Colectivo Sonoro toma el Centro de Salud Mental Arturo Ameghino
por M.S.Dansey
 
   
 

El hombre que está solo y espera, escucha algo raro. Está hundido en el banco, en sus pensamientos, y si no está loco, lo que está escuchando es el llamado de amor de una ballena franca. El hombre que está solo y espera suspende momentánea, involuntariamente su oído interno y decide parar la oreja. Ve pasar dos enfermeras cuchicheando. Una suelta una carcajada. Que bueno que alguien se ría, piensa. Ve pasar a un hombre de bigotes. Cree conocerlo, y por las dudas lo saluda con una bajada de cabeza. Nunca antes se vieron, es obvio, pero el bigotudo le contesta con el mismo gesto, como si fueran dos viejos cortesanos. La mirada del hombre salta ahora hacia el final del pasillo donde ve a otros y otras como él, solos y solas, esperando. Afuera suenan las bocinas de la avenida Córdoba que a esta hora es un hervidero y el hombre se estremece. Siempre que escucha un ruido estridente su cuerpo se sacude en un espasmo. Es un tic de la niñez, quizás una reacción a los retos de su madre. Recuerda esto y baja la cabeza. Se ata los cordones mirando las baldosas. Busca un patrón en los firuletes art nouveaux de los mosaicos. Cuánta belleza. Por primera vez toma consciencia de que atrás de los carteles de protesta gremial que cubren las paredes existe una arquitectura prodigiosa. Recorre los ornatos como un niño que persigue una langosta. El edificio donde hoy funciona el Centro de Salud Mental Nº3 -patrimonio arquitectónico de los porteños- alguna vez fue la clínica médica más importante de Latinoamérica. Los detalles de la construcción dan fe de aquella bonanza. El hombre que espera, el “paciente”, ahora escucha el Concierto para dos violines y orquesta en Re menor de Johann Sebastian Bach pero claro que no sabe que así se llama; para él, un hombre de barrio, es la música que tocaba la banda cuando su abuela lo llevaba a la plaza. Piensa que el edificio debe tener la edad de la anciana -que en paz descansa- y que esta música -que no sabe de dónde sale- celebra aquellos viejos buenos tiempos, los de la abuela, los de la Argentina potencia. En eso está, sumergido en esa música blanca, cuando el eco de su apellido lo trae de vuelta. Sánchez abandona el banco y pasa a la consulta con una sonrisa que no esperaba.

Hace un año que el Colectivo Sonoro interviene los espacios comunes del hospital Ameghino. No son operaciones complejas. En rigor, son tres canales de audio que recorren distintas áreas del hospital suministrando sonidos a medio volumen de tal manera que las mezclas se misturen con el barullo del ambiente. Tampoco son grandes composiciones. La materia prima reúne fragmentos de piezas clásicas, solos instrumentales, canto de pájaros, música étnica y algún que otro experimento electroacústico. Nada muy sofisticado. El valor de esta obra no es estrictamente lo que sale por los parlantes, sino la maquinaria que este combustible sonoro pone en funcionamiento. Una red de relaciones tan vasta y compleja que sería difícil medir su alcance. En principio, porque estos artistas trabajan con material vivo, y cuando decimos material vivo no solo nos referimos a las personas que le dan vida a la institución, sino a la intersubjetividad que se teje entre ellas; como sucede –como debería suceder- en cualquier espacio de dominio público. El pastiche sonoro, sumistrado por goteo, tiene la clara intención de alterar el orden del espacio común que, como una bestia de mil cabezas, despierta de la necrosis burocrática y toma consciencia de sí misma. Se levanta y anda.

Al volante de este bondi se encuentra el artista visual Fernando Goin. Quienes lo conocen saben que en su casa los pinceles son tan preciados como los vinilos, y que desde que compró uno de esos aparatitos para grabar sonido ambiente, viene coleccionando experiencias en vías de extinción -la campanilla del heladero, el chiflido del afilador, los sonajeros y los cascos del mateo repicando en el asfalto. Será por esta obsesión que, cuando el director del hospital Rubén Slipak lo invitó a colgar sus cuadros en el nosocomio, convencido de que el Arte es más conveniente que el Prozak, Goin dio unas vueltas por el lugar y pasó parte a su amigos, Jorge Haro –coordinador del Laboratorio de Arte Sonoro y Música Experimental del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires- y al catalán Antón Ignorant, artista multimedia, afincado desde hace unos años en estas tierras.

