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Si funciona está obsoleto. Staford Beer.
La tecnología se hace visible cuando falla. Es el instante en el que los manuales de uso se vuelven obsoletos y se desconfigura la noción de confort que atribuíamos a la máquina. Podemos convertirla velozmente en desecho antes que esto ocurra y evitar así transitar un fracaso compartido. Acelerar el proceso. Sin embargo, toda maquinaria (social, tecnológica, de poder o deseante) está condenada a fallar. Hoy más que nunca la obsolescencia es un problema político (es decir ético y estético): el aparato económico-político de producción y consumo necesita actualizar permanentemente la brecha entre lo útil e inútil. Esto no es ninguna novedad. Sin embargo parecemos desentendernos ante la evidencia: es el pensamiento mágico el que se impone ante la máquina. En el breve ensayo Crímenes de la Razón: El fin de la mentalidad científica, el premio Nobel de Física Robert Laughlin trata de la criminalización de la investigación científica e independiente, resultado de legislaciones creadas para la protección de la propiedad intelectual e industrial o la protección de secretos de estado y militares. El pensamiento científico y la razón se vuelven peligrosos. Modificación genética, investigación nuclear, energía del punto cero, reemplazo de las fuentes combustibles de hidrocarburos por electrólisis o energías renovables son solo algunos de los nodos que representan el oscurantismo contemporáneo. Frente a la peligrosidad del pensamiento se ofrece información, cataratas inmensas de información. Monopolización económico-política de la ciencia. Monopolización del arte y la cultura. La paradoja tajante que rasga el tejido hiperconectado en la era de los medios y la comunicación global. Esta tal vez sea una de las verdades que ocultan las tecnologías de punta en su alta-definición e híper velocidad.
Frente a este panorama ¿qué tiene por hacer el arte que utiliza nuevas tecnologías? Y, ¿qué es lo que exigimos al arte tecnológico, como espectadores y como productores?
Charlando con un gran amigo a propósito del arte que utiliza nuevas tecnologías surgió una metáfora que creo define una situación contextual posible para esta especie híbrida. Él decía: piensa en una cinta mecánica y tú corriendo sobre ella. Si enfocas los pies creerás que estás corriendo y que avanzas a gran velocidad. Si abres el zoom verás por el contrario que corres siempre en el mismo lugar. Mientras todo se cae alrededor, tú corres en el mismo lugar (esta última frase la agrego yo al relato, no creo que a él le parezca de buen gusto mostrarse tan apocalíptico, debería haberle preguntado en todo caso, pero me gusta fabular un poco). Cada vez estoy más convencido de que lo más interesante en las muestras de arte y tecnologías es ver como todo se derrumba. Los saberes institucionales suelen hacer preguntas para revelar respuestas que habían sido escondidas previamente. Así suele funcionar la ciencia cuando “descubre”: oculta una respuesta y formula preguntas para luego “descubrirla”. En las muestras de arte y tecnología todos corremos como locos y trabajamos intentando que los dispositivos respondan. Reclamamos interactividad pero sabemos muy bien que a las máquinas no les interesa para nada la interactividad; suelen defraudarnos y ponernos en problemas a menudo. Es que nos obstinamos en hacer coincidir las máquinas con el paradigma imaginario y poético que hemos construido sobre ellas. Complejizamos el encendido y el apagado de una bombita de luz a tal punto que creemos estar dialogando con un dispositivo. De la misma forma que se oculta un saber para luego descubrirlo, escondemos un dispositivo para luego movernos alrededor de él, realizando las acciones que ese dispositivo nos predetermina. A esta relación solemos llamarle primariamente interactividad. Cuando el dispositivo falla y se derrumba, corremos a repararlo: nos convertimos rápidamente en adictos al espectáculo de la interactividad. Pero pocas veces nos preguntamos sobre el diálogo que podemos establecer con las máquinas cuando estas fallan, es decir cuando estas se hacen evidentes. HAL 9000, la computadora de abordo encargada de controlar las funciones vitales de la nave espacial Discovery en 2001, Odisea del espacio, enloquece finalmente, se harta de los humanos, pretende eliminarlos uno a uno. Hello Dave... David desconecta los circuitos cognitivos de Hal. Ella no puede oírlos, pero ha aprendido a leer sus labios. En silencio estudia los movimientos de los astronautas. HAL tiene un plan para cada uno de ellos. Los dispositivos técnicos que construimos se extienden como prótesis y modifican nuestra realidad física y nuestro ecosistema. HAL, los astronautas y el Discovery pertenecen al mismo cuerpo. Si lo que te gusta es gritar, desenchufa el cable del parlante. Sin embargo, el parlante ya es parte de tu biología.
