Entrevista a Mónica Millán
por Dany Barreto
 
Mónica Millán y Alejandro Chaskielberg    
 

Jueves 8 de septiembre. En la casa taller de Mónica en Barracas, mientras embala y organiza sus cosas para la Bienal de Curitiba. Junto a Liliana Porter y Cristian Segura, son los representantes argentinos en esta 6ta edición curada por Ticio Escobar y Alfons Hug.



Mañana mismo salís para la Bienal de Curitiba 2011 ¿Qué obra llevás?

Llevo "El picnic a orillas del Río Paraná" (2007). Es lo que me pidió Ticio Escobar, uno de los curadores. Pero hoy me di cuenta que tengo la cabeza en otro lugar, porque me lo pidió hace un año y dije sí. Pero ahora me hubiese gustado llevar lo último que estoy haciendo. Porque el amor de uno está con lo último, siempre.

¿Y hoy qué llevarías?

Algo de los dibujos que estoy haciendo ahora.

¿Cómo surgió "Picnic a orillas del río Paraná"?

Se remonta bastante tiempo atrás, al 2002, cuando fui a buscar tierra a orillas del Paraná para un proyecto que se llamó "El jardín de resonancias" (Mamba, 2002). Había unos oleros (se les dice así a las personas que hacen ladrillos) a orillas del río. Los miraba. Una imagen increíble; ellos muy flacos, con pieles oscuras, y rojizas por estar haciendo una quema; las lenguas del fuego llegaban hasta el cielo, muy celeste; y el río. Le dije a uno de ellos que debía ser lindo vivir acá, con este paisaje. Me contestó que sí, pero que le iba a durar poco por la represa de Yacyretá. Y ahí me di cuenta que desde mi adolescencia venía escuchando sobre esta represa y los relocalizados, las huelgas, los cortes de ruta. Pero enfrentarme con alguien a quien lo afectaba directamente, me conmovió.
Entonces me puse a investigar, hice dos expediciones remando por el Paraná. La primera con un baqueano que conocía todo sobre este río: los pájaros, las plantas… fue muy hermoso. Yo iba registrando los sonidos. Quería guardar la sonoridad de un paisaje que iba a desaparecer.
A estas expediciones las llamé "Mapas sonoros", por esta cuestión de ir marcando un territorio con sonidos. Todo tipo de sonidos: animales, viento, arroyo, plantas… que van delimitando un mapa.

¿Trabajás mucho con sonidos?

Los sonidos aparecieron en el año 92, cuando empecé a asistir a los monasterios budistas. En ellos, después de la práctica de la mañana, al final de cada ritual, se recitan unos sutras. De tanto trabajar con la respiración en el budismo zen mi voz era otra, y empecé a jugar con eso. Ahí me acordé de los sonidos que hacia cuando era chica y que había olvidado.

¿Qué sonidos hacías?

Los sigo haciendo aun hoy. Es un juego que tengo desde chica que me sale naturalmente al entrar al monte, empiezo a hacer sonidos de animales, sobre todo les contesto a los pájaros.

¿Los imitás?

No, es lo que me sale. No sé bien cómo es porque estoy como embargada en una emoción muy fuerte cuando sucede.
En la muestra del Mamba había de estos sonidos grabados, y Ernesto Ballesteros me dijo que porqué no hago una performance. Pero no puedo, me da mucha vergüenza, no me animo. Es muy distinto en el medio de la naturaleza, igual me lleva varios días entrar en esa frecuencia.
Me impresiona lo que sucede con los animales, con los días ellos comienzan a relacionarse, a acercase. Hubo un momento en que yo venía bajando el Peñón del Teyú Cuaré, todavía no había amanecido y una bandada de pájaros negros y grandes comenzó a gritar, con una frecuencia particular. Yo temblaba porque no podía prender el grabador, y a la vez quería contestarles. Y estuvimos un rato largo comunicándonos, ellos gritaban y yo les contestaba; duró como una eternidad, fue un diálogo real que también tenía algo de duelo.

