Entrevista a Rafael Spregelburd
por Dany Barreto
 
Marcos López fotografiando a Rafael Spregelburd    
 

Rafael acaba de estrenar “Apátrida: doscientos años y unos meses”. Escrita, dirigida y actuada por él, basada en hechos reales ocurridos en el verano porteño de 1891 donde una discusión entre un pintor, Eduardo Schiaffino (fundador del Museo de Bellas Artes) y un crítico español, Maximiliano Eugenio Auzón, terminó en un trágico duelo. La disputa surgió a raíz de una crítica realizada a una muestra colectiva, que generó una polémica de notable actualidad: si existe un arte nacional, el gusto por lo extranjerizante, la creación de un mercado, la subvención de artistas por parte del estado y muchos otros temas que aún hoy no se esclarecen, y que según la profecía de Auzón no se resolverán sino hasta dentro de 80 años y unos meses.


¿Te enojaste alguna vez con un crítico?

No, la verdad que no, no le doy mucha bola a la crítica. Sí me enoja la situación lábil y laxa de cierta crítica. Uno como artista se rompe el culo por ser quien es, por hacer una carrera, por decir que no a ciertas cosas que serían más fáciles. Y con toda liviandad alguien que desconoce de dónde venís, cuál es tu proceso, en qué búsqueda estás, escribe o comenta. Pero no le doy más importancia que esa. Podes contar con los dedos de la mano los críticos que están a la altura de los artistas a los que deben criticar, pero no quiere decir que un crítico nuevo o joven no pueda desbaratar la obra de un consagrado, todo lo contrario, de hecho siempre nuevas voces desarman lo que la cultura constituye.
Yo creo en las sociedades que son críticas.
Lo que no hay es esa responsabilidad del crítico de progresar, si es que en el arte hubiera progreso. Progresar, evolucionar en su relación con el objeto criticado. Por eso me interesó en esta obra meterme en el alma del crítico. Que debe ser un alma bastante más atormentada que la del artista.
También hay críticos que aman con locura su profesión, y que más que críticos son estudiosos, investigadores, historiadores. El problema es qué espacio tienen los críticos de verdad, honestos, en una sociedad que está tan frivolizada. En la crítica de teatro lo ves de manera prístina. Los medios le dan columnas estandarizadas, para lo cual la crítica se resume en tres párrafos, sus niveles de pensamientos están estandarizados también, nunca se habla del tema, se cuenta el argumento pero jamás se reflexiona. Solo se le recomienda al público si tiene que ir o no, como una gacetilla con una calificación. En vez de generar colisión con la sociedad que lo recibe.
Ahora con el auge de los medios alternativos en internet uno podría pensar que sí podrían aparecer espacios de criticas donde nadie te ponga límites, y curiosamente están escritos con los codos, habla más del amateurismo de aquel que quiere formarse como crítico y que aun no ha sido tomado o cooptado por un medio masivo. Una crítica tiene que estar bien escrita, es un género literario, así que por lo menos tiene que elegir las palabras con las cuales va a reflexionar. Como nada de esto ocurre, tampoco me da ganas de enojarme apasionadamente frente a una crítica mala o buena, no es un tema de preocupación.
Si no hay espacio ni siquiera para la crítica menos lo hay para la polémica. Ningún medio que te saque una mala crítica después te va a dar espacio para que les refutes o expliques porqué. No hay polémica, por eso uno extraña lo que sucede en la obra, que durante un mes hayan estado Auzón y Schiaffino intercambiando esas cartas.

¿Cómo surge esta obra?

Surgió en realidad por una mezcla de cosas. Hacía 10 años que quería escribirla, desde que tomé contacto con las cartas originales de Schiaffino y Auzón, que me consiguió Viviana Usubiaga (amiga, investigadora del Conicet y doctora en la carrera de Arte de la UBA). Ella presentó una tesina para la cual se internó en las bibliotecas a rescatar estas cartas de microfilms que estaban olvidadas, perdidas. Cuando me las pasó inmediatamente pensé que contenían una obra teatral, pero tardé un montón en generarla. Estuve mucho tiempo dándole vueltas, pensando… Hasta que milagrosamente el año pasado apareció el Instituto Goethe por el tema del Bicentenario, y me preguntan si tenía una obra. Me acordé de esta, pero era tan poco el dinero que ellos tenían para financiar la escritura, montaje para cuatro funciones, y demás, que aunque fuera una lectura o un workinprogress, con ese presupuesto no podía contratar actores.
Hasta que no decidí (por falta de dinero) que iba a ser un monólogo, no se me ocurrió como escribirla. Entonces sí tomé las cartas que me interesaron e inventé el resto.

