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Como cada 23 de abril, la iglesia dedicada a San Jorge de Scalabrini Ortiz y Cabrera concentró a una muchedumbre compacta. Cristianos ortodoxos, católicos, umbandistas, newagers, policías, chorros y curiosos, pasaron por ahí para luego atomizarse entre los puestos callejeros que ofrecían una miríada de productos hechos para homenajear al santo guerrero, y diferenciables de los pertenecientes al Papa Francisco o al Gauchito Gil mediante la omnipresencia de una tríada cromática: verde oscuro, blanco y rojo encendido.
El mismo día, algo más tarde, una larga bandera con idénticos colores era montada sobre la reja que rodea la Plaza Colón, a metros de la Casa Rosada. Pero no se trataba de cultores de San Jorge, sino de manifestantes por la permanencia del monumento obsequiado por la comunidad italiana a nuestro país en ocasión de su centenario. La aceptación de la donación data de 1907 y su emplazamiento, de 1921. Su autor es Arnaldo Zocchi, un escultor clásico florentino de enorme oficio, que se valió de la artificiosidad necesaria para dotar a sus criaturas de peso específico. Las circunstancias de su vida lo llevaron a realizar importantes obras que hoy se encuentran en países como EEUU, por supuesto Italia, Egipto, Bulgaria y Argentina; nuestro país, además del monumento a Colón, cuenta con otro de su autoría, el de Manuel Belgrano instalado en el Blvd Oroño de Rosario. Y otro monumento a Belgrano de Zocchi, se halla en Génova.
La obra guarda además, en una cripta instalada bajo su enorme base, algunos objetos emblemáticos que también formaban parte de la donación italiana, como un cofre que atesora un ladrillo perteneciente a la casa de Colón en Génova. Son objetos, pero a la vez claramente representan jalones de un entramado sensible. ¿Era posible afectar una relación tan fraternal e insospechable como es la de Italia con este país? La incredulidad domina a las asociaciones de italianos que convocaron a la plaza. Enfrentan la realidad de que el gobierno elegido por el pueblo argentino desprecia un importante símbolo del vínculo que une a ambos países. Pero, por más que sea su decisión, el Gobierno Nacional en verdad no tiene autoridad para afectar al monumento. Es patrimonio porteño, al igual que el resto de Plaza Colón - en la que, además, el gobierno no cumple con el compromiso de mantener abiertas y de libre acceso sus entradas-. Por lo tanto, es el Gobierno de la Ciudad el que debe encargarse de frenar esta acción decidida por la Presidencia y velar por un bien que le ha sido dado en custodia. Para lograrlo, se desarrollan iniciativas legislativas como las de Marta Varela o Fernando Sánchez. Pero también algunas de organizaciones civiles como Basta de demoler y Salvemos las estatuas. Se presentó un recurso de amparo contra el Poder Ejecutivo Nacional con el fin de que se impida el traslado. Y también contra el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, tercero obligado a proteger el patrimonio.
La acción sin embargo está en marcha, seguramente tan inexorable como fue la instalación del enorme monumento al Descamisado en Puente Avellaneda días atrás - parte de un plan que incluye otros semejantes dedicados a Néstor Kirchner y Perón-. La empresa Alpa Vial SA ha firmado un convenio con Fernando Tauber, por la Universidad de La Plata (UNLP), para que gente de ese centro de estudios supervise la llegada del monumento de Zocchi a Mar del Plata, su proyectado destino.
El día 23, observábamos la estatua cubierta y apuntalada por andamios, ya lista para ser removida. Se ejecutó música - los himnos- y los presentes se tomaron las manos intentando rodear la plaza. Llevaban estandartes bordados, incluso uno similar a aquel que Colón portó en su viaje a América: el de los Reyes Católicos, que une los de las coronas de Castilla y Aragón. Y ahí pasó una abuela italiana con el nieto, suerte de Tadzio de gracia sólida y despreocupada. Su garbo era necesario para hacernos conscientes de la bendición del cruce de sangres que es, en definitiva, el blanco del ataque que representa la remoción de Colón.
A este monumento se lo quita aparentemente en rechazo de algo - algo fácilmente rastreable siguiendo los cánones del revisionismo en auge-. Pero tras esa fachada, categoriza un purismo racial, distinto al que definió el país del Centenario, pero igual de tajante. Y definir según la vara de las categorías raciales – sea la raza que sea- es racista, está claro, y manipulatorio. Por eso podemos decir que se utiliza maliciosamente a la Juana Azurduy donada por Bolivia, que es la que ocupará el lugar de Colón, en vez de tener el suyo propio como merecería. Y para que no se piense que al menos tiene audacia u originalidad este enroque, hay que ver los hechos a la luz de lo que sucedió en Venezuela en 2004. Allí había una estatua a Colón realizada por Rafael de la Cova en 1893 para celebrar los 400 años de su llegada a América, que fue instalada luego, en 1934, en un paseo que llevó su nombre. Pero en 2004, se autoconvocaron en el lugar agrupaciones chavistas, para "juzgar" a Colón. ¿A qué nadie adivina el veredicto? Bueno, se la pintó de rojo y fue derribada. Y se instaló en su reemplazo la de un cacique. Igual que aquí, lo hicieron los modernizadores. Porque un tipo como Colón, que puso como norte de su vida la aventura máxima de navegar lo desconocido es, claro, un conservador, un reaccionario. Colón, que devorado por su ansía de búsqueda, dialogó con las nociones de Ptolomeo y Marco Polo, por ejemplo. Respetó saberes, pero era esencialmente un descubridor dispuesto a adentrarse en lo desconocido, además de un emprendedor y gestor colosal. Y un fiel exponente de un momento en el que la experimentación comenzaba a oponerse a la tradición como fuente de autoridad científica.
"Todas estas tribulaciones están escritas en piedra de mármol y no sin causa", reza el monumento a Colón emplazado en Santo Domingo, uno de los tantos realizados en su honor que se hallan dispersos por el mundo. Se trata de una frase del Diario del Almirante. Pero aun el mármol de carrara, enfrentado al agresivo salitre de Mar del Plata, pierde su proverbial propiedad de perdurar. Si el propósito destructivo es alcanzado, y la historia torsionada hasta cortar los tendones que articulan el patrimonio común de nuestra cultura, el mármol será arena y Colón volverá a ser un Tadzio versión sudaca, cuerpo a rastrear en el archivo mudo de aquellos a quienes nadie reclama, en una morgue.
(Fin parte 1)
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