Función de Luciana Lamothe en Benzacar
por Guido Ignatti
 
     
 

“En esta sala yace el instrumento, así como también lo hace la herida de una caída propiciada a punta de lanza. Es evidencia manifiesta, que recuerda lo fútil de la existencia y de lo que se considera absoluto.”

Una escultura diseñada para destruir la sala que la alberga. Esa es la función del instrumento/obra, y es también el título de la muestra que Luciana Lamothe preparó para el subsuelo de Benzacar. Un andamio de un cuerpo, esmaltado en negro, con cuatro tubos de hierro oxidado y puntas agudamente biseladas, es el arma. La muestra se completa con la lesión perpetuada: En la pared de la sala se observan las marcas que dejó el uso sistemático y medido de la escultura contra el espacio. Se dice escultura porque así lo define la artista, y no es que no lo sea, pero la funcionalidad podría malinterpretar al objeto y no dejarnos ver qué hay detrás de la función de romper, que hace a esta muestra la peculiaridad en la escena artística local.
La acción y su evidencia forman la muestra, esta asociación es necesaria para que la obra cobre sentido ante los ojos absortos del observador, como lo tuvo en su momento para quien operó una y otra vez la escultura que rompió lo que quiso romper. Cabe destacar que en la obra de Luciana Lamothe es recurrente este dúo, es sabido que siempre deja el arma al lado de la víctima. Y más allá de lo que se muestra- la evidencia- lo revelador es lo que no se ve, su leitmotiv. La violencia dominada y dirigida, la sangre que circula agitada durante la acción, es el combustible de esta máquina destructora. La pulsión y el deseo irrefrenable. La inevitabilidad. Si ponemos en perspectiva su trabajo, es la primera vez que acciona tanto sobre el espacio que contiene a sus obras y, como no podía ser de otra manera, termina destruyéndolo- o al menos mostrando que puede hacerlo-. Si hay algo innegable es la perseverancia que se observa al contemplar sus esculturas, objetos y acciones. Hay que hurgar en su forma de trabajar para entender de qué va todo esto. En el ahínco que deposita sobre la materialidad de las cosas está su metié. Su producción es un decálogo de herramientas destructoras, las obras están y funcionan, pero en este caso en particular es una escultura instalada operando en relación al espacio. Y es donde, quizá, esta artista se pudo mostrar a sus anchas. Dominándolo todo y dando en el blanco. La obra está dañando la institución, la artista está golpeando al legitimador. La obra en el sótano de la galería es la misma artista, como una suerte de autorretrato funcional.
Lamothe parece revisar un tiempo que le es ajeno al espectador, osa darle cuerpo y volverlo troncal al exhibir los restos de su acción demoledora. Ella tira la piedra pero jamás esconde la mano. El momento irrepetible de una acción breve, el instante privado del atacante y la manifestación de su deseo, es lo que pone frente a nuestros ojos. Pero al mostrar vestigios de la acción pasada nos demuestra lo ajenos que somos al acto y lo espectadores que siempre seremos ante su obra. Las piezas no invitan a ser parte; por el contrario, nos excluyen y parecieran estar delimitadas por un cordón policial invisible. Cautiva ver desde afuera la malicia de otro, que es la propia sublimada y nos enfrenta a nuestro morbo desde su peculiar óptica de resistencia.
La imagen que se nos presenta es reflejo de una sociedad que goza de la violencia, que necesita del vandalismo para destruir los cánones y que se deleita al saber cómo hizo tal o cual desalmado para cumplir su cometido. Así la obra de Luciana surge como algo extremadamente atractivo, ya que es solo una pequeña muestra del potencial destructivo de la escultura y de ella misma. Podría haberlo corroído todo; desgastado, perforado y lastimado el yeso blanco del típico white cube hasta hacer polvo la corteza de la más afamada galería de arte contemporáneo porteño- Brian O’Doherty canoniza como “catedrales contemporáneas” a las salas como esta-. Sin embargo, la acción contundente y dirigida es tan eficaz como el caos mismo para su fin. Pretende intimidar y lo hace. Aquí no domina el deseo, la razón puesta a su servicio resulta aún más eficaz.
El clima es áspero en la sala blanca. La atmosfera está iluminada por tubos fluorescentes, donde la vibración del vapor de mercurio repele, tal como sucede en los quirófanos, o mejor dicho, en las morgues. El óxido de las agujas sesgadas del instrumento de tortura, resalta sobre el blanco puro y las prolijas líneas negras de la estructura. Si este lugar fuera aséptico esas agujas transmitirían por lo menos el tétanos. Da pavura pensar en las consecuencias. Además de lastimar puede infectar. Evidentemente ya lo hizo.
En la pared, como en un dibujo de monitoreo electrocardiográfico que va atenuándose con el palpitar, están las marcas del ritmo constante y parejo de la laceración metódica. Un ritmo que parece marcar el final de algo. En la escena del crimen hay un arma, una herida y un final. Si los artistas se valen de nuevos sistemas para decir, esta muestra pareciera haber escrito en el aire el epitafio de las leyes del juego, tal como las conocemos.







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La muestra se podrá visitar de lunes a viernes de 11.30 a 20.00hs. hasta el 17 de junio en Ruth Benzacar, Florida 1000, CABA.




 


 
     
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Año 1 - Numero 10
Tapa
Editorial + Staff
El artificio en evidencia
Entrevista a Karina Peisajovich
por Dany Barreto
     
Producción fotográfica
por Bruno Dubner
     
Epitafio contemporáneo
Función de Luciana Lamothe en Benzacar
por Guido Ignatti
     
La Historia Oficial
"Economía.." en Casa del Bicentenario
por Juan Batalla
     
Así en la villa como en Palermo
Diego Figueroa en Braga Menéndez
por Mariano Soto
     
Materialismo Puro
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Otra circulación / Rodrigo Torres
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