Humo, de Gastón Persico en Nora Fisch
por M.S.Dansey
 
 
 

"Nunca subestimes el poder de la negación"
-de la película American Beauty de Sam Mendes-

Gastón Pérsico camina por la calle con un maletín cargado de documentos: Son apuntes de Foucault y de Barthes, de Vila-Matas, Oscar Masotta y Alan Pauls, letras de canciones de The Smiths y diálogos de la película Flashdance, retratos de Beau Brummell, de Djuna Barnes, de Oscar Wilde, la única fotografía que se conoce de Maurice Blanchot, textos de y sobre Blanchot, un cuento de Melville -Bartleby, el escribiente-, y una copia de su propio libro Humo, que acaba de publicar y que será parte de la muestra homónima que presenta en la galería de Nora Fisch. El libro es a su vez un compacto de las minutas del maletín hecho achuras y recompuesto en este flamante ejemplar de cut-up.
El escribiente Pérsico, camina por Buenos Aires –y por el mundo- con este maletín y un paraguas por las dudas, un sombrero de fieltro volcado de coté, pañuelo al cuello, traje de tweed y zapatos Correa, modelo 1900 de puro cuero argentino, que hacen ñac, ñac al caminar. El artista se mueve con el talante afable de los caballeros de René Magritte. La comparación con el maestro surrealista no es caprichosa. La relación entre el pintor francés y el flâneur argentino se da en proporción inversa. Si en los cuadros de Magritte el sombrero y el paraguas flotan sobre una silueta invisible, y las cosas se multiplican ideales, perfectas en el cielo, como si nada, en el mundo de Pérsico todo tiende a desaparecer. El maletín que empuña con fuerza de pronto se vuelve invisible. Se pulveriza en la cyber-nube donde queda reducido a un puñado intermitente de bits. Su cabeza va desnuda, lo del sombrero no es más que una actitud; el traje deviene en remera del Chinatown y los zapatos marrones duermen en su caja, en el medio de la sala de exposición. Son, de hecho, casi la única manifestación de “obra” en el espacio de Fisch. La muestra se completa con un vaso de vodka volcado en la alfombra gris, una plantilla de stickers sin stickers y un picaporte absurdamente colocado en la pared. Finalmente hay también un sexto y último elemento pero que no se encuentra en el lugar. Es una frase escrita en tubos de neón, instalada en la vidriera de la librería Purr (Santa Fe 2729), que funciona como elemento satélite a la exhibición. Nobleza obliga, hay que decirlo: En la sala, no hay mucho para ver.

San mot dire
“Preferiría no hacerlo” dice dócil y sin culpas el protagonista del cuento de Melville. Cada tanto, pero cada vez más seguido, el empleado administrativo repite la frase y de tanto evitar el trabajo termina por sucumbir en la inanición. No es un vago. Según se entienda será un místico, o un existencialista, en esta instancia, lo mismo da. El escribiente de Melville vibra en la misma frecuencia que el artista del hambre de Kafka, y que el mismo Blanchot, quien, de tanto reflexionar sobre la muerte del autor, se pasó de posmoderno y decidió hacerse humo, desaparecer. “Tenemos que pensar en un espacio de pensamiento –de textos, de palabras, de actos- Pero todo acto de pensamiento auténtico implica un esfuerzo supremo por pensar la ausencia de pensamiento”, dijo alguna vez.
Todo significa, afirma Foucault. Y Pérsico, como Blanchot, sabe que aún decidiendo no hacer, no existir, su personalidad se afirma en el plano del lenguaje; a ciencia cierta, el único posible.
Lo que podría haber sido, entonces se volatiliza. Las partículas de vodka que se huelen en el aire son la señal inequívoca de la existencia rebelada, no velada, que viene a desafiar cualquier declaración. El gas neón enciende la frase “hay una luz que nunca se apaga”, aunque todos sepamos que tarde o temprano se apagará. Peor aún, como un chiste de humor negro, ni estando prendida alumbrará a los invitados a la vernissage. La luz se enciende en otro lugar. Quizás, “El lugar”, como se llama el picaporte que, a decir del artista “no te permite entrar a ninguna parte. Pero tampoco salir”.
Pérsico parece estar dispuesto a todo. A nada. Le rinde homenaje a la caja de zapatos vacía que Gabriel Orozco presentó en la Bienal de Venecia de 1993, pero la vacía de sentido y la llena con esos zapatos suyos, que todavía no estrenó. La titula “caja de zapatos vacía llena con zapatos vacíos” y se burlar del ready-made. Ninguna resignificación, es literal: no hay nadie en sus zapatos. Y quién quisiera acaso ocupar el espacio que el mercado le da al Arte. Esta es su primera muestra individual en una galería comercial. Hasta ahora, su derrotero lo llevó por instituciones públicas y espacios de experimentación donde nada detuvo a este petit terrible enfant.
El cuerpo de su obra, de claro corte conceptual, se despliega entre la instalación efímera y la acción, entre el discurso teórico y la producción de objetos seriados -remeras, discos, afiches y revistas gratuitas de factura barata. No solo viene a cuestionar la autonomía de la obra como manifestación concreta, sino que ataca directamente a la figura del artista como institución. Vale decir, su nombre muchas veces apareció fundido en colectivos circunstanciales (junto a su novia Cecilia Szalkowicz y su amigo Mariano Mayer, entre otros) y nunca termina de quedar claro hasta dónde llega la creación del artista y hasta dónde la del diseñador gráfico, oficio del que se sirve para vivir. Su postura recuerda a esos dandies que deciden apartarse del camino para dar lugar a la más efímera de las extravagancias. Sabiendo que quedarán fuera del canon, deciden jugarse al todo o nada.
Lo conozco- le dice el escribiente Bartleby a su empleador cuando este lo va a visitar a “Las Tumbas”, la cárcel donde agoniza- Lo conozco, pero preferiría no hablarle- dice y cierra los ojos para entregarse al “sueño de los reyes y los consejeros”. De la misma manera, cuando uno le pida razones a Pérsico, es posible, muy posible, que piense dos veces, que borre con la mente y finalmente decida no decir nada. Sellará su pacto con una sonrisa gentil que será su salvoconducto a la impunidad. En el aire quedarán suspendidos los textos, las imágenes borrosas de las fotocopias, los ecos de la prensa y el anecdotario. En medio de esa cortina de humo, uno podrá hablar con autoridad de la cuestión. Este es el caso. Imposible ver la muestra que inaugura el mismo día que se publica esta nota. Y sin embargo, aquí estamos, buscando en la web, preguntando a los amigos, a la galerista, sonsacando data de donde fuese posible hallarla. El contrato de lectura desafía la linealidad del tiempo y el espacio. Pero de una u otra manera su recorrido será enérgico y estará animado por ese humor afable que caracteriza a los caballeros de fina estampa. El vacío tan temido será entonces un espacio de silencio donde la propia presencia resonará en el absoluto. Claramente, la muestra de Pérsico en Nora Fisch podría no verse, aunque, si me lo preguntan, yo preferiría hacerlo.










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Humo, de Gastón Pérsico puede verse desde el jueves cinco de mayo al diez de junio, de martes a viernes de 15 a 20, en Nora Fisch Arte Contemporáneo, Güemes 2967 PB, C.A.B.A.

 

 
     
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