¿Mostraste los sonidos como obra aislada?

Cuando el Yuyo Noé me invitó a participar de una colectiva, "Pintura sin pintura", en el CCEBA en 2005. Él quería que pintores mostrasen obras donde no pintaban y me propuso que bordase; pero a mí me pareció muy cercano a la pintura, era lo mismo, entonces le dije de hacer una obra sonora. Tomé fragmentos del proyecto de las expediciones y armé una edición de tres minutos. Muy corta, para que las personas se recostaran en un sitio que estaba a resguardo, privado, y se tomaran ese tiempo para escucharlo de principio a fin y que las imágenes surgieran en sus cabezas a partir de sonidos.

¿Cómo son tus procesos de trabajo?

En general tengo ciclos de tres años, son largos. Por ejemplo en 1999 terminé un proceso donde había pintura e instalaciones y mucho bordado colorido, con la naturaleza como protagonista, que llamé "Jardines del engaño". Fue fuerte para mí porque fue mi primer muestra individual en Buenos Aires. ¿Y ahora qué?, me dije. No me gusta volver al taller y arrancar mecánicamente. Me di un tiempo, y un día salí a caminar por Posadas, que es donde vivía. En estas caminatas fui recolectando siguiendo ciertas normas: por ejemplo, no recolectar nada verde, y tal otra regla que me iba imponiendo. Ahora era como un mapa de recolección, de plumas, raíces, ramas, hojitas secas, lianas, restos de la naturaleza. El taller que tenía en Misiones era muy pequeñito, quedaba frente al río. Antes estaba lleno de hilos de bordar, pinturas, pinceles… Saqué todo, tendí hilos en las paredes y lo llené de bolsitas de distintos tamaños con todo clasificado y embolsado sin saber para qué. Hasta que un día me encontré tejiendo nidos. Fue un proyecto raro porque yo venía de la pintura. Y había bordado mucho pero otra cosa, esto era con volumen, en tridimensionalidad con elementos de la naturaleza.

¿Esto es lo que mostraste en el Mamba?

Sí, "Jardín de resonancias". Nidos, termiteros y los sonidos que yo grababa. Fue muy raro. Como en un especie de mareo produje todo ese trabajo, no sabía muy bien hacia dónde iba, hasta el final cuando estuvieron todas las partes dislocadas y empecé a decir “esto va así”, y a encontrarle un sentido a cada parte.

¿El mareo es un proceso común en tu forma de trabajar?

Sí, y ahora soy más consciente de que esto me sucede. A los dibujos, por ejemplo, hace rato que pienso en sumarle los bordados y recién ahora lo hice. Pero lo que me aparecía era el bordado de antes, el antiguo mío y no me gustaba. Lo que tenía en la cabeza era que quería un dibujo orgánico, que tuviera una respuesta abstracta. Y que fuera bien geométrico pero sin ser duro, hecho a mano.
En dibujo es distinto, es como que tengo una imagen y voy siguiendo la imagen. Igual en el camino va cambiando, pero se acerca bastante.

¿Siempre dibujaste con proyector?

No, empecé en el 2002 cuando fui a trabajar al Paraguay, a Yataity, pueblo de tejedores. Me gusta mucho la diapositiva, porque al pasar la luz los colores son increíbles. Todas las fotos del pueblo las hice en diapositiva. Miraba mucho las imágenes que traía y ahí se me ocurrió traspasarlas con el proyector a una tela con la idea de pintarlas. Y cuando terminé el dibujo, hice una cosa que yo nunca había hecho: dibujar para después pintar, de modo que iban apareciendo los dibujos con la pintura misma. Cuando apagué el proyector, me alejé, prendí la luz, y vi el dibujo con esas líneas negras finitas de lápiz sobre la tela. Y me encantó.

A pesar del mareo en tus procesos se te ve organizada y prolija, mirá cómo tenés ordenados los miles de lápices con esas puntas largas y tan finas que parecen agujas.