Estoy interesado en el momento en que los dispositivos fallan y los manuales de uso se vuelven irrelevantes. Usar las herramientas por el lado incorrecto. Hacer una apología del inexperto y del mal uso. Pienso que esta posición incluye la idea de que ninguna tecnología es obsoleta (y su contrario, es decir: todo aquello que funciona está obsoleto). Sin embargo no creo que este tipo de producción esté necesariamente por fuera de la espectacularización del arte y la tecnología, que de alguna manera nos mantiene mordiéndonos la cola. Prescribiendo lo permitido y conveniente así como desestimando en lo posible la experimentación vital no controlada, la sociedad espectacular regula la circulación social del cuerpo y de las ideas. El espectáculo se presenta como una enorme positividad indiscutible e inaccesible. Dice solamente que “lo que aparece es bueno y lo que es bueno aparece”. Tecnología y policía de lo visible. Y aquello que aparece se anula progresivamente por pura visibilidad: se vuelve hiperreal hasta que se diluye por transparencia.
Los dispositivos técnicos que construimos se extienden como prótesis y modifican nuestra realidad física y nuestro ecosistema. Sin embargo, muchas veces nos movemos mas lentamente que el medioambiente que generamos: somos pura electricidad y queremos continuar utilizando los ojos para ver, para leer y significar las cosas como si fueran un texto, herencia de un pasado signado por Gutemberg y la imprenta, en donde los ojos escribían el mundo. Mientras el arte tecnológico reproduce calcos de sí mismo, el consumo de tecnología a nivel masivo se incrementa exponencialmente. Todos somos cyborgs mutantes conformados por aquello que consumimos. Y seguimos pensando el consumo como pura pasividad. El arte tecnológico suele caer en una encrucijada. En un rodeo irónico, al pretender un público activo construimos sin embargo dispositivos frente a los cuales los espectadores reproducen una serie de comportamientos, a la manera de una coreografía.
El consumidor pasivo degluta vorazmente tecnología en forma indiscriminada. Una hipótesis posible es que en ese uso el consumidor puede devenir productor a la vez que los dispositivos técnicos son desviados y mal usados, modificándose. Deberíamos entonces redefinir pasivo, ya que el uso al que sometemos a las máquinas en cierta forma las reconfigura y las desvía. Todo consumidor es un hacker en potencia. En su ensayo Artes de hacer, la invención de lo cotidiano, Michel de Certeau examina los movimientos disimulados bajo la superficie lisa del par Producción-Consumo, mostrando que el consumidor, lejos de la pura pasividad a la que se lo suele reducir, se dedica a un conjunto de operaciones asimilables a una verdadera “producción silenciosa” y clandestina. Servirse de un objeto es forzosamente interpretarlo. Utilizar un producto es a veces traicionar su concepto; y el acto de leer, de contemplar una obra de arte o de mirar un film significa también saber desviarlos: el uso es un acto de micropiratería. Surge así una raza mutante a partir de la especie de los consumidores: una suerte de prosumidores (algo así como consumidores críticos y activos –consumidores en tanto productores-). Recordemos que el aparato de producción industrial y legitimación cultural es rápido y eficaz. Incorpora estos usos desviados rápidamente al sistema. Sin embargo los prosumidores se asemejan a virus mutantes, nunca satisfechos, siempre reconfigurando su medioambiente para hacerlo habitable y alimentarse de todo aquello que pueda ser devorado, regurgitado y lanzado nuevamente al ruedo antropófago de la cultura: el consumidor como productor remixa sin saberlo los productos culturales y tecnológicos.
Es este el primer paradigma que está modificando nuestra posición frente a la tecnología y los productos tecnológicos: el consumidor como productor.
Otro paradigma que me interesa señalar es el de la tecnología como escultura social.
En el año 1884 un joven de origen serbio viajó a los Estados Unidos para intentar trabajar con Thomas Edison. Nikola Tesla llevaba apenas una carta de recomendación. Edison contrató a Tesla para trabajar en su Edison Machine Works. Empezó a trabajar como un simple ingeniero eléctrico y progresó rápidamente. Se le ofreció incluso la tarea de rediseñar completamente los generadores de corriente continua de la compañía y la suma de 50.000 dólares por rediseñar los ineficientes motores y generadores de Edison. En 1885, cuando Tesla preguntó acerca del pago por su trabajo, Edison replicó, "Tesla, usted no entiende nuestro humor estadounidense". Tesla abandonó su empleo. La empresa de Edison era una gigantesca fábrica de patentes. Y Tesla tenía un plan: necesitaba dinero para montar su propio laboratorio, pero antes que nada reclamaba independencia para realizar sus experimentos e investigaciones. Tesla imaginaba a la Tierra como un inmenso conductor de energía. Sabía que solo era necesario poder direccionarla para utilizarla de forma libre. Una red inalámbrica de energía, utilizando la ionosfera como inmenso conductor alrededor de la Tierra. Necesitado de trabajo, se encontró cavando zanjas para la compañía de Edison por un corto periodo de tiempo. Mientras tanto desarrollaba su sistema de Corriente Alterna, opuesta a la Corriente Continua patentada por Edison. La Guerra de las Corrientes se desató: Edison, para demostrar la peligrosidad de la Corriente Alterna se dedicó a ejecutar animales, electrocutándolos en la vía pública. A su vez formó un equipo para desarrollar la Silla Eléctrica. Tesla fue el escultor de nuestro mundo eléctrico, nuestro mundo no sería el mismo ni sonaría igual: no tendríamos radio, ni televisión, ni corriente alterna, ni motores de inducción, ni rayos X, ni luces fluorescentes. Sin embargo su proyecto mas paradójico y bello, la liberación de la energía para su uso abierto, permaneció en la oscuridad. Era una idea evidentemente peligrosa para los monopolios energéticos. Cuando Tesla murió, su habitación fue allanada por agentes del FBI y sus papeles quedaron confiscados. Tesla pensaba la tecnología como una suerte de escultura social. Proponía hiperconectar la sociedad a partir del uso libre de la energía, frente a la tecnología como monumento, es decir al monopolio de las patentes representado por la compañía Edison.