Parece algo más complejo que un monólogo.

En realidad es un género que acá no existe que se llama sprechoper, que es una ópera hablada. La música está partiturada y el cantante no canta, dice.
"Apátrida" es un monólogo además porque hay un solo actor; si bien hay un músico en escena, él no actúa.

¿La puesta la detona entonces el instituto Goethe y el efecto Bicentenario?

El efecto Bicentenario fue increíble, jamás pensamos que nos iba a pegar de esa manera, parecía una especie de ridiculez, pero curiosamente la revisión de la historia, sobretodo encarada por artistas, llama a una lectura poética. Y es innegable el lugar en que ha pegado esta idea de la construcción de una identidad argentina como si fuera un invento, porque nosotros tenemos la sensación de que lo que estamos haciendo se inventó hace dos semanas y de pronto la recuperación nos demuestra otra cosa.
La historia siempre hace eso, trata de rescatar de las cenizas las posibles causas para efectos futuros. Siempre he tenido una relación muy intensa y disparatada con la historia, los dramaturgos somos justamente los mayores enemigos de la historia, tratamos siempre de demostrar que la historia es una construcción del presente, una construcción de mentiras, ficticia…

Auzón lo dice en tu obra, "nadie se va acordar de mi, la historia se encargará de borrarme".

Eso lo agregué yo, lo hace más trágico. Decidí quedarme con la mirada más complicada sobre el problema. La de Schiaffino es conocida, él es un teórico extraordinario. Tanto que en su época lo acusaban diciendo que era un buen escritor cuando querían criticar su pintura. Le costó mucho tiempo demostrar que su pintura era valiosa. Pero siempre se lo valoró como polemista. En cambio Auzón es un personaje más miserable de lo que yo lo presento. A mí me interesa porque la historia borra a este tipo de personajes, a lo mejor con toda justicia, no digo que no. El personaje en sí mismo es deleznable, es un cobarde.

Sus estrategias como crítico de arte lo demuestran.

Palabras textuales donde dice: "Quise ser la última visita de la expo-artística. Qué buen sistema, ya he leído la opinión en todos los diarios y puedo contradecirlas con la mía. Y más me vale sorprender al público que convencerlo de esto y de lo otro…" Es una estrategia de marketing. Esto lo escribe en el diario Sudamérica.
¿Pero no es la táctica de todos ahora? Tratando de generar más atención sobre sí mismo que sobre el problema que se está tratando. Él escribe esto para que luego sea irrefutable, para que nadie pueda ir a ver la muestra y verificar si tiene razón o no. ¿Y qué queda? Queda la injusticia de la ligereza, la liviandad de este ataque. Que además tiene razón Schiaffino, Auzón no justifica absolutamente nada.

¿Auzón además de crítico es artista?

Sí, era un marinista, parece que muy poco talentoso. Estuvimos buscando marinas de él, pero es imposible, no hay nada. Como nadie las habrá comprado, no se acuñaron como obras. No pasaron a la historia.
Y estaba ofendido porque él también estudió en Europa, pero sus pinturas no habían sido incluidas en la muestra. Es evidente que es un resentido.

Formaban parte de la muestra colectiva artistas como Angel Della Valle, Eduardo Sívori, Reynaldo Giudici, Eduardo Schiaffino, entre otros. ¿De qué los acusaba Auzón?

