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Nan Goldin está acostumbrada a que su trabajo genere polémicas. Y pese al recorrido colosal que la sociedad ha trazado en relación a algunos de los temas que tratan sus imágenes, -sexo, drogas, violencia, sida-, esto continúa sucediendo al día de hoy.
En Río, su muestra Heartbeat fue programada originalmente por el espacio Oi Flamengo, orientado al arte “tecnológico”. Pero sobre la hora, los jerarcas de la empresa, -cuyo statement enuncia que "cultura es sinónimo de libertad"-, se anoticiaron acerca de qué es lo que estaban por mostrar, tras la marquesina de “muestra de una fotógrafa considerada ya muy importante por la historia del arte, que es además la creadora de un género”. En tren de pensar coincidencias, trae a la memoria aquel momento cuando años atrás en Buenos Aires el Espacio de Fundación Telefónica decidió dejar de hacer muestras de contenido “conflictivo”, tras la presentación de Entre el silencio y la violencia. En ese caso, era debido al contenido político de obras como la del bombardero con el Cristo de León Ferrari. La coincidencia radica en estar ambos espacios orientados a la tecnología, abriendo así interrogantes acerca de la liviandad conque ejecutan sus movimientos este tipo de centros híbridos, e ideologizados a partir de la promoción de un tipo de arte que se define desde lo formal.
Pero al rescate de Heartbeat llegó el Museu da Arte Moderna, el MAM. Pese al poco tiempo por delante se consiguió reprogramar la muestra. Nan no asistió a la inauguración, pero promete llegar al cierre para estar junto a sus amigos cariocas, que ayudaron a que la relocalización fuese posible.
Heartbeat está compuesta por quince fotos montadas y tres slideshows, que incluyen su celebérrima obra The ballad of sexual dependency.
Ya antes que ella, muchos artistas habían retratado a lo largo de extensas series un espacio y un momento -Walker Evans, por ejemplo-. Pero la variante que Nan introdujo fue la de referirse a la vida privada de quienes la rodeaban. El gesto resultó radical. El morbo de espiar la vida de los otros, hoy domesticado por los shows de tv, aquí tenía un aliciente extra debido al tipo de amigos que formaban el círculo de Nan: una tribu de personajes artie, drag queens, junkies del New York post-punk de los 80´. El Sida y la heroína se los llevaron a casi todos, dice Nan. Las fotos los retratan en interiores, mayormente, y distintas series se van perfilando.
Tras ella, muchos recorrieron caminos afines. Pero el arte incluye la variable de premiar al explorador que alcanza primero determinado territorio.
La narrativa simple y emotiva alcanza picos de potencia cuando la autora se torna invisible en medio de situaciones de enorme intimidad entre dos o más seres humanos. Es un don que alcanza Nan a través de buena parte de su trabajo: ser mosca para ver lo que pasa ahí, donde alguien se pica o hace el amor con desesperación o ternura.
The ballad… está armado como slideshow pero va mutando su forma, recibe constantes retoques. El título referido a la dependencia sexual es excepcionalmente certero e ilustra a la perfección lo que la obra quiere transmitir. Originalmente, era proyectado en clubs artie de la época en que fueron generadas las imágenes. Muestra la vida en común de distintas parejas, aunque varias de ellas descarrilan en violencia; y ahí a Nan le cabe autorretratarse con sus moretones, protagonista de una historia de este tipo. La obra cierra mostrando tumbas gemelas.
No hay photoshop, ni trabajo de postproducción sobre cada imagen. Es fotografía analógica. Los slideshows están musicalizados. El que le da título a la muestra lleva música especialmente realizada por Björk, -y ahí algo se vuelve excesivo o redundante, en la apoteótica exaltación de las emociones-.
"Todo mi amor a todos los amantes que me permitieron compartir su amor", escribe la autora a los títulos de la pieza.
El fracaso expositivo del MAC de Niteroi, realizado por Niemeyer, que no acierta a dar con un perfil ni resuelve los problemas planteados por la propia arquitectura, ha provocado en los cariocas una sensación de reconocimiento respecto al MAM. En una Río con muchas muestras que es necesario ver, por estos días también exponían allí Fernanda Gomes y Elisa Bracher.
Tras subir la escalera, topamos con las fotos de Nan de la serie Landscapes. Realizada entre el 79 y el 08, abarca paisajes envueltos en brumas de distintas partes del mundo, en los que apenas se registran presencias humanas. El mismo Cristo Redentor, transfigurado en una foto de 1997; las vías de Birkenau, Polonia, que representan la crisis de todo lo que nos hace humanos. Por esas honduras transita, y las imágenes parecen cargar todas las ausencias y melancolías posibles, comprimirlas y devolverlas bajo la forma que aquí asumen.
Los libros de Nan incluyen largos epígrafes, que en muchos casos alteran sentidos que podríamos darles a las imágenes. Pero ella desea que conozcamos la historia que evoca cada trabajo; de algún modo no lo suelta. Se revela obsesionada por dotar de una épica a sus criaturas, por redimirlas. El círculo solo se completará con nuestra presencia.
Es cierto que, tras la polémica por el cambio de sede de la exhibición, muchos salen decepcionados por haber esperado una muestra aun más calórica. ¿Qué puede sobresaltarnos hoy? Creemos que, pese a lo transitado del tema, aun lo hacen más las vías de Birkenau completamente vacías que las imágenes de gente común, solo que un tantito curtida. ¿Qué tienen para contarnos hoy estos personajes, estas imágenes? El tiempo dinamizado de nuestro presente es capaz de consagrar y luego, “en minutos”, volver ya obsoleta la carga semántica del capítulo cúlmine de la obra de Nan Goldin. Claro, quedará para siempre su lugar en la historia. Algo que de algún modo confunde por el hecho de que la artista se mantiene activa y en escena. En noviembre realizó un show en New York, en la Matthew Mark Gallery, que también le acarreó críticas, aunque en este caso no escándalos. Planteó una confrontación entre sus clásicas imágenes de The Ballad… con fotografías de piezas del Louvre, que terminaban repitiendo la composición o exaltando otras características miméticas.
Salimos de ver Heartbeat con una capa de nostalgia adosada. Por un buen rato –los slideshows son largos- hemos convivido con gente intensa y seductora, aquella a la que la artista amó y transformó en su familia. Sabemos que ya no están. Cuando los efectos del montaje operístico quedan atrás, las preguntas que continúan abriéndose paso son las que tienen que ver con la historia del arte.
(Heartbeat de Nan Goldin. Hasta el 8 de abril de 2012 en el MAM de Río de Janeiro)
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