Emiliano Miliyo en Ruth Benzacar
por M. S. Dansey
 
       
 

Parece ser que 2001 –el año, y seguramente también la película- fue crucial para Emiliano Miliyo. Se trata de un artista de la “generación intermedia” que participó activamente del under de los 80s y que bien podría jactarse de haber pasado por el Rojas en la época de Gumier Maier. Sin embargo, la retrospectiva que presentó en marzo pasado en el Centro Cultural Recoleta arranca con su producción de ese año, cuando la Argentina hizo crack y evidentemente algo en él hizo click, llevándolo a dejar la pintura para enfocarse exclusivamente en el “arte conceptual”. Frustradas mis ganas de visitar esa muestra -todo lo que vi fue un video de You Tube- la curiosidad me lleva a Ruth Benzacar, con la intención de ponerle palabras a “Inefable”, la muestra que ahora exhibe en la galería de Florida al mil.

Siempre es placentero bajar estas escaleras. Más cerca de lo hogareño que del white cube, la elegancia del parquet, todo un símbolo, me hacen sentir “como en casa”. Una casa confortable, elegante y segura. Saludo al guardia, paso de largo a Graciela Hasper que esta en el primer subsuelo, y sigo bajando.

Sobre la pared, a la diestra, nos recibe una chaise-long de cuero negro, líneas perfectas, -después me entero, se inspira en un diseño de Charles Eames- que lleva incrustados, en un juego caprichoso, los planetas del sistema solar. Las esferas metálicas, plateadas, doradas, lustrosas, brillantes, se hunden apenas en la superficie oscura y profunda del sillón e inmediatamente uno mismo se sumerge en la pieza y comienza a orbitar en la constelación Miliyo. Que, de buenas a primeras, promete.

Dos grandes collages digitales –120 x 130 cm., ambos impresos en papel fotográfico- rayan en el surrealismo y en alguna medida remiten a aquellos posters Pagsa tan populares en la generación de adolescentes que hoy superan los 30.

Primera imagen: una rueda en el medio del desierto. Para ser exactos una cubierta Michelin con la llanta cromada que refleja anamórficamente las pirámides egipcias, esfinge incluida. Me detengo. Reviso en mi memoria si los egipcios conocieron la rueda. Apelo a la rueda como disparador del desarrollo civilizatorio. La rueda como representación de la dinámica cultural, y de la vida misma; alegoría del eterno retorno, la superación y el pasaje. El círculo perfecto como puerta al más allá. Abstraído, descubro en el filo de las dunas un área pixelada. No parece ser un descuido del artista sino una referencia al proceso de la obra, un guiño sutil a los tiempos que corren.

Segunda imagen: un ojo, un gran ojo que refleja en su retina el Monte del Calvario, allí donde terminó y comenzó todo. Las tres cruces desnudas distorsionadas por la concavidad propia del globo ocular. No hay dolor, no hay juicio de valor, es una mirada distante, acrítica, sobre ese momento cúlmine de la Historia Universal. Me presto al juego: ¿La mirada del que va a ser sacrificado en nombre de su fe? ¿La disyuntiva? ¿La perspectiva humanoide ante la instancia divina? ¿El horroroso espectáculo del Dios desmantelado?

En el medio de la sala, un dólar gigante arrugado. Eso: un dólar gigante arrugado. Recuerdo que el billete tiene una pirámide coronada con el ojo que todo lo ve, en el que todos confiamos. Símbolo masón. Símbolo iluminatti. Repaso las leyendas urbanas sobre los secretos que encierra esta obra maestra del diseño gráfico. Pero bueno, ¡que no es más que un dólar arrugado! Sí, y el recurso de la escala.

Sigue una serie de cuatro impresiones inkjet que no superan el A4. A saber:
  • Una “carte photographie du ciel del Observatoire de Toulouse”.
  • Un fotograma de Fantasía que muestra al ratón Mickey, aprendiz de mago, conjurando el cosmos.
  • Un antiguo esquema de la constelación de Orión.
  • Una infografía del interior del “Discovery”. No me queda claro si se trata del trasbordador norteamericano. Igualmente, los cuatro puntos de la serie no llegan a definir una figura. ¿A dónde va esta nave?

