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Modersohn-Becker murió en 1907 y su vida fue cortísima, ya que por entonces tenía 31 años de edad. Encarnó luchas, algunas sordas y otras libradas a la luz, aquellas que acarrearon su condición de mujer y una actitud más vanguardista que la del círculo que la rodeaba. Y más allá de los flujos y vaivenes del destino, mantuvo una actitud artística alejada de dramas y escenificaciones, más bien comprometida con un rigor íntimo.
Afortunadamente, el Museo Nacional de Artes Decorativas exhibe con regularidad artistas alemanes. Muestras como las de Wols y Baselitz se incluyen entre las mejores que pasaron por Buenos Aires en los últimos años. Así, el desmañado gigante que es el Palacio Errázuriz, sede del museo, emerge cada tanto de cierto letargo y, dentro de su ecléctica programación, incluye propuestas recomendables. Como esta muestra, que viene girando por distintas ciudades desde hace años.
“Paula Modersohn-Becker y los artistas de Worpswede, dibujos e impresos 1895 – 1906” refiere, por un lado, a esta artista que, tocada por su tiempo pero sumamente personal, puede decirse que fue introductora de la modernidad en Alemania. Y por otro a su contexto artístico y vital, el grupo de creadores que la rodeó y sirvió de referencia. Estos, siguiendo el modelo de la escuela de Barbizon, movimiento que llevó a Millet, Corot y otros a instalarse en un sitio rural para realizar un arte preocupado en captar la naturaleza menos pintoresquista, también dieron con un lugar al que hicieron propio: Worpswede, una colina de arena en medio de un sitio conocido como Teufelsmoor, el Pantano del Diablo. La búsqueda grupal partía de un rechazo al academicismo y al gusto por una bucólica vida campestre. La unidad entre arte y naturaleza conducía a la revelación de una trama mística, que surgía cuando la creación se volvía “esencial”, despojada de artificios. El del artista que se propone reflejar hasta el punto de luego “ser” un paisaje, era el paradigma filosófico y artístico que marcó a Paula y a los demás; uno que, avanzado el siglo XX, se reorientaría hacia el del artista urbano; y el que, a su vez en crisis, naufraga actualmente frente al del artista internacional.
Pronto el grupo de Worpswede fue una referencia importante en el arte alemán de la época. Y un caso ilustrativo acerca de esta búsqueda comunitaria e ideal que tantos círculos de artistas y bohemios intentaron en distintas épocas.
El dibujo de Paula que incluye una mujer con los ojos entrecerrados, acaso soñando, junto a una Amanita Muscaria, hongo alucinógeno y visionario por excelencia, aporta una intuición acerca de aristas de la experimentación vital que por entonces tuvo lugar.
Tras visitar la comunidad, Paula se instaló allí. Y al cabo de un tiempo se casó con Otto Modersohn, artista que de algún modo la contuvo pero no fue capaz de percibir el vuelo de su arte. En verdad solo Rilke, también habitante del pantano, comprendió tras algunos años que Paula era la artista más intensa de quienes allí vivían. Durante los años que vivió en Worpswede, que son aquellos de los que se ocupa esta muestra, Paula mostró una veta diferencial respecto a los demás miembros del grupo. Se evidencia en su registro de los campesinos y habitantes tradicionales del entorno, en cuya expresión se puede abarcar la hondura del espacio oscuro. El paisaje está contenido en tales seres herméticos.
Algunas estancias en París la fueron marcando y acercando a universos como el de Cezanne o los nabis, que la precipitaron a una síntesis que llevó el germen de lo que estaba sucediendo a su país, dejando el camino abierto para el expresionismo. Una función silenciosa.
En 1906 Paula dejó Worpswede y se instaló en París. Tuvo apoyos que le hicieron mucho bien, aliviándola de la indiferencia e incomprensión en las que vivía inmersa.
De hecho, vendió menos de cinco obras en su vida. Y expuso solo dos veces grupalmente, recibiendo en una de esas ocasiones una crítica devastadora .
