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"Y cuando oigas el silencio sonriente
de São Paulo delante de la masacre "
Caetano Veloso y Gilberto Gil, Haiti
“El progreso presupone el plagio”, dijo Guy Debord en los años sesenta. Con eso quería explicar el procedimiento realizado por él y sus colegas de la Internacional Situacionista (IS), que recibió el nombre de “detournement” - desviación. Consistía en la apropiación indebida de los fragmentos de la producción cultural del pasado, desviando su significado con fines políticos. Hay toda una tradición insurreccional del plagio de larga data, por parte de los partidarios de una estética política de izquierda – cabe recordar que ya en los años treinta el dramaturgo alemán Bertolt Brecht se sentía orgulloso de las acusaciones de plagio que le hicieron. Estos artistas estaban bajo entendimiento de que toda palabra es colectiva, y que también la propiedad privada de las ideas debería ser confrontada.
"Quien no tiene el talento para crear, debe tener el coraje para copiar", leí esta frase en la pared de un restaurante. Pero hoy en día han cambiado muchas cosas - incluyendo el plagio. Hay un modo de hacer del arte contemporáneo, todo citas y apropriaciones, que por su facilidad y aceptación se utiliza cada vez más. La actitud que lo gobierna es la ironía. El artista hace un chiste, una broma referida a la história del arte donde la devalúa, pero, contradictoriamente, la usa como punto de apoyo.
La función de tal juego irónico con la historia es clara: en un ambiente artístico donde las reglas de una estética normativa hace mucho que cayeron, dejando el campo libre a muchas propuestas diferentes, mientras que la producción contemporánea encuentra refugio y aliento en la Universidad, con la proliferación de cursos de pregrado y postgrado en artes – un fenómeno que, ya en los 80, Hal Foster sugiere que estaría implicado en la creación de un "nuevo arte académico" - la referencia histórica aparece como instrumento de legitimación de la nueva producción. Algo del "aura" de las obras del pasado es tomada en préstamo para garantizar el valor de las nuevas obras frente a las instituciónes. Una especie de "retorno al orden", donde la historia del arte se convierte en el garante del arte contemporáneo.
Pero este retorno se complica por la actitud del artista que abarca la norma sin creer en ella. Desconfíados de las utopías anteriores, vacunados contra grandes aspiraciones, los artistas se sirven del pasado como estilo y crédito, pero marcan su distancia de los afectos y propósitos anteriores. Así, cuando Maurizio Cattelan rasga una pantalla haciendo la “Z” de Zorro, marca su conocimiento de Lucio Fontana, mientras que desacredita los significados originales de este gesto – por poner un ejemplo internacional. Como buenos alumnos, los artistas “citacionistas” demuestran conocer la historia, pero como alumnos traviesos, devalúan la misma. Con su distanciamento algo blasé, se muestram superiores al material con que trabajan. El efecto que causan en el público "experto" es una especie de sonrisa cómplice, una risa que proviene del poder.
Un exemplo: en la exposición "Nova Arte Nova", del Centro Cultural Banco do Brasil, vi una obra que me provocó esa sonrisa. Era una torre de casas de aves apiladas. En conjunto, las casas formaban un patrón que repetía el patrón de las obras más famosas de Alfredo Volpi, pintor exponente del modernismo brasileño. El título: "Condomínio Volpi", selló la semejanza.
Por su funcionamento, la obra dividía a su audiencia en dos: quién tiene conocimiento de la historia del arte, y quién no. Formalmente, el trabajo se llevaba a cabo mediante este truco, este jueguito - sin la referencia histórica, no tendría mas gracia, se vaciaría. Para el público común, que no conoce a Volpi, no decía nada. Pero incluso para los "expertos" era un trabajo limitado - su relación con el referente histórico era un "efecto de superficie", sin profundidad. Después de la broma, nada más se veía, y podíamos seguir dirigiendo nuestra mirada a otra parte. Pero muy lejos de ser un error, esta limitación era a su vez la garantía de éxito de la obra – la relación simplificada con el pasado daba una satisfacción igualmente simple y fácil para el espectador – una especie de fast food del ya-visto.
En este modo de hacer arte, el plagio ya no es transgresión, no requiere coraje. Es más bien un plagio ordenado, obediente a las instituciones. Aporta seguridad al mercado y a la crítica. Pero lo que más me molesta es que estas obras provocan una sonrisa en mí, como artista y "entendido". Esa sonrisa silenciosa de alguien que se sabe parte del "grupo de expertos" y está satisfecho con eso, ¿no sería la contraparte que los artistas dan a la destrucción de lo común? En 1993, cuando sucedió la masacre de Carandiru – ocasión en que la policía brasileña mató a 111 presos – los músicos Caetano y Gil escribieron una canción acusando a los habitantes de Sao Paulo de compartir un "silencio sonriente," satisfacción silenciosa con esas muertes. Encerrándose en un universo de metalingüística, cita tras cita, que a pocos interesa – y con las cuales pocos gozan – talvez los artistas den su pequeña pero notable contribución a las desigualdades sociales y la pérdida de un terreno común. Si esto es correcto, nuestra sonrisa silenciosa tiene su contraparte más siniestra.
Jorge Luiz Miguel nació en 1989 en Florianópolis, Brasil. Estudió Artes Plásticas en la UDESC y es militante político GLBTS.
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