Corderos y pánico en una residencia artística
por Guillermo Srodek Hart
 
     
 

La residencia Chashama North es un espacio en Hudson Valley en el que los artistas conviven en un entorno rural del pequeño pueblo de Pine Plains, NY. Por la rusticidad de su estructura y su entorno de campos, valles y bosques, quienes participan en la convivencia, unos 7 artistas, suelen incorporar dichos elementos en su arte, durante las 5 semanas que dura la estadía de investigación artística.
Fui seleccionado para participar y allí fui este año, justo al comienzo  del otoño en Norteamérica.

El 22 de septiembre me encontraba manejando hacia un campo orgánico cercano a la residencia para comprar un cordero y cuatro pollos, todos vivos. Viajaba en compañía de Verónica, la coordinadora y anfitriona. Sus razones para tenerme allí: "Entiendo lo significativa que es la cultura rural en lo que refiere a tu trabajo." Mis razones  para estar allí: tener mis propios animales en la residencia, alimentarlos, cuidarlos, y eventualmente, comerlos. Y registrarlo.
Durante el viaje de regreso, entre los cacareos y balidos que venían de la parte trasera del auto,  comenzamos a debatir sobre el futuro de los animales. Y sobre dinero.
-  Si vas a sacar fotos y filmar la carneada, ese animal es considerado tu material artístico, no?
- Puede ser;  pero si todos van a comer de ese animal, entonces debería ser considerado comida para la residencia y deberían pagarlo uds., me parece.
- Bueno pero yo no ando pagándole las pinturas a uno o los videos a otro. Porqué debería pagar lo tuyo?
- Porque no nos comemos las pinturas ni los videos, Verónica. Y en la residencia dice que la comida y el alojamiento están pagos.
- Sí, pero no puedo ir a mis jefes y decirles así nomás que me den más plata porque a vos se te ocurre que querés matar a un pobre animal.
- Me parece que tus jefes van a entender que esta carne nos va a proveer por varios días, además seguro que podemos llegar a un arreglo.
- Entonces si vas a hacer un asado tipo Argentino yo voy a invitar a un montón de amigos míos que vengan a ver esto y a comer.
- Si querés, me parece bien, pero yo no voy a andar compartiendo mi comida con un montón de desconocidos a menos que lo pague la residencia. Si el cordero es material artístico, entonces me corresponde total autoridad sobre cómo lo utilizo y con quién quiero compartirlo.
- Bueno, ok, entonces yo invito a mis amigos al asado; vos cocinalo, y a la noche paso la gorra y junto donaciones de mis invitado y a otra cosa.
- Si vos te comprometés a hacer eso, listo. Yo me divierto asando la carne y vos te ocupás de juntar la plata. Ponete una minifalda que seguro así nos dan más dinero.”
Sonrisas.