Murió unos días después de dar a luz a su única hija, de vuelta en el pantano. Acaso una claudicación, nos atrevemos a pensar, para una mujer que había creado una organización vital regida por el arte y la persecución de aquello que percibió como interesante y verdadero a nivel espiritual y filosófico.
“Sé que no viviré mucho tiempo. ¿Pero acaso esto es triste? ¿Acaso una fiesta es más linda porque dura más? Porque mi vida es una fiesta, una fiesta corta e intensa”, había escrito Paula siete años antes de su partida.
Actualmente existe un Paula Modersohn-Becker Museum en Bremen, y hay obra suya en las colecciones de los principales museos del mundo.
En 1937 los nazis la incluyeron en la archifamosa selección de Arte Degenerado.
La exhibición del MNAD se desarrolla en las tres desangeladas salas dedicadas a muestras temporales. En la primera se desparraman varias obras de Modersohn-Becker: dibujos, carbonillas, grabados.
La segunda guarda obra del resto de los artistas del grupo. También se trata principalmente de dibujo y obra gráfica. Y algunas ediciones, ya que Heinrich Vogeler, uno de sus integrantes, buscaba integrar a las artes aplicadas a través de estas. Con gusto por la cita simbolista, por los aspectos decorativos de la obra, su producción tuvo un rol necesario en Worpswede. En el recorrido surgen los diferentes talantes de los miembros del grupo. Siempre a través de estas obras pequeñas, mínimas, que aquí se muestran y representan el aspecto íntimo de producciones que tuvieron a la pintura como protagonista. Fritz Overbeck aparece como un paisajista intenso, con una sensibilidad capaz de captar la materia en su fase más densa y volumétrica, como así también el vértigo de la disolución. Fritz Mackensen y Hans am Ende captan también el entorno, la naturaleza del Pantano del Diablo. Y lo devuelven reluciente en su dureza. Por último, hay en esta sala varias obras cuyo autor fue Otto Modersohn, el marido de Paula. Los trazos de las sanguinas nos convencen del fervor de su búsqueda.
Un tercer espacio, salpicado de objetos pertenecientes al patrimonio del museo, presenta fotografías de los hombres y la vida en Worpswede. Y de un tiempo, en el que Europa se proyectó a sí misma lánguida, seductora.
Las obras de Paula Modersohn-Becker que aquí vemos reúnen características diversas. Son sintéticas en extremo. Era Degas quien refería al dibujo como una matemática artística, por abstracta y reduccionista. Pero el dibujo muchas veces tiene como premisa esta característica de ser casi apunte o boceto. Por eso muchos de los que quedaron entre los realizados por los impresionistas, lo hicieron gracias a alguna persona sensible que tuvo el tino de guardar lo que otros tiraron como desperdicio. Esta falta de cuerpo fue algo muy criticado en su momento, pero que en verdad representaba un programa, una dirección asumida. Aunque, claro, la producción de Paula está atravesada por muchas influencias e indiscutiblemente asociada al post-impresionismo, de talante más ideal o trágico, casi hierático por momentos. Si en el dibujo de algunos impresionistas puede verse una falta de sustancia, el estilo que adopta Paula representa una vuelta a ella. Pero sin detenimientos, manteniendo una ambigüedad que la perfilan en una búsqueda siempre en torno a lo indeterminado.
(“Paula Modersohn_Becker y los artistas de Worpswede, dibujos e impresos 1895 – 1906” en el Museo Nacional de Arte Decorativo, Av. del Libertador 1902, Bs. As.;
martes a domingo de 14 a 19 hs.; entrada general $ 5, martes entrada libre)
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"Retrato de una campesina", aguafuerte, 1899. Modersohn-Becker |
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Paula Modersohn-Becker |
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"La herrería", aguafuerte, 1895. Fritz Overbeck |
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"Jan Van Moor", aguafuerte, 1897. Fritz Mackensen |
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"La cuentacuentos", tiza y sanguina, 1901. Otto Modersohn |
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