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Elaborar un perfil de artista -ni exclusivamente anecdótico, ni rigurosamente biográfico- pero con elementos de ambos, impone rastrear un primer movimiento capaz de contener todos los demás. Roland Barthes fabricó una teoría sugestiva, en relación a los elementos, siempre aleatorios, que rodean la figura de autor. En la medida que los discursos se hacen públicos y permiten ser leídos como “sujetos de enunciación” nos informan fragmentariamente de una construcción. A esta serie de anecdotarios y “destellos de sentido que conforman algo así como una historia pulverizada", Barthes los llamó biografemas. Así lo explica: “Si yo fuera escritor, y estuviera muerto, me gustaría mucho que mi vida se redujera, gracias al esmero de un biógrafo amistoso y desenvuelto, a algunos detalles, algunos gustos, algunas inflexiones". Unas formas ultra breves, capaces de elaborar un relato donde se leen, como destellos, los momentos de una experiencia contada a través de los elementos que la protagonizan.
El ejercicio de distribución que Ryan McGinley desarrolló con su primera deriva como autor ofrece la dinámica migratoria de un “biografema”. En 1999 Ryan McGinley era un chico de New Jersey de 22 años, que vivía en New York, que estudiaba diseño gráfico y disfrutaba de jornadas de skate junto a sus amigos. En esa época decidió agrupar las fotografías que había tomado hasta el momento, en una edición de 50 páginas autoeditada que llamó: THE KIDS ARE ALRIGHT. Un título/homenaje al documental sobre The Who, dirigido en 1979 por Jeff Stein, y una declaración de principios. El documental logró llevar la efervescencia de la “contracultura” por todo el mundo, acrecentando una serie de nuevos adeptos de la generación post-Woodstock. La edición de THE KIDS ARE ALRIGHT consistió tan sólo en 100 ejemplares, pero su distribución adquirió la cualidad de una divulgación efectiva y la interpelación de un público. El libro fue distribuido primero entre sus amigos y los ejemplares restantes entre los fotógrafos y artistas que admiraba, pero también entre los editores de las publicaciones que leía habitualmente. El gesto obtuvo éxito y la corporalidad presentada a modo de auto-conocimiento y la celebración de situaciones compartidas a través del combustible proporcionado por la amistad, no tardaron en ser el centro de atención. Este diario de imágenes, protagonizado por una horizontal y diversa familia adolescente que exploran la juventud y los días urbanos, más que un registro subjetivo es un conjunto de construcciones y afiliaciones. "Mis imágenes son mi vida inventada. Son la vida que me gustaría estar viviendo". Un mundo de proximidades dichosas expresadas en tiempo presente.
La tecnología del yo puesta en marcha aquí, sigue la estela de aquellos que descubrieron a través de la pulsión subjetiva y el auto-conocimiento distintos modos de perfilar entidades colectivas. Nimios espectáculos perfilados como diversas formas de intimidad. Ni pactos expresivos, ni diario privado. Relatos fijos protagonizados por cuerpos, naturaleza y resquicios de acontecimientos compartidos. Son imágenes cargadas de insinuaciones optimistas donde las acciones se presentan sin peso, pero atentas a indicar su liviandad. Lo que vemos resulta tan inestable como casual, como si las cosas acontecieran entre "un momento feliz y otro despreocupado". Recortes de acciones colectivamente ideadas que suspenden, sin señalamientos categóricos, la distancia entre imagen y espectador. El hipnotismo sugestivo de tales situaciones intensifica el pudor ante la privacidad expuesta, a la vez que despliega una intensidad ahora compartida.
Sin catarsis expresiva y alejado de toda denuncia, el cuerpo nudista de Ryan McGinley resulta franco. Estos cuerpos desarrollan actividades que burlan el orden cívico. Las figuras se mezclan con el desierto, el campo o la luz y se funden, a veces literalmente, resultando imposible distinguir qué es cuerpo y qué superficie. En este estado ambiguo el erotismo es antes un clima que un acto, ubicado al servicio de la sorpresa, la emoción y el gesto. Adoptar la sencilla y plácida relación del cuerpo con la naturaleza convierte la insistencia en una especie de nudismo orgánico o hippismo siglo XXI. Muchas de estas imágenes fueron realizadas al atardecer y al amanecer, bajo una luz mortecina que vuelve homogéneos a los personajes. Estas imágenes no son hitos o los paladeos de un tipo de hallazgo fotográfico sino los documentos de una improvisación pautada y ensayada. Al igual que en el cine de John Cassavettes, las escenas parecen suceder frente a la cámara por primera vez. Sin embargo, lo único improvisado son los ensayos de un guión estrictamente escrito que varía en función de la progresión de los ensayos. Del mismo modo que Cassavettes, McGinley busca algo que sabe perfectamente qué es: pero sólo lo puede nombrar en el momento que acontece ante su mirada. Utilizar los recursos técnicos como si de una sala de montaje se tratase, permite que estos relatos visuales, reconvertidos en situaciones táctiles, simplemente sucedan.
Es allí, en el espacio público, en entornos no siempre consensuados, donde lo íntimo se revela. Un ejercicio de extrapolación de usos y escenarios que permite elaborar epifanías entre lo banal, la memoria doméstica y la aventura. Entender a la fotografía como aquello que avanza sobre la fascinación inmediata, perfila otros desembarcos para los pliegues de una amistad celebrada como un campo de operaciones y convierte a toda declaración biográfica en un músculo de ficción. Una constelación de narraciones, donde ningún tema predomina por encimo de otro y un espacio de proximidades expuesto sin nostalgia y sin melancolía.
Mariano Mayer -(Buenos Aires, 1971) es poeta, crítico y curador. Colabora mensualmente desarrollando textos y entrevistas para diversas publicaciones e instituciones. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Justus, (Diputación de León e Instituto Leonés de Cultura, 2009); CAFÉ (Madrid, 2009); We are ugly but we have the music, junto a Iván Mezcua (Madrid, 2005); Fanta (Corregidor, Buenos Aires, 2002) y Alguacil (Bajo la luna, Buenos Aires, 1998. Ha curado, entre otras exposiciones, Cerrado, no oscuro (Galería Blanca Soto, Madrid, 2011); Encabalgamientos (Galería Alberto Sendros, arteBA 2011, Buenos Aires) o Plano, peso, punto y medida (Universidad Torcuato Di Tella, Departamento de Arte, Buenos Aires, 2011. Edita junto a Cecilia Szalkowicz y Gastón Pérsico la publicación de cultura contemporánea SCRIPT. Desde el año 2002 vive en Madrid.
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