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Estos apuntes acerca de la muestra de Bill Viola en Buenos Aires se diferenciarán de otros por no comenzar con la anécdota de cuando casi muere ahogado a los 6 años. Aunque se entiende: al tratarse de un momento epifánico -el momento epifánico- de su vida, es obviamente tentador mencionarlo para referir a lo simbolizado en sus videos. Baste saber que el agua lo cubrió, modificando para siempre su alineación, el punto por el que el artista percibe el universo. Pero el agua iniciática, tras prácticamente ahogarlo, no fijó ese punto de percepción en un lugar: lo dotó de agilidad, útil para desplazarse hasta conocer también la sombra de las cosas.
No es cuestión de detenerse largamente en la esplendorosa biografía artística de Bill. Tras casi 50 años de carrera, es quien todos sabemos que es; un padre fundador, Mr Quaker. Y, tras empinar el punto y coma anterior, me detengo para celebrar ese instrumento que señala un matiz del discurso o, mejor dicho, de su pausa. Nada más afín a nuestro Padre Peregrino Bill.
Hey, es que me divierte pensar a Bill Viola de esa forma; quien, lejísimos de ser un integrista, es más bien un maestro de lo inestable que alcanzó un estado evolutivo altísimo y lo refleja en su obra.
Punto de partida está conformada por varias videoinstalaciones que abarcan piezas realizadas desde 1991 hasta el presente. Algunas de las obras dialogan expresamente entre sí ya desde el montaje, pero en definitiva toda la muestra está vertebrada de modo que la unidad es clarísima.
La sala PAyS del Parque de la Memoria tiene el tamaño adecuado para que el recorrido a través de los sitios penumbrosos sea fluido. Si la oscuridad crea un vacío, lo hace no solo para inducir en el público un ánimo receptivo, sino también para que la zona twilight dé lugar a algo por manifestarse. Vemos las imágenes, pero de inmediato intuimos que lo real está en otra parte.
Exhibiendo muchas obras emblemáticas de Viola, se asegura una muestra de primer nivel. La única turbulencia llega de la mano del curador, que a partir de su texto nos pone en la pista de un problema mayor.
Está claro que Viola habla de la partida, pero el eje de su búsqueda está más bien en la línea de separación entre dos mundos; no se trata solo de atravesar las emociones que carga la ausencia, sino también de señalar una continuidad, mostrar un vaivén y circularidad. Tiempo cíclico que implica un renacimiento, como el de Bill de niño, cuando experimentó el satori en lugar de ahogarse -y quizá sí debería haber comenzado esta nota hablando de ese momento-. Pero en lugar de reconocer tal característica casi religiosa o espiritual, Dantas pone en primer plano el dolor del desprendimiento. Esta lectura podría ser la más lógica para algunas de ellas, como Observance, pero no representa la mejor herramienta para interpretar Punto de partida. Y resulta claro que esta preferencia no se da a partir de una lectura personal de Dantas acerca de la obra, sino que es provocada por el marco insoslayable que representa el espacio expositivo del Parque de la Memoria. Este no es un problema exclusivo de este lugar; más bien, como ya ha comenzado a debatirse últimamente, se da en todos los museos y espacios por la memoria que se multiplican en el mundo, casi todos buscando construir sentido alrededor de genocidios acaecidos durante el Siglo XX. Cuando estos espacios reflexionan acerca del suceso histórico que les dio origen, sucede determinada cosa, en concordancia con los fines para los que fueron creados. Pero cuando alojan obras que no fueron pensadas con ese fin, las tiñen de un significado particular y específico. Así -aunque esto resulta imposible en una obra tan sólida como la de Viola- estas corren peligro de convertirse en un lego, un ladrillo de una construcción ajena.
Al igual que los memoriales construidos para tal fin, también experimentan este problema las cárceles reconvertidas en espacios de exhibición, por ejemplo. O espacios lúdicos, pero igualmente determinantes, como los hoteles alojamiento. Son perfectos para site specifics, proyectos desarrollados con esos lugares en mente. Pero condicionan la lectura de las obras. Algo que solo la espalda ancha de un coloso como Viola puede resistir indemne.
Los seres vivos somos la sombra de algo más.
Los cuerpos poseen electricidad, agua. Y el arte puede evidenciar el estallido de esos electrones o el desborde de nuestra naturaleza líquida, cuyo surgimiento es capaz de organizar en el vacío un sonido basal. Somos el trazo que existe a partir de ese espacio vibrante. El detenimiento o la alteración leve de algunas leyes físicas pueden revelarlo.
Venimos a pasar solo un tiempo bajo la forma humana. Pero el arte de Viola puede traer a los seres de vuelta, como en una misa espirita. Mi obra favorita, Three Women, muestra a este elenco que se aproxima desde otro plano hasta que el agua y la electricidad las traen por un rato a este. Aquí se reconocen, para luego retornar a aquel del que llegaron. Es simple, perfecto, y responde a casi todo. Viola es el arquitecto de un estructuralismo metafísico hondo, que traduce saberes antiguos en lenguaje contemporáneo.
(Pandora´s box hasta el 16 de octubre en el Museum of Contemporary Art de Chicago, 220 East Chicago Ave.; Combinations Described en Donald Young Gallery, 224 South Michigan Ave., Chicago)
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