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En el siglo 19 el territorio pampeano asistió a la consolidación de una cultura interétnica y tribal, cuando grupos de tehuelches, pehuenches y otras etnias adoptaron una lengua franca común, el araucano, e incorporaron a otros grupos venidos de Chile (que huían de la “Guerra a Muerte”), así como a realistas fugitivos, bandoleros, cautivas, artesanos, desertores, entre otros personajes que se adaptaron a la vida y a la cultura de los nativos indígenas. Habitaron en tolderías y ocuparon todo el territorio al sur del Río Salado de la provincia de Buenos Aires, aprovechando que ya desde el 18 el creciente uso del caballo resolvía el problema de las grandes distancias en las llanuras. A mediados del 19 hubo una interesante etapa de relativa paz, cacicatos poderosos, comercio y expansión de esta forma de vida. Pero el entonces muy joven estado argentino planteó a esta cultura diversas etapas de lucha, negociación y combate. El Malón Grande de 1874 provocó la reacción que llevó primero a cavar la Zanja Alsina, en una escalada que culminó con la famosa Campaña del Desierto encargada por el presidente Avellaneda al Gral Roca, la cual resultó en muchísimas víctimas y la rendición araucana.
La exposición que presenta la Fundación Proa examina esta etapa histórica a través de una serie de objetos artísticos que dan cuenta de lo allí sucedido por entonces. La prejuiciosa visión de que en las pampas solo había desierto a ser ocupado por el nuevo estado, es así desafiada por las magníficas piezas que evidencian, primero belleza, y luego un tipo de conocimiento y sensibilidad singulares. Ante la magnificencia de esta producción artística no se puede sino lamentar la evidente incapacidad de los hombres de entonces para integrar a estos otros habitantes del suelo argentino.
Pero algo más nos perturba luego de visitar Proa: es la sensación de que una oportunidad de exhibición muy valiosa ha sido parcialmente malograda. Pese a haber aquí reunidas muchas piezas de enorme calidad e importancia, una serie de factores atentan contra la posibilidad de una gran muestra.
"Las Pampas, arte y cultura" se desarrolla en cuatro salas. La primera aborda los adornos y el lugar de la mujer en la organización social. Encontramos una variedad de joyas de uso personal, y aunque las hay también realizadas con cuentas de vidrio de diversos colores y otros materiales, son principalmente de plata. El de la platería pampa es un fenómeno que tuvo su auge en el tiempo que enfoca esta muestra. Llegado el metal a las llanuras a partir del comercio con los criollos, y también como botín de los malones, los caciques contaron con plateros propios que tomaban estilos por entonces en boga pero los simplificaban y volvían su arte más austero, acaso más minimalista, influenciados por un modo chileno. La plata, aún más opaca que la criolla, siempre representó a la luna, y resaltó aspectos de una cosmovisión tanto como señaló jerarquías: las mujeres honradas por sus hombres con estos adornos eran distinguidas y señaladas en su posición social.
Pero es aquí donde el diseño expositivo de Luis F. Benedit empieza a revelar excesos arquitectónicos y ensimismamiento, que vuelven a las piezas incapaces de desplegar toda su retórica. Contando tanto esta como las demás salas con muy buen metraje para desplegar los objetos, el espacio se vuelve en contra al abigarrarse los conjuntos de manequíes que representan a mujeres enjoyadas, algo que se hace extensivo a muchas instancias de la muestra, en las que las vitrinas y los diferentes despliegues no permiten que cada pieza reverbere con singularidad. Y la luz tenue, bajísima, así como resulta adecuada en los subsiguientes despliegues de textiles debido a las necesidades de conservación que estos conllevan, es una elección menos feliz cuando se trata de exhibir platería.
En la sala 2 los problemas se agudizan: no se hace foco en las piezas importantísimas que aquí se encuentran. Hay un par de tremendos mantos tehuelches pintados sobre cuero de guanaco. Famosísimos, presentes en muchos catálogos y libros internacionales, nos topamos con quizá el más interesante del que se tiene conocimiento, parte de la colección del Museo Quai Branly. Una maravilla de 163 x 145 cm., con dibujos repletos de simbolos mayormente abstractos y una fluidez estupefaciente en el trazo. Vale, por supuesto, la visita a Proa solo para ver estas piezas únicas. Hay también un círculo de manequíes que lucen ponchos pampas. Es la reproducción de un lonco, reunión delibertativa de caciques y capitanejos, dentro de esta fase dedicada a pensar la organización social y política de los cacicatos. Mientras que, en la siguiente etapa, la sala 3 despliega una vasta variedad de aperos pampas. Aunque el diseño expositivo de Benedit vuelve a incurrir en la acumulación desmedida de piezas en espacios reducidos de exhibición (vitrinas) que impiden individualizar correctamente cada obra, no se puede sino admirar la riqueza de las colecciones públicas y privadas aquí reunidas. Enseguida evocamos la famosa Vuelta al malón de Della Valle, la carrera altiva de retorno a las tolderías. La imagen del caballo pampa engalanado, insólitamente dócil al hombre como lo pinta la literatura de aquel entonces. Y, ciertamente, se sale de Proa con ganas de volver a la Excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla, libro irreemplazable para comprender el mestizaje y el tipo de relaciones que se desarrollaron.
