en Reconstrucción interactiva de cerámica arqueológica, de F. J. Melero, A. León y J. C. Torres. Sino porque hablan de reconstruir un vacío a través de la interacción de los individuos y los personajes que, espejando estereotipos, los emulan.
El permanente ciclo de caos y reconstrucción, destrucción y rescate es una constante en la obra de Rosa Chancho. Es la motivación que los llevó en otro momento a bajar a las profundidades cavernosas, a construir una bola de lodo de tres toneladas que luego fue modificada por otros artistas en un devenir semipactado, y a usar el cuerpo humano como forma de escultura y de performance. Los actores de “Desencanto” construyen la maqueta virtual del objeto fragmentado al mismo tiempo que el arte contemporáneo muestra su inmaterialidad a cara lavada, para quien quiera verla. En este punto, el otro y yo, yo y el otro, nos enfrentamos cara a cara con nuestros dobles. Estamos todos ahí, aunque nos cueste verlo.
Desencanto, por Rosa Chancho. Funciones en septiembre: Viernes 6, 13, 20 y 27 a las 21hs. Centro Cultural R. R. Rojas - Sala Batato Barea. Entrada: $20.- |
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