Esa noche los pollos fueron a parar a un gallinero improvisado y el cordero durmió frente a mi habitación. Al amanecer lo maté, cuereé y carneé. Todos sabían que ocurriría la matanza, aunque el único que la vio fue Brandon, un artista que me ayudó a  hacer una filmación donde el animal se desangraba sobre mi pecho. Ese día todos vieron mis ropas y mis manos manchadas de sangre mientras iba y venía enterrando vísceras, colgando el vellón y guardando el animal en la heladera.
Lindsay, una artista hippie de la residencia, se me acercó y me dijo que si fuera una aldea medieval, yo sería el carnicero, y me agradeció por hacer el trabajo sucio que nadie se animaría a hacer. Me gustó su comparación.
El cordero fue a parar al asador, luego de que un amigo del pueblo improvisara con bastante éxito una cruz de metal. La ceremonia de cocción duró como 4 horas, ante la interesada mirada de los invitados, frente a la exótica y rudimentaria forma de cocinar la carne. El éxtasis llegó cuando el animal fue servido, entero, sobre la mesa. Con mi cuchillo en una mano y nada más, arrancaba los trozos que iba apilando en un plato comunal, rompía los cuartos desde su coyuntura, tajeaba el cuero de las costillas y separaba la pulpa de la cervical. Era un festín vikingo. Supongo que por un momento les hice olvidar que el origen de su felicidad había estado balando días atrás a metros de donde ahora yacían sus huesos y restos de carne.
Luego de comerlo del modo más primitivo y animal, y ya concluida mi actividad como carnicero-asador, me senté alrededor del fuego junto al resto el grupo. Desde la noche fría alguien me advirtió que estaban hablando de mí.
“Uff”, pensé mientras me acomodaba en el círculo.
“¿Porqué mataste al cordero?¿Te das cuenta que has traído la muerte a nuestra residencia, a la comunidad? ¿Porqué utilizas la violencia hacia el pobre animal en tus fotos y videos? ¿Quién es tu audiencia? “
Las preguntas se disparaban como balazos desde la oscuridad, se filtraban por la cortina negra a través del fuego, dirigidas desde sus dientes con restos de mi carne, las inquisiciones se olían desde sus alientos empapados en bilis, regurgitando las fibras del cordero, eructaban los restos de vida del animal mientras se quejaban y pedían explicaciones sobre el sacrificio. Debatían entre ellos la muerte y el espectáculo intentando racionalizar y teorizar sobre el animal masacrado. Yo me encontraba en un lugar de sombras, mientras me repetía a mí mismo en castellano, “no pierdas la calma, es un choque de culturas, nada más”… Miraba mis manos con algunos cortes, todavía las heridas abiertas, latiendo, las uñas con mugre de lana, palpaba el filo del cuchillo. Les había dado una ofrenda que habían fagocitado como caníbales; y se habían visto como bestias, sin la domesticación, sin el envoltorio del supermercado, la sangre en sus manos y en sus lenguas en un espejo de carne. Como si les hubiera tendido una trampa, acababa de rascar la cicatriz que hizo supurar sus hígados de tóxicos de muerte animal. Tenían la ingesta de una vida inocente atravesada en sus gargantas y se ahogaban, cómplices todos de un asesinato, y ahora buscaban al culpable para linchar, ahora yo era el cordero.
Mi respuesta fue breve, luego de interrumpirlos en sus chillidos:
‘No tengo que explicarle nada a nadie. Hoy comieron el cordero que maté, y van a seguir comiéndolo por varios días más. Y el cuero va a servir como alfombra o manta. Se está secando en un alambre. Y los pollos los venimos comiendo en forma de caldo, al horno, fritos y en empanadas. Me invitaron a esta residencia porque había un interés en el tema de la carne y el campo. Yo les traje la carne a su patio trasero, y con ella, la muerte. Quien no entienda que la carne viene de los animales y que para conseguir el alimento hay que matar a ese animal, ahora lo sabe.’
Hubo silencio. Alguien aplaudió tímidamente a lo lejos. Me incorporé y junté los huesos que habían quedado sobre la mesa. En eso se me acercó un muchacho que había sido invitado, el único vegetariano, y me estrechó la mano. El único que había entendido la situación, y eso me dio gran placer. Luego, uno de los hipócritas, el que me había bautizado como "el traedor de muerte a la comunidad", docente de la NYU y activista agrícola, me confesó en privado que la semana siguiente se iba de cacería de ciervos con su padre, que él también mataba pues era una manera de acercarse a su progenitor. “Matás para papi?”, pensé
A la mañana siguiente Verónica se fue por unos días. En la mesa, la alcancía de donaciones estaba vacía. Alguien de minifalda se había olvidado de pasar la gorra. Ese mismo día, desde el avión, nos llega a todos de su mail el anuncio de decisiones importantes, en pos del nauseabundo vaho a cordero que, impregnado en su pelo, le causaba enorme rechazo a lo vivido la noche anterior. ‘A partir de ahora soy "pescatariana," anunciaba Verónica. (Supe más tarde que el concepto aplica a personas que solo ingieren carne de pescado en su dieta.)
Pero días después del manifiesto pescatariano, la chica volvió a comer animales de todo tipo mientras salivaba al verme preparar empanadas de pollo, carne y, ehem, verdura. El resto se reía por lo bajo. Algo dentro de la coordinadora se había fisurado desde la noche del cordero al asador, y nada sería lo mismo.

El sábado 8 de octubre, de visita en Boston, mantuve una conversación telefónica con Verónica. Cuando tocó el tema del pago del cordero le dije que, considerando que todos sus invitados habían comido de mi carne, y que la alcancía estaba vacía a pesar de su promesa y de su minifalda, ella debería pagar el total del animal. La coordinadora explotó en una verborragia de insultos, amenazas y reproches que me dejaron totalmente paralizado y sin ganas de volver a la residencia. Entre otras cosas me dijo que era cruel con los animales, satánico y practicante de voodoo, las dos últimas causándome cierto halago. Sintiendo que ya no era un huésped bienvenido por mi anfitriona, y a pesar de las hostilidades, decidí regresar a la residencia. Y no sólo eso, sino que a la pasada compré otro cordero y continué con mi trabajo acerca de la disociación entre el animal, la muerte y el consumo de carne,  que ahora veía con total claridad.

