Remix callejero y gramática visual
por Alejandro Taliano
 
       
 

En avenida de los Incas esquina Donado, barrio Villa Ortúzar de la ciudad de Buenos Aires, hubo un pequeño comercio dedicado a la venta de materiales eléctricos: electro Incas. Aún conserva sobre la cortina metálica que lo mantiene permanentemente cerrado, a un magro intento de identidad visual realizado en esmalte sintético.
Electro Incas, un recorte de imaginario energético adjetivando a un recorte de imaginario cultural, mash up, bastard pop, A + B. Parte del título en tipografía itálica viene a subrayar tanto a la distancia entre mundos conceptuales alejados como a la impericia del emisor en hallar un territorio de síntesis que articule y conjugue a esta proposición de dialecto visual.
Estamos acostumbrados a ver nacer – con suerte dispar – toda clase de mixturas, como parte de la lógica de producción de objetos y servicios para consumo, en una búsqueda cada vez menos ligada a la estandarización uniforme y más a la segmentación y la especificidad. Cruces, blends, remixes, maridajes perceptivos como tejidos materiales e inmateriales para biogenetistas de la comunicación. En definitiva, multiopciones y tuneo para mercancías cuya forma es superficie de ilusión.

Electro Incas es un frankenstein simpático, en donde resulta fácil adivinar a un diseñador improvisado detrás de esta criatura que se nos aparece como representación geométrica de una cabeza simétrica, entre la sonrisa y la mueca, el ceño fruncido, la mirada vacía.
Al errar el intento de emular algunos códigos visuales de la cultura incaica - como quienes reproducen toscamente personajes de Disney en una calesita, pero a un nivel más profundo – nuestro embajador electro inca porta un dudoso tocado y, en el mismo, un emblema: un rayo dentro de una estrella de ocho puntas. Diseño disfuncional que, por torpeza, desconocimiento y frondosa imaginación, coquetea con ciertas formas de la simbología hermética. ¿Pirámides escalonadas? ¿Lámpara de siete brazos?
Los códigos débiles de comunicación, por vaguedad y ambigüedad, derivan en un ocultismo involuntario, permitiendo al potencial polisémico abrirse paso mínimamente. Lo suficiente para hacer del error una virtud que subvierte al valor que aceptamos darle a la corrección semántica y a la gramática de los lenguajes visuales conocidos.

A menos de un kilómetro de allí, sobre una de las seis esquinas que enmarcan a la fuente central de Parque Chas, se encuentra ubicado un puesto de diarios que se destaca por ofrecer a la venta revistas, periódicos y huevos. A diferencia de electro Incas, no se trata de un error. Hay aquí una intención (comercial, nacida al calor del verano de las cacerolas), pues día tras día se exhiben y despachan revistas, periódicos y huevos de gallina que, ya adquiridos, son gentilmente envueltos en papel de diario. Media docena de novedad envuelta en información caduca y publicidad.
Para todo aquel que no sea un cliente habitual, los huevos funcionan como un actor inesperado en una de esas pequeñas y cotidianas escenografías comerciales cuyas leyes gramaticales tan bien conocemos.
La realidad es una ficción exitosa. Electro Incas y los huevos en el kiosko de diarios vienen a recordárnoslo. He ahí la irrupción de la dimensión arte.

Pasemos de plano. Nueva York 2385. Bien podría ser un título de ciencia ficción. Pero no, es una dirección en el barrio Agronomía.
Un estrecho muro fue utilizado como soporte para una pinceleta escasamente mojada con alquitrán. Unos pocos trazos rectos, expresivos, apurados, retratan a un personaje de indisimulables batiorejas felinas, elevadas y puntiagudas. Una palabra, un título, las contradice: PERRO.
Nada canino hay en su representación. Singular pieza del street art porteño, cuyo mayor portento es su grado de distancia con respecto a la tendencia dominante hacia el muralismo virtuoso. PERRO adscribe a la vieja cuestión de la crisis de la representación, pero lo hace como figurita escueta, pop austero, punki. Perro el retratado, perro el héroe, perro el propietario, perro el autor, perro el que lee.
Wow.
PERRO es entonces una señal hacia múltiples direcciones, que recupera el trazo vandálico para el street: cuidado con el PERRO, aún no deja de ser un dispositivo para contemplar.

Entonces vayamos más allá, al cruce de las calles Helguera y Ladines, barrio Villa Pueyrredón.
Encontramos emplazada, instalada e interviniendo, una curiosa colada de hormigón. El molde fue el interior de un puff surgido de algún juego de living. La pieza resulta un calco muy bien logrado que reproduce fielmente altapizado capitoné,trocando el valor matérico.
El capitoné es y ha sido sinónimo de elegancia y sofisticación, tradicionalmente relacionado con muebles de estilo clásico y señorial. Su más grande exponente: el sofá chesterfield, ícono del diseño tradicional inglés.
Tenemos entonces un objeto escultórico, que refiere a aquel potencial simbólico, despojándolo de la confortabilidad como valor. Esa operatoria es fundamental.