Claro, los admiradores de don Lucio V. experimentaremos en la sala 4 la intensidad de la presencia de los ponchos de tres figuras cruciales decimonónicas: el suyo propio, que el cacique Mariano Rosas le regalara para sellar una hermandad y ponerlo a resguardo de sus propios hombres, junto a los del Gral. San Martín y Calfucurá. Un lujo hallarse frente a estas piezas reunidas aquí, provenientes del Museo Histórico Nacional y del Ricardo Güiraldes, de Areco.
Muchos ponchos más se exhiben en la sala. La variedad enorme en los ornamentos, los diseños , los lenguajes cifrados en la lana, apabullan y descubren un mundo de sensibilidad exquisita. Cada grupo que habitó esta suerte de confederación de pueblos indígenas desarrolló un estilo propio y la exhibición lo evidencia con certeza. A pesar de la notoria falta de epígrafes claros para muchas piezas, otra cuestionable decisión en la puesta. Probablemente este lugar autónomo de Benedit con respecto al guión, ocurre debido a la ausencia de una curaduría sólida que tome las riendas de Las Pampas: arte y cultura. Fue organizada por Claudia Caraballo de Quentin, conocedora y coleccionista. Pero otras voces discurren también, según los distintos ángulos que la muestra abarca. Lo mismo ocurre en el libro editado especialmente para la ocasión, organizado por Caraballo, que contiene un estupendo catálogo de piezas de las distintas colecciones que aportaron a la muestra. En él encontramos varios textos sólidos, pero acaso el más interesante venga de la mano de la sapientísima Ruth Corcuera. Pero aún así, se evidencia como un proyecto que partió de la existencia de piezas a las que se forzó a encajar en un diseño expositivo y en un guión limitados.
Esta ausencia de un desarrollo intelectual entusiasta termina por dejar baches como el borramiento de toda huella de espiritualidad y cosmovisión trascendente en los pueblos pampas. Una omisión imperdonable, ya que niega una estructura, un complejo filosófico al que es necesario asomarse si se desea entender los procesos históricos o artísticos. Al tomar la visita guiada, las responsables nos señalan que el proyecto se propone ceñirse al revelado de un proceso histórico, evitando tanto esteticismos como impulsos interpretativos de este momento distante. No hay propósito de indagar en los mitos, en el universo simbólico. Parecemos hallarnos ya muy lejos y haberse clausurado con candado el posible conocimiento sobre una cultura muy diferente. Lo cual es inexplicable, y aquí se revela la mayor de las falencias de esta muestra. El siglo 19 no tuvo lugar hace 3000 años, los mapuches siguen vivos e integran sus comunidades destacados intelectuales, cuyas voces hubiesen resultado sumamente útiles para que no quede ese siglo con su producción artística aislado y desolado, repitiendo y actualizando en el presente el espejismo del desierto del que la muestra pretendía librarnos. Los videos y proyecciones también resultan operativos a esa visión falsa, ya que muestran el paisaje, el entorno natural, y nunca la continuidad de personas que llevan aún hoy esa cultura adelante. En una de las proyecciones, sí vemos a los araucanos del siglo 19, en la representación de los dibujantes blancos. Pero no hay voces actuales, y pienso en videastas como Jeanette Paillán, poetas como Lionel Lienlaf, y otros tantos artistas y académicos mapuches que viven en Chile, en Argentina y en otras partes del mundo. Por supuesto, no es que resistamos la idea de una muestra que se enfoca en un período determinado. Es que la falta de un diálogo fructífero con el presente, que aparece en aspectos como la omisiones que señalábamos, entre otros, vuelve necesario este acercamiento a un pensamiento que es el que impregnó el corpus artístico exhibido en Proa. El desierto resurge pavoroso.
El diseño de exposición fallido, la falta de profundización en una cultura aún viva, generan un artificio, un travesti cultural que no refleja la irradiación de un pueblo que hoy se expresa con extraordinaria vigencia y fuerza, aquí desaprovechadas. La idea de que Occidente no puede pensar simbólica y conceptualmente en empatía con otra cultura, desmorona la posibilidad que habilitaba la calidad y cantidad de obras de arte. Aunque, en definitiva, sigue resultando muy recomendable visitar la muestra dada la importancia superlativa de algunas de ellas, a las que es estupendo conocer o reencontrar.
(“Las Pampas: Arte y Cultura en el Siglo XIX” en Fundación Proa, Av. Pedro de Mendoza 1929, Ciudad de Buenos Aires. Martes a domingo de 11 a 19 hs. Entrada $ 10. Hasta el 9/1/11) |
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Adornos de las mujeres |
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Platería |
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Mapa que muestra los teritorios que ocupaban el estado argentino y los araucanos en el siglo 19 |
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La gente |
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Manto tehuelche |
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Notable la colección de aperos |
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Estribos |
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Variedad de ponchos |
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Exhibición de textiles |
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Lucio V. Mansilla |
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Ponchos de Lucio V. Mansilla, el Gral. San Martín y Calfucurá |
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Mapuches hoy |
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