Maté el cordero el domingo 9, esta vez alejado de la aldea, de las miradas, de los juicios, en una casa abandonada a 100 metros de la residencia. Les oculté la muerte, la violencia, la sangre. Pasé 5 horas sacando fotos, carneando tranquilo, disfrutando de los descubrimientos anatómicos y puliendo mi destreza en la preparación primaria de alimento y abrigo. Pero desde la oscuridad me estaban espiando. Verónica y la hippie miraban y fabulaban acerca de mi actividad escondidas entre los yuyos del campo. Quemaban hojas de salvia ‘para purificar al lugar de la muerte que estás trayendo.’
A la noche siguiente programé con Brandon una sesión con mis dos últimos pollos que había cuidado y alimentado por semanas. Cuando Verónica nos vio entrar a la casa abandonada, amenazó con llamar a la policía. Dijo que el edificio estaba clausurado, que temía por un juicio, y amenazó a Brandon con cortar su amistad en caso que me ayudara. Brandon, quien en su pasado también había sido activista, como el acusador de la NYU, me miró con cara de “lo siento” y se retiró. La matanza, las fotos y las filmaciones las hice solo. Ya tarde en la noche, volví a la casa, pelé y evisceré a los pollos, los dejé en la heladera de la cocina comunal, hice las valijas, cargué el auto con el cordero del día anterior, mis equipos, mi ropa, y me despedí para gran sorpresa de todos. “Lo siento gente, pero ya me está costando mucho trabajar aquí. Ha sido una experiencia memorable.”
Me fui a Boston a hacer el asado con viejos amigos.

Verónica me mandó varios mensajes con más reproches y un ultimátum donde exigía saber si yo regresaría para los Open Studios, el día final cuando se presentan los frutos de la experiencia de la residencia. “¿Vas a venir o no? Porque si no vienes, tendré que estar en tu estudio y pretender que soy Guillermo. Imaginate eso. Simplemente me voy a sentar en tu espacio de muy mal humor, y le hablaré a la gente sobre matar animales. ¿Está bueno eso? Les diré a todos que fui una mujer una vez, luego un raro travesti, ¡y finalmente, Guillermo! Serás una anomalía en el mundo del arte."
Guardé silencio y decidí participar junto con mis colegas artistas. Llegué a la residencia horas antes de que inauguraran. Verónica sabía de mi repentina presencia pero se mantuvo alejada. Los artistas me recibieron con abrazos y calidez, la hippie exhibía mi vellón dentro de su instalación, el vellón del animal que había sido alimento de ellos, y motivo de crisis y juzgamientos.
A la noche hubo una cena para 15 personas. Descubrí que Verónica había pedido que no se comieran los pollos, debido a mi supuesta saña al darles muerte. Ante sus ojos, todos los animales que maté eran ella y mis deseos de matarla. Por ende, la transmutación de mis intenciones habían empapado la carne de putrefacción y nadie podía comerlos. Sin embargo, no había suficiente ensalada para saciar a los 15 comensales, y pronto comenzó a olerse pollo al horno. Quienes no sabían de las aves en cuestión, festejaron su sabor así como también se agradeció con una oración antes de comerlos. Yo observaba desde la cabecera de la mesa y me sentía completo.

Llegó un mail de Verónica un par de días después y ya finalizada la residencia: “No me arrepiento de haberte invitado. Creo que fue interesante verte en acción, y que los otros artistas se beneficiaron con tu presencia, especialmente Brandon, me alegra que hayan podido colaborar. Ah, me contaron que la última noche estabas atrás de mi amiga Snyder. No te gastes en perseguir chicas inteligentes, G. Tienen cero tolerancia para con tipos como vos, insultantes y misóginos. Fuiste la peor parte de mi experiencia en la residencia.”

Guillermo Srodek Hart
nació en Buenos Aires, Argentina, en 1977. Se formó en School of the Museum of Fine Arts/ Tuts University (Boston) y en el Mass College of Art (Boston).
Exhibe desde 2005 en Argentina y en el exterior. Ha sido publicado en numerosas revistas y prensa especializada.
http://www.srodekhart.com

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
     
  SUMARIO  
Año 1 - Numero 4
Tapa
Editorial + Staff
Lectores
Dama salvaje
Entrevista a Nushi Muntaabski
por Dany Barreto
     
Producción fotográfica: Nushi Muntaabski
por Rosana Schoijett
     
La temperatura de las cosas
Sobre el arte callejero en interiores
por Guido Ignatti
     
El desierto artificial
Proa: Las Pampas: Arte y Cultura en el Siglo XIX
por Juan Batalla
     
Las alas del museo
Sobre el Museo de Ciencias Naturales
por Mariano Soto
     
Catena premia a la escatología fotográfica contemporánea – Y rescata algunas gemas
Premio Foster Catena a la fotografía contemporánea
por M.S.Dansey
     
Carne
Corderos y pánico en una residencia artística
por Guillermo Srodek Hart
     
Cultura libre y copyleft interrogando al arte contemporáneo
Tensiones en la cultura digital
por Mariana Fossatti
     
Cuando sea grande quiero ser (un coleccionista) como Ale Ikonicoff
Pistas confusas, links e hipertextos sobre coleccionismo otro
por Alejandro Londero
     
Affaire Internacional
Traspasando las fronteras invisibles / Uche Okpa – Iroha
diálogo con Juan Batalla
     
Dr.Selva / Kid Yarará
Cómic
por Charlie Goz y Mari Bárbola
     
Foro de opinión
Marta Minujín
     
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