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El cliente barcelonés, con su cerveza en la mano y detrás de la nube de humo de su cigarrillo, les dice a la camarera sueca y al barman argentino: -Lo que tenéis en común suecos y argentinos, es que os pasáis todo el tiempo mirándoos el ombligo…
Esta tonta anécdota que resuena desde el pasado, aparece en este momento para graficar una actitud argentina recurrente; esa de mirarse el ombligo. Mirarse uno mismo y analizarse todo el tiempo, encandilado, como un Narciso posmoderno y latinoamericano. Ni idea si los suecos, como comunidad, se miran y se piensan a sí mismos constantemente, tal y como sentenció la arbitraria frase del cliente del bar de la calle Provença, un puñado de años atrás. Que envíen su opinión en cartas de lectores tipeadas desde la fría Estocolmo o desde el calor primaveral de un chiringuito en la Barceloneta, si quieren.
En lo que respecta a los argentinos, esa pulsión es un hecho. Y es que la construcción de una “identidad nacional”, o mejor tal vez, la asumisión de la existente, es aún una asignatura pendiente para nosotros.
Por eso, el replanteamiento de la Historia nos es aún un ejercicio tan necesario. Desarticularla, cuestionar supuestos e incluso burlarse de esas gentes y esos hechos pueden formar parte del develar de una vez por todas quién cuerno somos. Encontrar la famosa síntesis. Y nada mejor para esto que el diálogo entre las Ciencias Sociales y el Arte, ellas otorgando el peso específico de su condición académica, el otro aportando al relato su libertad de interpretación, su ludismo más absoluto y su poética misma.
La muestra titulada Panteón de los Héroes, en Fundación OSDE, tiene aire y diversidad. Dos buenas cualidades cuando de exhibiciones de arte se trata. El aire –tan necesario- lo encontramos en la disposición museográfica, en el espacio que nos dejan para la asimilación una obra y otra. La diversidad –tan vital como el aire- la encontramos en el abordaje curatorial, esta vez suficientemente equilibrado desde lo ideológico. Conviene leer la Historia (y también el más inmediato presente) dejando de lado demonizaciones y santificaciones facilistas, tan poco enriquecedoras; aunque esta polarización parece ser, hoy día y globalmente, de la más absoluta vigencia.
Como sea, en Panteón de los Héroes artistas y curadores juegan con varios y efectivos elementos. Uno de ellos es el sentido del humor.La idea de la parodia irreverente y la ironía, aplicadas a una construcción tan rígida como supo ser la Historia Argentina (en la que el éxito mediático de Felipe Pigna sigue echando sombras sobre su prestigio académico) arrojan resultados positivos aún con poco esfuerzo. Algo de esto ocurre, por ejemplo, con las dos obras exhibidas de Passolini, quien repinta en clave cartoon (fiel a su estilo) dos cuadros emblemáticos de la iconografía de la época de Rosas. En el caso de Manuelita y el Terror, el gesto rebelde y de hartazgo de la hija del Gobernador resulta un buen aporte, un valor añadido más allá de la reformulación graciosa. El hecho de haberla ubicado en la sección próceres, además, marca la presencia femenina en el proyecto curatorial. Pero en el caso de La porteña en el templo, no se encuentran agregados que indiquen la presencia del artista, máxime que el cuadro aparece asociado al eje que retrata la otredad: el sirviente adolescente y negro no produce mayor inquietud o replanteos que en la versión original pintada por Monvoisin hacia 1840. Resulta más inquietante el original, con sus sombras de duda, que la copia actual.
El humor insolente es también la clave en las piezas de Agustín Blanco. Su serie Patriotas arranca sonrisas espontáneas y sostenidas, logradas a través de fotografías ensambladas que superponen, en clave delirante, rostros de políticos y personajes de nuestra Historia y sus cruces imposibles. La cosa es que el conjunto, en el todo, funciona adecuadamente, pero no pueden dejar de observarse algunos puntos; por un lado, sí, el gran acierto de desacartonar; pero por el otro, hay cierta rusticidad de factura en éstas imágenes y, también, algunas de éstas simbiosis fisionómicas suenan un poco acomodaticias según la contemporaneidad de los personajes abordados.
Si de humor ácido, cuestionamiento del poder y parodización de supuestos se trata, el tucumano Gabriel Chaile se luce con sus fotos performáticas, que lo muestran feamente disfrazado en la acortada caracterización de tipos sociales coloniales enseñada por la Historia vía escolar.
Los dos trabajos de Leonel Luna son también de destacar. Los 33 orientales plantea un tema central en nuestra sociedad actual como es el de la inmigración, y lo hace uniendo magistralmente humor, cuestionamiento y guiño histórico; en La fiebre, una fotografía intervenida hace de hábil trampantojo: lo que parece no es, y en vez de aquel Blanes de 1871, nos encontramos, otra vez, con un drama bien actual y puntos distantes en la línea de tiempo que se conectan hoy efectivamente entre sí.
En otro plano al humorístico, el video El Plan, de De la Fuente y Visentini, resulta desacertado en el contexto de una muestra grupal tan cuantiosa. Demasiado largo (30´), no logra mantenernos media hora en el lugar, a pesar de la belleza misteriosa de la imagen y de la sensación de que “algo trascendente va a pasar”.
Despliega una elocuente poética la instalación de Magdalena Jitrik, a pesar de abordar un trabajo con elementos de archivo, que suelen resultar riesgosos en cuanto a lo visual.
Las dos pinturas de Santoro articulan perfectamente en el discurso que aborda a los “otros” y lo hacen con toda la potencia de su realismo fantástico -con perdón del cliché- mientras que Ontiveros logra un alto vuelo poético aún señalando la rispidez de un tema como la discriminación racial local, aquella que históricamente afirmamos no tener.
Más allá de puntos álgidos y bajos; de presencias legitimadoras como las de Noé, Gorriarena, Heredia o Benedit o de algunas insolvencias de unos o tendenciosidades de otros, la muestra resulta. Cumple su cometido. Practica la sana costumbre (como rezaba aquel jingle setentoso de jugos de fruta) de reflexionar sobre nosotros mismos, sobre nuestra Historia toda. Sobre la Historia fundante, pero también sobre la Historia más reciente, más actual. Aquella que aún parece no haber coagulado en Historia y seguir siendo material circulante.
Lo pasado pisado, suele decirse. Pero no. No pisado. Sí revisado. Resignificado. Asimilado. Superado.
Y de la mano del arte. Ese mago. Ese especialista en abrir la puerta para ir a jugar.
La muestra Panteón de los Héroes. Historias, próceres y otros en el Arte Contemporáneo, puede verse hasta el 28 de mayo en Espacio de Arte de Fundación OSDE | Suipacha 658, 1 Piso | CABA, en el horario de Lunes a Sábado de 12 a 20 horas.
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