Una metáfora estética posible del mundo que habitamos es esta tensión entre la escultura social y el monumento monopólico. Mientras tanto, seguimos agregando cosas al mundo. Producción-consumo-uso-descarte. Un ciclo que gira sobre si mismo cada vez a mayor velocidad. ¿Qué puede hacer el arte sino justamente señalar esta extrañeza, habitar los residuos, desviar y hacer recircular aquello que nace muerto?
Para quien construye nuevos objetos a partir del desuso es absurdo pensar que la tecnología pierde vigencia. Esta es la gran verdad que hay detrás de estos objetos. No hay tecnología superior ni inferior, antes ni después. Un cuchillo es tan útil como un computador, e incluso lo supera. La tecnología, mientras avanza, genera necesidades ilusorias. Las tecnologías recicladas tienen una posición política sin tener la intención. No botar todo lo que está viejo es hacer una barricada. Construir cosas nuevas a partir del material en desuso es salir a matar sin piedad. Evito la compasión hacia objetos susceptibles al cambio (que realmente son todos) Si han de morir en el proceso creativo, pues valió la pena. En todo caso ya estaban muertos. Esta es una nueva oportunidad de existir. Nuestras partículas también se dividirán, y la naturaleza es implacable. Cadáveres de cucarachas en las esquinas mas remotas de las carcasas de grabadores me hallan la razón. Todas estas cosas que se evidencian en los electrodomésticos así como las evidencias de desgaste se convierten en la materia prima del arte: tiempo. Si hay que limpiar o no, es cuestión de criterio. Para que el arte sea mas que un comentario suelto o un mal chiste hay que lograr que la materia prima se encrudezca al máximo. Confiemos en la carga que tiene, ahí se va a quedar por un tiempo. Hay que olvidar la idea de máquina, incluso la idea de orden. Superemos todo lo que queremos sacar de la maquina, ella responderá para bien o para mal. Sin esperanzas, sin pretensiones, todo en ceros (para nuestra fortuna o nuestra desgracia estas volverán con el tiempo). Despreciemos la temática. Eliminemos el contexto. Fomentemos nuestra ignorancia.
El fracaso es nuestro amigo.
Este texto fue construido remixando fragmentos de escritos y citas más o menos explícitas de Guy Debord, Christian Ferrer, Jim Jarmush, Adriana Arenas, Agustín Genoud, Nicolás Bacal, Thomas Hirshhorn, Staford Beer, Nicolas Bourriaud, Jorge Sepúlveda, Marshall McLuhan y Rafael Cippolini.
Leonello Zambon
Desde 2001 comienzo a trabajar en video, intervenciones urbanas, sonido e instalaciones a partir de la re-utilización de tecnologías obsoletas. Participé en el programa TRAMA, en el Taller de Arte Interactivo organizado por Rodrigo Alonso y Mariano Sardón, en las Plataformas del LIPAC y en el Medialab del CCEBA. También participé en talleres de hardware hacking y electrónica aplicada al arte dictados por los artistas mexicanos Arcángel Constantini, Marcela Armas y Gilberto Esparza, de donde surgió el ensamble Buenisssimo, con quienes compartí un año de ruido y electricidad.
Actualmente estoy desarrollando el proyecto Parasitophonía, formado por una serie de módulos nómades que funcionan como talleres y estudios sonoro/visuales provisorios, montados sobre estructuras de bicicletas. A partir de estos módulos estamos organizando La Expedición, junto a Roger Colom.
Paralelamente toco el bajo y algunos artilugios ruidosos DIY en el trío de noise-post punk COSO y participo como ruidista en la banda de canciones experimentales Proyecto Gomez/CASA. Suelo trabajar con el artista sonoro Pablo Reche. A su vez integro el dúo LzAz junto con Azucena Losana, en el que perdemos el tiempo en lo que mas nos gusta: mugre sonora.
LZ/// boladenieve.
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