El proyecto de este triunvirato –al que se fueron sumando otros artistas, músicos y militantes- convirtió los pasillos del hospital en una galería de arte sonoro. No confundir con la música ambiental y esa buena intención de “armonizar” los ambientes. Nada que ver. La idea es intervenir el paisaje preexistente de tal manera que los oyentes establezcan nuevas relaciones, amplíen su campo de escucha.

Arriba el telón
Si me consultan, en el prospecto de esta receta yo incluiría algo de la teoría de Marshall Mc Luhan, el manual de táctica y estrategia de la Internacional Situacionista y algún que otro pasaje de la biografía de John Cage, sin duda el artista contemporáneo que más hizo por señalar la importancia fundamental del sonido en la experiencia artística posmoderna.
La irrupción de la escritura nos alejó de los objetos y nos confinó a un mundo de abstracción donde los símbolos ocuparon el lugar de las cosas. Atrás quedaron los tambores tribales y la magia emotiva del estadio oral, anterior a la dictadura visual que nos rigió hasta ahora. Un régimen capitalista, diría Guy Debord; yo simplemente lo llamaría pragmático, donde el camello, la aguja, el rico y el reino de los cielos pasan por el ojo del buen cristiano, de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo. Así leemos y ordenamos el conocimiento. Y así nos ordena el sistema, en esta ruidosa fábrica de los tiempos modernos en la que los seres humanos giramos sordos sobre nosotros mismos, hasta ser desechados en esos depósitos de zombis que son los hospitales psiquiátricos.
Sobre este terreno operan estos tipos, con su aparatología low tech y bandera militante, dispuestos a estimularnos el oído, ese orificio siempre abierto -erógeno por cierto- que, como lo sabe cualquier anatomista, nos permite encontrar el equilibrio y que, como lo sabe cualquier neurólogo, es clave para alcanzar esa experiencia completa conocida como sinestesia.

La revolución, entonces, es multimedia. Como la misa medieval que liberaba el espíritu, como la realidad virtual en la que surfea el cibernauta de la aldea global, como esta opereta ingobernable en la que el espectador es protagonista de su propio melodrama. Una fiesta a lo Gadamer, donde ya nadie esta solo y ya nadie espera.

Al final de la consulta, en los pasillos del Ameghino resuena el Himno a la Amistad, y para Sánchez no es un lugar común porque está conectado con el todo y todo está pasando ahora.


Centro de Salud Mental "Arturo Ameghino" se encuentra ubicado en Córdoba y Agüero, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

 
     
 
     
  SUMARIO  
Año 1 - Numero 5
Tapa
Editorial + Staff
Lectores
Los estimuladores
Entrevista a Pablo De Monte y Carlos Bissolino
por Dany Barreto
     
Producción fotográfica: De Monte y Bissolino
por Jorge Miño
     
Pequeña cosmogonía contemporánea
Sobre el Patio del Liceo
por Guido Ignatti
     
Hipótesis transparentes
Sobre Jacques Bedel en el MACLA
por Juan Batalla
     
Insospechada belleza del vórtice y la fibra óptica
Sobre el Museo Participativo de Ciencias
por Mariano Soto
     
Opereta revolucionaria en el hospital psiquiátrico
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por M.S.Dansey
     
Franklin Evans: los efectos del tiempo y la repetición
Sobre times2 en Milán
por Gabriela Galati
     
De la intemperie
Remix callejero y gramática visual
por Alejandro Taliano
     
Affaire Internacional
Tejiendo el infinito / Nnenna Okore
diálogo con Juan Batalla
     
Dr.Selva / Kid Yarará
Cómic
por Charlie Goz y Mari Bárbola
     
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