Sí, pero no es así. Necesito tenerlo todo organizado afuera, pero el proceso interno no.
Para mí es fundamental el contacto con la materia. A medida que voy trabajando voy entendiendo y enterándome qué viene después. Yo hacia una pintura como salvaje, con balde, escurridor, pinceles grandes, trapos, me tiraba al suelo, movía las telas, una pintura expresionista. Para mí tuvo mucho que ver en el proceso la etapa de meditación, que me llevó a buscar otra cosa.

Tu obra requiere de un buen estado físico, tanto por lo que hacés en tus expediciones litoraleñas como en tu trabajo de taller.

Durante mucho tiempo hice mucha actividad física, remar, caminar… Y hace 6 años que estoy instalada en Bs As, es la época que más dibujé pero me olí muy quieta. Por eso quiero volver a Misiones a hacer un proyecto que es encontrarme con los colonos. En Misiones les decimos así a la última inmigración que va de 1930 a 1940. Quiero buscar y entrevistar a los que viven o a sus hijos.

¿Qué es lo que te interesa de ellos?

Sus historias de vida. Igual, nunca sabes qué va a suceder.
Por ejemplo en 2003 me fui buscando colonias que quedan cerca de Oberá, en el centro de la provincia. Empecé a buscar la casa de un personaje, Krasusky. Fui a buscar una persona joven de 30 años y me encontré al padre, Juan, de 75 años, que estaba solo y absolutamente arruinado económicamente; la mujer enferma, él muy viejito, los hijos que ya no estaban más, había perdido todas sus tierras. Se sentó y me ofreció la única silla que tenía. Lo vi tan abatido, pero sentí que con lo que él me contara ese abatimiento se podía dar vuelta. Le empecé a preguntar y él a narrar toda su historia. Era gracioso porque siempre me repetía que muchas veces lo vencieron y él decía que siempre se había parado, y mil veces tuvo que empezar todo de nuevo. Contando todo esto empezó a enfervorizarse, apasionarse y fue como que le volvió la vida.

¿Te contó algo que haya influenciado tu trabajo artístico?

Sí, le pregunté si tenía alguna forma particular de plantar y me contó que sí, y que es en base a un modo de pronosticar el tiempo. Que había inventado un sistema cuando pasaba solo mucho tiempo en el monte. Un sistema increíble: dice que el planeta se mueve seis meses a la derecha, se detiene por unos tres o cuatro días, y luego comienza a moverse en reversa, para la izquierda. En los días que está detenido hay que cuidarse pero después, cuando se comienza a mover, hay que atender los primeros seis días; cada día va a representar a un mes, el primer día es julio, el segundo agosto y así sucesivamente. Si el primer día llueve, significa que julio va a ser lluvioso. Si el segundo día hay viento, significa no sé qué… y así seguía con sus teorías. Era increíble como tenía elaborada esta idea del tiempo. Me dijo que lo empezó a observar cuando tenía 25 años; ahora hacía 50 años que lo ponía en practica y sobre todo le servía para plantar.
Para la muestra que hice en 2006 en Zavaleta Lab, "Llueve. Es de siesta", hice un pronóstico del tiempo, en el cual había un retrato dibujado de él. Escribí como si fuera una carta el sistema de pronosticar, y del otro lado la vida de él. Había dibujos donde yo ficcionaba a este personaje en la naturaleza que lo rodea, junto a este pronóstico. Esto es lo que pretendo en mis investigaciones, me gustan estos encuentros, con estos otros mundos.

Así fue con las tejedoras del Paraguay, trabajo que hiciste con la supervisión nada menos que de Ticio Escobar, quien te criticó de paternalista.