De ser pintores argentinos, que la paradoja de que llamando en pos de un arte nacional se van a estudiar a Francia becados por el estado, y vuelven acá a pintar Juan Moreira pero con técnica francesa o, mucho peor, odaliscas, porque los franceses estaban orientalistas. La lista de obras de la exposición es una mezcla disparatadísima a la que se le da el nombre de arte nacional ¡es genial! ¿Qué carajo es el arte nacional? ¿Arte nacional en una nación que no existe y que es posible que todavía no exista?
Esto ocurría con tipos que hoy son conocidos, pero que en ese momento estaban tratando de inventar un mercado que no existía. Esta muestra que generó un duelo fue en la casa de una señora ricachona. Es un antecedente de una muestra grande que se armó dos años después en El Ateneo. Y ahí sí ya se hablaba de un arte argentino. Pero fue algo muy audaz lo que hicieron estos tipos, además al autoelegirse y decir "nosotros somos el arte argentino".
Auzón dice con mucha liviandad: "El arte no tiene nacionalidad sino una patria universal que es el mundo". Y Schiaffino le contesta con mucha razón: "Eso es una frase hueca". Y justamente por hueca es que triunfa en la razón. Me encantaría que tuviera razón, pero claro, eso lo dice alguien que viene de una nación constituida como la española, al argentino en ese momento, que no tenía absolutamente nada, decirle que la patria no existe... Además, lo que sucedió es que Auzón fue secretario de tres ministros, y con este puesto él tenía acceso a las cuentas y sabía exactamente cuanto habían costado los viajes de estos pintores becados. Entonces los acusa por el dinero que gastaron mientras vivían en Europa.

¿Cómo llegamos al duelo?

La falta de tolerancia con respecto al choque de ideas es lo que llevó a un duelo. Era un momento de historias trágicas y pasionales y lo de batirse a duelo era moneda corriente. Los dos pertenecían a una burguesía recalcitrante, ambos tenían su banca en el poder.
A mi me llevó a imaginar cómo será estar en la cabeza de este tipo. Un tipo que provoca y no puede parar y de pronto se encuentra batiéndose a duelo con un arma que no conoce en pos de una causa que no sé si le interesa tanto. Más bien parece un payaso el tipo, por no haber podido parar; y es lo que pasa en las discusiones, es más importante ganarla que poder demostrar lo que uno piensa.
Esta tragedia de la razón y el triunfo de la pasión en todo caso es lo que a mí me hace pensar que contiene una pieza teatral.

¿Cómo se te ocurrió la participación de Zypce?

Porque estar una hora y media solo con el público me parecía demasiado. Zypce es músico de varias de mis obras, y había participado también en escena conmigo para otro proyecto, una lectura dramatizada. Siempre tengo la sensación de que si uno va hacer una lectura, la actuación va a estar a media máquina y que por lo tanto está bueno poder recurrir a efectos teatrales más inmediatos como son la música. La música que él hace es muy visual, la produce con bolitas, resortes, motores, celulares, que le dan más interés teatral.

Suenan cassettes con audio guía, cumbia, falsa ópera, celulares, aparatos de todo tipo, y hasta un remixado Pa-panamericano, hit del verano 2011. Es una musicalización nada solemne para ambientar este diciembre porteño de 1891.

Sí, pero es natural. En el caso del Pa-panamericano casi ni tuve que elegirlo, es elección de Zypce. Y además ¿por qué? Por contraste, los músicos lo tienen mucho más claro, que sin contraste no hay forma. Toda forma es resultado de una tensión. Y entonces, claro, el final es de una seriedad y una potencia en un sentido… pero si no hay una mirada que incluya lo otro, es solemne. Nosotros estamos preocupados por que no lo sea, porque para poder pensar hay que poder ocupar otras categorías de pensamiento.
Quiero provocar una reflexión con la música no que sea paródica. Cuando incluyo la cumbia, es porque los ringstones de los celulares suenan a mi alrededor, en la vida, todo el tiempo y uno se pregunta en qué momento fue que la cumbia se convirtió en la música nacional. Es una música que no me gusta nada y lo digo sin ningún empacho, pero me interesa en qué momento se convirtió en nuestra música, en nuestra música popular. Y en todo caso la pregunta del millón: ¿lo popular es un valor? ¿es más valioso por ser popular? ¿o simplemente es eso, es popular?
Es el Pop, que es la mezcla de lo alto con lo bajo. Que lo comenzó Warhol y que jamás se pensó que iba a ser tan redituable en un punto ¡jaja! Produce por un lado una rara felicidad en la contemplación y al mismo tiempo no anula las preguntas importantes. Que no son las preguntas sobre el destino del arte si no las preguntas por la vida de las personas. Y como somos una sociedad híbrida, mestiza y demás, tenemos una relación con lo pop que es natural. En las culturas europeas donde hay tradiciones fuertes debe ser más difícil. Nosotros no tenemos el peso de esa tradición shakespereana o de Schiller o de Goethe, entonces no sentimos que nuestro hacer sea la continuidad y que se va a morir si nosotros no la sostenemos. No somos los adalides de esa batalla. En ese sentido es casi imposible no ser pop en este país.