Supongamos que el objeto, al emplazarse en la vía pública, tiene el desafío de soportar algunas inclemencias, tanto climáticas como de uso. En ese caso lo estaríamos enmarcando dentro del universo del mobiliario urbano. La asociación con el sillón de hormigón para exteriores BKF2000 es inmediata, aunque estos fueron producidos de manera industrial, adquiridos y emplazados por encargo. Los creadores y fabricantes lo proponen como “monumento al BKF”.
Dado que el molde para nuestro puff fue el interior del objeto original, sólo ha permitido una única copia. Al momento de elegir la materialidad habrán concurrido diferentes factores, pero algo es evidente: puff no suena como BKF. Puff es un resoplo de desinfle cansino. Un “monumento al puff” es un monumento al tedio. De poco nos servirá imaginar una copia en gelatina de sabor frutilla. El autor eligió hormigón, para que el peatón lo use, para que el vecino se siente y para que el perro lo mee. En definitiva, para que se la banque, dure, resista.
Ahora bien, si nuestro puff es un monumento, éste es de uso. Un monumento al tedio requiere de nula monumentalidad, de alta evocación alegórica, y de los pibes de la esquina. Puff expresa hartazgo, y al expresarlo, aligera el peso. Libera algo de presión. Pero repite el intento vano de borrar el límite entre lo público y lo privado.

Vayamos más allá, a la frontera.
Intersección de las calles Víctor Hugo y José Pedro Varela, barrio Villa Real, sobre el límite político de la ciudad. La fachada de una de las ochavas ha sido reformada. Por el estilo, se deduce que esto sucedió hace unas tres décadas. La placa metálica que todavía señaliza a una de esas calles, como consecuencia, ha perdido su ubicación original al ser reinstalada sobre el tronco del árbol más próximo.
Tenemos entonces un cuerpo orgánico, vivo, soportando un trozo de metal impreso, una señal indicativa, un conjunto de signos latinos, un nombre propio. José Pedro Varela – dice la información que podemos encontrar en la web – fue un sociólogo, periodista y político uruguayo que brindó un contundente impulso a la educación popular, en sintonía con la transformación que Domingo Faustino Sarmiento hiciera en Argentina. De visión urbana y europeizada, siendo veinteañero viaja a París cumpliendo con el mandato de su época y condición social.
Allí, visita a Víctor Hugo.
Años después, dos calles de Buenos Aires llevan sus nombres y en ese cruce alguien le incrusta un producto de siglos de cultura a un ser vivo. El árbol continúa sus funciones biológicas, adaptándose al cuerpo extraño, asimilándolo en un proceso que sólo cesará con su muerte. Quien ejecutó la acción carecía de la capacidad de entender que esa madera estaba viva. Treinta años después, el paisaje urbano cambió, el árbol cambió, la placa cambió.
Lo que cambió es la mirada.

El resultado se presenta monstruoso, aberrante.
Mientras tanto, el árbol crece, se modifica y continúa con lo que le es propio. La placa se oxida y se curva. Cuerpos que se deforman mutuamente por una unión traumática, el ser vivo modificado por un implante de comunicación, un acontecimiento repentino que no deja de suceder.
No se trata más que de materia inorgánica intersectada por materia orgánica. Pero la empatía con el árbol abre un abanico metafórico, haciendo crecer las chances de que nuestra peluca levante vuelo.
Desplumémonos los ojos de un vistazo.
El árbol no tiene un rostro vengativo, ni una bocca della verità que devora al mensaje como a un plato frío. No deja de ser árbol, pero lo cierto es que lo seguirá fagocitando. Y cuando al fin nos recuerde a un par de labios sellados, lo anulará definitivamente.
Suele decirse, adjudicándole rasgos humanos, que la naturaleza es sabia. Que manteniendo su ritmo y sus ciclos, se rebela. No es que se resista a que le pongamos placas, lo implacable es el paso del tiempo.



Alejandro Taliano, 1969
Artista visual y sonoro, poeta fonético
MM de Obras / Diseñador Gráfico / Ilustrador / ex Adjunto UBA / Trade Dresser de Le Bar.
Miembro fundador del grupo de happening _lactoPower trío
Colaborador del grupo internacional de investigaciones grafofonéticas ZSWOUND
Vive y trabaja en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
http://alejandrotaliano.blogspot.com/

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
     
 
     
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