Sobre la conciencia en la producción contemporánea novel
por Guido Ignatti
 
       
 

Cada vez que observo una obra “terminada”, me pregunto sobre los caminos que posiblemente atravesó el artista para llegar a lo que tengo frente a mis ojos. Si llegó porque quiso, como quiso, si pudo hacerlo según el plan original, si lo modificó en el trayecto o si simplemente salió así. A veces esto se puede percibir y a veces está oculto, como negándose, por ser el camino traumático y equívoco.

Como artista, entiendo los momentos desafiantes en la realización de obra, discerniendo entre el posible abandono ante la ausencia de musa, la lucha metódica e incansable hacia el destino bocetado, la comodidad ante la súbita fluidez en el momento de realizar la obra, o hasta la indiferencia como actitud art‐punk frente a las problemáticas de ejecución.

El desafío, así como el desinterés por él, son territorios para apoderarse. Diferente es el valor de la conquista en uno y otro, pero ambos van clamando algo, hay manifiestos evidentes en cada uno de estos enfoques opuestos. No obstante el desinterés, el rol más adoptado por esta generación, no pareciera ser una posición decretada; por el contrario, pareciera ser consecuencia de un inconformismo crónico, como un sopor insostenible en el tiempo.

Devenidos de este contrapunto, se observan dos lineamientos sobre el método artístico aparentemente opuestos: un completo virtuosismo minuciosísimo, como fundado en la necesidad de evidenciar la capacidad artística desde lo pretencioso técnicamente hablando; o lo opuesto radicalmente, una obra que niega completamente esos estadíos y se sitúa en las esferas de lo inmaterial, desmereciendo cualquier vestigio de academicismo, como una estructura contemporánea de quiebre sobre lo instaurado. En ambos casos se evidencia una problemática intensa con la técnica y el oficio; que tanto en la valoración como en la desacreditación, se plantea como un importante eje conceptual de las producciones.

¿Qué es lo que sucede que, después de tantos años de quiebres y rupturas, vuelve el “cómo” a someter al “porqué”? Parece ser una era complicada para las preguntas en las producciones de la joven guardia del arte contemporáneo, que tiene amalgamada a su producción la escena que los circunscribe. Esta pseudo involución hacia los tecnicismos, que es el terreno más obvio y simple de apropiarse ‐digamos que las cosas están dichas, fueron hechas y son evidentes- solo demuestra la fuerte falta de capacidad para trabajar en las segundas y sucesivas capas, esas que vuelven la obra valiosa, grave y sensible. Las producciones que se jactan de tener una toma de posición y no la tienen, porque sondean solamente las superficies ideológicas, son doblemente peligrosas, porque instauran estructuras de autoridad auto‐acreditadas, que se aproximan más al mundo del wannabe cargadas de efectismo casi televisivo.

No obstante, hay muchísimas producciones que sí hacen de este dilema el eje conceptual de su producción; cuestionando mediante la técnica, la preservación y los métodos clásicos de realización, el “cómo” del trascender. Luciana Rondolini tiene claro que la obra que ejecuta es concebida para su propia muerte; casi como la vida misma, solo que a más velocidad para que nuestros ojos deglutan eso que no consideramos para nosotros mismos. La obra, que se forma en el tiempo que le toma a la fruta descomponerse y dejar caer los brillos de strass, esos que la emperifollaron en la juventud de su concepción; es un enfrentamiento cruel por momentos para quienes están frágiles frente al asunto. Pero eso mismo, es a su vez lo que alivia a la obra, le quita el aura presumido de la perpetuidad y la brinda modesta para el pensamiento. Así confronta los miedos propios del artista y de los que observamos objetivamente el ciclo de muerte de la fruta engalanada: el no ser nada ni nadie y no dejar rastro alguno. Esto lo plantea en la naturalidad de un ciclo que es común a todo lo que comenzó alguna vez, el propio fin. Esas frutas que se descomponen a velocidad habitual, solo muestran el coraje de una artista que está segura que los rastros son solo secuelas de algo que cumplió su ciclo, y una secuela es una marca inalterable. El futuro no nos pertenece, alguien ya dijo.

En contraposición a la elaboración detrás de la obra de Rondolini, y retomando los párrafos anteriores, puedo situar a Diego de Aduriz como un buen exponente del artista sin cuestionamientos. Él, que se ha experimentado en diseño y moda, parece no ahondar más que en la corteza de las cosas; y aunque se proponga llevar a los extremos más absurdos los modos de ejecutar la obra, solo rasguña la superficie de esta. Del outfit cool al trash demodé (que está de moda), tanto en sus pinturas como en sus performances se revela un ausentismo de madurez substancial, cabe destacar la desacertada aparición en Friezze del 2008 para aseverar lo dicho. Lo favorable en su obra, la imagen que emula lo digital y el cromatismo atrevido, está tan ligado a ese infantilismo que prima en su imagen, que mal direccionado como está por la factura, se vuelve menor. Toda esa intensa fluorescencia que comanda su obra, sostén de la propuesta retiniana de Aduriz, se circunscribe a las líneas del dibujo, y no así a la pintura como aparenta. Las fibras (de mero bocetaje) circunscriben su obra a un mundo pre‐escolarizado e indocto, que por lo tanto caducará con la evaporación de sus suaves tintas con el correr de los días. Dos años y esa efervescencia que tiene la obra hoy va a desaparecer. Si la vibración cromática de las imágenes es el único don aparente que posee, es claro que esta obra es efímera sin siquiera planteárselo con la previsión adecuada.

Ambos artistas ‐casi ilustrando un Do & Don’t de una revista de turno‐ discurren claramente, en la caprichosa selección que los inmiscuye, sobre las producciones contemporáneas jóvenes que sondean el mapa de métodos, desde una aguda reflexión así como también desde una ligera inconsciencia.

Luciana Rondolini
http://www.flickr.com/photos/lucianarondolini

Diego de Aduriz
http://www.flickr.com/photos/76492708@N00
http://www.youtube.com/watch?v=V8kAicewqrM

 
 
  Luciana Rondolini  
   
   
  Diego de Aduriz  
   
   
   
   
       
 
     
  SUMARIO  
Año 1 - Numero 1
 
Tapa
     
Editorial + Staff
     
Besos robados en el arte contemporáneo
Entrevista a Leo Chiachio y Daniel Giannone
por Dany Barreto
     
Producción fotográfica: Chiachio y Giannone
por Guillermo Srodek Hart
     
To be or may not be
Sobre la conciencia en las producciones nóveles
por Guido Ignatti
     
Esquizoide
Post-it City y Principio Potosí
por Juan Batalla
     
Notas sobre notas (parte 1)
Sobre la pagina web: Tecnologías expandidas - Untref. Varios autores.
por Carlos Baragli
     
El éxtasis de San Mariano
Museo de los Claustros del Pilar
por Mariano Soto
     
La filosa luz de lo éxtimo - La Política del deseo
Robert Mapplethorpe
por Fabiana Barreda
     
Crónicas Terrestres
Emiliano Miliyo en Ruth Benzacar
por M. S. Dansey
     
Dr. Selva & Kid Yarará
Cómic
por Charlie Goz y Mari Bárbola
     
Foro de opinión
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