¿Se llega a una conclusión final después de semejante debate teatral?

Auzón dice: "Sé lo que vendrá, el crítico ha herido la mano del pintor. Sé lo que se dirá de mi. Y yo seré el ancla que nos deje a todos en pasado. Privaré a este país de su mejor pintura". Es ridículamente conmovedor este pensamiento, que alguien en un momento tenga la mirada de nuestro presente, mostrarnos la génesis complicada de nuestro presente.
A mí me interesó mucho en el espectáculo presentar una dicotomía, una rivalidad que me parece que es constitutiva de la historia argentina. Lo vemos claramente en nuestra actualidad política. La presentación de pares opuestos que por ser tan opuestos y tan radicales no llegan a síntesis alguna, por eso se perpetúan en el espacio como discusión y no generan ninguna superación de los términos iniciales de la discusión.
El teatro produce un grado muy curioso que es la constitución de una verdad que no es producto de cuál de las dos ideas triunfa, sino que es producto de la expectación del choque de las ideas. Durante la obra se tiene la sensación de conocimiento, de verdad y sin embargo cuando termina uno se da cuenta que no ha aprendido nada. La ilusión dura mientras dura la obra. No estoy de acuerdo con ninguno de los dos, o estoy de acuerdo con ambos y no puedo tomar partido, y empiezo a darme cuenta que debe haber una tercera posición que no está representada por esta falsa dicotomía o es una dicotomía que ocupa todo el espacio de lo visible impidiéndome ver el verdadero lugar donde están las soluciones. La discusión cotidiana traída por los diarios, la televisión, las críticas que las repiten, las obras que son parasitarias de los modelos televisivos, todo construye un espacio de pensamiento que en algunos casos las artes desarman. A mi me interesaba mucho mostrar una discusión insoluble y mostrar que el momento de expectación de esa discusión construye una verdad distinta, una verdad no decimonónica. Una verdad que Jorge Dubatti llama: "verdad pragmática". Uno tiene la sensación potente de asistir a una especie de iluminación importante, después la obra termina y uno sigue sin saber por quién tomar partido.




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Agradecimiento especial a Ale Star por las fotos de "Apátrida: doscientos años y unos meses".

Rafael Spregelburd Nació en Buenos Aires el 3 de abril de 1970 - Dramaturgo, actor, traductor y director -Discípulo de dramaturgia y dirección de Ricardo Bartis, Mauricio Kartun y José Sanchis Sinisterra.
Su teatro es híbrido, mestizo y polémico; una obra que esquiva toda moda o etiqueta, un teatro de lenguaje y de tierras incógnitas, que le ha valido numerosos premios. Con una vasta proyección internacional, participó en numerosos festivales. Es columnista de cultura del Diario Perfil.
Fundador junto a Andrea Garrote de la compañía El Patrón Vázquez. Su obra, que incluye ya más de treinta títulos, ha sido traducida y editada en más de 20 idiomas. Algunos de sus títulos más destacados son: Destino de dos cosas o de tres (1992), Raspando la cruz (1997), La extravagancia (1997), La modestia (1999), La estupidez (2003), El pánico (2003), Bizarra (2003), La paranoia (2007), Lúcido (2006), Buenos Aires (2007), Todo (2009), entre otras.
Es protagonista de los largometrajes: La Ronda (de Inés Braun), Música en espera (de Hernán Goldfrid), Agua y sal (de Alejo Taube), El hombre de al lado (de Gastón Duprat y Mariano Cohn), Cornelia frente al espejo (de Daniel Rosenfeld), Las mujeres llegan tarde (de Marcela Balza), entre otros. www.spregelburd.com.ar

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“Apátrida: Doscientos años y unos meses”

Teatro El Extranjero, Valentín Gómez 3378
Reservas: 4862-7400.

 

 
     
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En el nombre del padre
"Familia robot - homenaje a Nam June Paik"
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Epopeya argenta en clave artie
Sobre Panteón de los Héroes en Fundación OSDE
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