Goldenstein, Herrera, Flores y Miño muestran Interiores en Mamba
por Laura Isola
 
     
 

Los cuatro fotógrafos estaban bebiendo y charlando en una fiesta. Ese cuadrado perfecto de conversación que se adivina con dosis exactas de palabras chispeantes, algo de malicia y mucha inteligencia fue visto de lejos como una muestra. De la misma manera que Big Jim veía a Chaplin transformarse en un pollo en sus alucinaciones de hambriento en La quimera del oro. Alguien, una mujer, empezó a gritar, en esa misma reunión, por caso, haya sido una inauguración. Le pedía a Alberto Goldenstein, Carlos Herrera, Raúl Flores y Jorge Miño que dejaran de hablar y que hicieran algo para que su deseo, el de ver sus obras juntas, fuera satisfecho. Una mirada promisoria, insistente, caprichosa y muy atinada, entonces, los unió mucho antes de que Interiores fuera realidad.
En la génesis está el chisme de cómo nació lo que hoy puede verse como la exhibición de fotografía más sugerente y estimulante en lo que va del año. No sólo por sus participantes por separado que son, en distintos ámbitos y generaciones, artistas reconocidos y consagrados sino por esa idea de conjunto que se entiende cuando se la mira. Ellos se vuelven externamente íntimos a su modo: desde las imágenes del museo de Goldenstein hasta las vistas de estructuras de Miño. En el medio, los más “interiores” en apariencia, Herrera y Flores rebuscan en los espacios domésticos para encontrar(se) que el más apacible y homogéneo gesto burgués puede deparar inquietud y fragmentación.

El aura de la fotografía
El trabajo de Alberto Goldenstein es, además de su exquisita realización, un ensayo. Uno escrito con imágenes de cuadros e interiores de museos que tiene como cita de autoridad, en mi imaginación, claro está, el artículo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, de Walter Benjamin. Cuando leo allí, “la comparación con la pintura sigue siendo provechosa. Un cuadro ha tenido siempre la aspiración eminente a ser contemplado por uno o por pocos. La contemplación simultánea de cuadros por parte de un gran público, tal y como se generaliza en el siglo XIX, es un síntoma temprano de la crisis de la pintura, que en modo alguno desató solamente la fotografía, sino que con relativa independencia de ésta fue provocada por la pretensión por parte de la obra de arte de llegar a las masas”, entiendo que el fotógrafo está pensando nuevamente esta misma comparación varias décadas después. Homenajeando el aura perdida de la obra de arte y haciendo de la reproductibilidad técnica su estrategia. Alberto me confesó en público que era un fotógrafo del siglo pasado y este conjunto de fotos es su mejor expresión. Pero para él, los problemas de Benjamin ya están superados; por eso, su pensamiento es una estructura en abismo. El cuadro que refiere a las bellas artes es fotografiado en el espacio del museo que, a su vez, le otorga el halo de lo bello y la fotografía que se lo quita. “Es preciso contar con que novedades tan grandes transformen toda la técnica de las artes y operen por tanto sobre la inventiva, llegando quizás hasta a modificar de una manera maravillosa la noción misma del arte”, iniciaba Benjamin, citando a Paul Válery en Pièces sur l'art. De la misma manera, hubiera sido posible el comienzo del de Goldenstein.
La arquitectura predomina en las fotos de Miño que, a primera vista, no parecen tan “interiores”. Son encuadres que buscan en los techos, las vigas y el hierro escaparse de la escala humana. Sin embargo, en el contexto de la exhibición, sus fotos parecen cuadros que remiten a formas de experimentación sobre lo nuevo. Pero a diferencia del surrealismo o el arte abstracto, por ejemplo, sus pinturas son para las masas. Están atravesadas por ese querer dejar ver todo, al tiempo que reconfiguran el espacio para dar una recepción simultánea y colectiva.

Un par perfecto
De qué manera lo exterior se encuentra en lo interior y cómo llamar al “hiato en el seno de la intimidad” que problematiza la relación interior-exterior o adentro-afuera del sujeto son las preguntas centrales del curso psicoanalítico de Jacques-Allen Miller. Y la respuesta es tan complicada que tuvo que inventar una palabra. Mejor dicho: usó la que Jacques Lacan había mencionado por única vez en uno de sus seminarios. Extimidad es, por tanto, un neologismo que convence de esa doble instancia de lo interno y lo externo. No sé si funciona para “desmantelar los permanentes artilugios de la voluntad de decir yo”, según reza la doctrina lacaniana. Nunca estuve frente a ninguno en terapia. Sólo sé que apenas saludan y que, a veces, pueden ser parodia de ellos mismos o chiste de Woody Allen. Lo que sí corroboro es que explica, admirablemente, las operaciones de Herrera y Flores. Ambos logran resultados estéticos distintos pero ponen en funcionamiento este concepto. Con sus fotos nombran la exterioridad de la intimidad: los objetos de Herrera y los bajocama de Flores proponen a un yo que se vuelve Otro. Que fisgonea en lo conocido para volverlo siniestro. Se sabe que el unheimlich del padre del psicoanálisis es lo no-familiar. Esa negación que afirma que es necesario que exista lo doméstico para que se produzca el extrañamiento. Si no, estrictamente hablando, no hay siniestro alguno. Por eso, todo lo que aparece debajo de la cama, inclusive la pelusa, causa un poco de impresión. Esconder “skeletons in the closet”, cuya traducción podría ser “tener cosas escondidas del pasado” y “barrer la mugre bajo la alfombra” son las expresiones que implican esa necesidad de la casa para significar.
Por supuesto que hay que repartir méritos y esa “curaduría” incial de prepo no lo fue todo. Algo prendió en los cuatro y verse juntos, (vivir juntos artísticamente) debe haberse transformado en una necesidad. En un goce que concierne al deseo, y más precisamente al deseo inconsciente. Ese que está insinuado en el epígrafe del director de cine más psicoanalítico que podían haber elegido: La odio. Es estúpida. Siento la verdadera necesidad de expresar algo, pero no sé ni qué es lo que quiero expresar ni cómo hacerlo.










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Laura Isola - Nació en 1969 en Quilmes. Es Licenciada en Letras (UBA). Enseña la materia “Literatura del siglo XX” en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Participa de programas de investigación sobre literatura en el marco de los programas de Ciencia y Técnica de la UBA. Enseña español y literatura latinoamericana para extranjeros desde 1995 hasta la actualidad en diferentes programas de intercambio. Se desempeñó como periodista cultural en el suplemento Radar y Radar libros del diario Página/12 desde 1998 hasta 2004. Actualmente, escribe sobre crítica de arte en suplemento Cultura (Perfil), Ñ (Clarín), entre otros. Trabaja como coordinadora adjunta del área de Letras del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas (UBA).



 

     
 
     
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