Sigue otra imagen digital de grandes dimensiones. Esta vez, un rulemán flotando en el espacio. La pieza, cromada, refleja las estrellas que lo circundan de tal manera que lo exterior se convierte en la piel del objeto. Me gusta, sigo buscando pero lo único que encuentro son dos cortes en el papel fotográfico. Sospecho que la máquina que los imprimió no alcanzaba las dimensiones de lo-que-había-sido en su soporte original, la pantalla, y que la decisión fue dividir el diseño en tres piezas y ensamblarlas, bien pegadas.

Una pala con el mango luminoso, inicia una serie de objetos. Es una pala usada a la que se le ha sustituido el mango original por un tubo fluorescente. Funciona. Como tributo a Duchamp, vale insistir en que es una pala usada, gastada, que no viene directo de la ferretería. ¿La habrá usado un albañil o fue Miliyo el que estuvo cavando? Cavando, buscando más allá de la superficie. Temería ser yo el único que esta haciendo este trabajo. Temería que allá abajo -acá abajo- no haya nada. Y no digo la Nada, sino nada.

Voy perdiendo la paciencia. Avanzo sobre la serie. Se suceden:
  • Una Barbie dentro de un muñeco transparente. Uno de esos muñecos didácticos que enseñan la musculatura humana. Adentro de todo gran hombre hay una gran mujer. Y viceversa.
  • Seis lingotes de agua apilados. Son de resina. Son verosímiles. Pero la idea del agua como valor de mercado me sabe un poco obvia.
  • Un par de guantes de boxeo recubiertos en lentejuelas. ¿WTF?!!
  • Un esqueleto dorado enmarcado en un paño negro ondulante. ¿Y?
  • Un living diminuto: Un pequeño sofá ubicado frente a un pequeño televisor, con su alfombrita. La minúscula tele está prendida. Soy el panopticóm que ve el living de muñecas en plano picado. No está mal.
  • Una bombita eléctrica que es en realidad un ojo y con esto, suficiente. El último que apague la luz.

Camino a la salida recorro el texto de Diego Gravinese que figura en el catálogo. Me orienta. Sabe de lo que habla. Tomando los elementos correctos, en su dosis justa, Gravinese convierte a Miliyo en un alquimista contemporáneo. Será el quinto elemento, o será que de tan hermético, este conocimiento no se revela ante los ojos de un recienllegado. Lo cierto es que en estas profundidades el plomo sigue siendo plomo y el tiempo, que vale oro, convierte este elegante sótano en una trampa. Quizás la gran obra del artista sea habernos retenido más de la cuenta. “Queremos creer. Necesitamos creer”, dice Gravinese. Sabias palabras.

La muestra recurre a símbolos fuertes cargados de una energía potencial que no llega a desatarse. El combustible no es el problema, sino los artefactos. Las operaciones no son del todo efectivas. Son, en todo caso, efectos especiales.

Subo las escaleras corriendo. Se me viene a la cabeza la escena final de Odisea del espacio. El flash más largo de la Historia del Cine. Un vertiginoso trip hacia lo inesperado -el vértigo, la voluntad de seguir y el punto de no retorno- que nos transporta hasta el living súper-cool, donde ya somos otro: un embrión en la estratosfera.

En los bares del Bajo los jóvenes profesionales toman cerveza. Un marciano cruza la plaza San Martín. Arriba la luna brilla. Lejana.

 
 
 
 
 
 
 
     
 
     
  SUMARIO  
Año 1 - Numero 1
 
Tapa
     
Editorial + Staff
     
Besos robados en el arte contemporáneo
Entrevista a Leo Chiachio y Daniel Giannone
por Dany Barreto
     
Producción fotográfica: Chiachio y Giannone
por Guillermo Srodek Hart
     
To be or may not be
Sobre la conciencia en las producciones nóveles
por Guido Ignatti
     
Esquizoide
Post-it City y Principio Potosí
por Juan Batalla
     
Notas sobre notas (parte 1)
Sobre la pagina web: Tecnologías expandidas - Untref. Varios autores.
por Carlos Baragli
     
El éxtasis de San Mariano
Museo de los Claustros del Pilar
por Mariano Soto
     
La filosa luz de lo éxtimo - La Política del deseo
Robert Mapplethorpe
por Fabiana Barreda
     
Crónicas Terrestres
Emiliano Miliyo en Ruth Benzacar
por M. S. Dansey
     
Dr. Selva & Kid Yarará
Cómic
por Charlie Goz y Mari Bárbola
     
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