Fue así, tremendo. Yo caminaba 12 km para llegar al pueblo. Llegaba y me sentaba con Digna y Enrique, y hablábamos y me contaban de todo y yo nunca sacaba el grabador. Ellos hablan mucho. Los paraguayos son muy extrovertidos, se mueren de risa, te invitan a tomar mate y cuando te das cuenta estás almorzando, y después mate cocido con galleta a la tarde.
Cuando llegué a Asunción le conté feliz a Ticio lo cuidadosa que había sido en el encuentro, que no había usado grabador ni sacado fotos. Me pegó un reto, me dijo que los estaba decepcionando. Fue muy bueno eso, y ahí me contó como fue su aprendizaje. Porque él es un autodidacta y venía trabajando con los Ishir que son del Chaco paraguayo, trabajó con ellos 10 años. Al principio era cuidadoso, circunspecto. Cuando le ofrecían para comer o beber algo que no sabía qué era, aceptaba educadamente. Un día le tocaron el timbre en Asunción un grupo de Ishir, y él los invitó a tomar el té con masitas. Cuando uno de ellos las probó, puso cara de asco y le dijo: "esto es horrible". Y Ticio ahí aprendió, dijo: "esa es la verdad en la relación". Para él fue un descanso.

¿Lo pusiste en práctica?

Cuando fui después de esta charla con Ticio a visitar a los tejedores de Yataity, llevé la cámara de fotos, y eso provocó felicidad. Cuanta más parafernalia sacaba, aparatos, cables, más feliz se ponía Enrique.

¿Cómo es el pueblo donde naciste, San Ignacio?

Es muy chiquitito. Por eso creo que el pueblo de tejedores Yataity me resultó tan cercano.
Alicia Herrero tuvo mucho que ver en el proceso de ese proyecto, porque para mí estaba todo muy claro mientras trabajaba, pero cuando llegué a Bs As y tuve que exponer ese proyecto, quedé paralizada. Le mostré a Alicia los tejidos y los manteles. Ella me dijo: “Mónica, ¿en que punto te toca este pueblo a vos?”. Fue como un golpe esa pregunta y no podía dejar de pensar en ella, pero a la vez era como una pared, no tenía la respuesta. Me quedé pensando y de golpe dije, son mis abuelos. En el pueblo encontré a mis abuelos. Y cuando dije mis abuelos, era mi infancia. Porque cuando yo me fui de San Ignacio a los 10 años, habían muerto mis abuelos.

¿Hiciste residencias?

Si, la que más me gusto fue en Banff, Canada.

¿Harías otra?

Ahora no porque no me quiero mover, quiero estar en mi casa. Antes me gustaba viajar. Ahora no quiero saber nada. Me encantan mi casa, el taller, el jardín.

¿Cómo surgió tu trabajo con el adobe?

Estando en el pueblo de Paraguay veía que ellos hacían la chipá, la sopa paraguaya, chipá guazú, y todas esas exquisiteces en el tatacuá (horno de barro). Y un día mirando el libro de Margarita Miró, "Pan sagrado", que contiene setenta y pico de recetas de chipás, ahí me encontré unas fotos pequeñas de documentación que muestran la evolución del tatacuá, cómo se llega a fabricarlo. El referente fue el tacurú, que es el nido de las termitas. Entonces ellos lo agujereaban cuando era abandonado por las termitas, ponían leños calientes, luego los retiraban y metían las chipás, y se cocinaban con el calor que mantenía el tacurú.
Hice una investigación con unas entomólogas de Misiones, buscando la composición del termitero (tacurú) y con esa información me puse a trabajar con el adobe.

¿Cocinás comida paraguaya?

Sí. Hago el borí-borí; uno que se llama "blanco", porque en lugar de hacerlo con pollo es con caldo de verdura. Con ese caldo, más la harina de maíz y el queso, hago las bolitas (borí-borí); después las cocino en más caldo, crema y queso mendicrim. Esta receta me la enseño Carlos Colombino.
También hago chipá guazú, que en Misiones lo llaman torta de choclo. Las tortillas de mandioca finita. Y chipás de naranja, que llevan jugo y luego van al horno sobre hojitas de la planta.






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Mónica Millán nació en San Ignacio Provincia de Misiones, en 1960.
Recibió las becas de la Fundación Antorchas, del Fondo Nacional de las Artes, Fundación Rockefeller, Fundación Telefónica y Academia Nacional de Bellas Artes. En el 2000 obtuvo la beca Trama para participar de talleres de análisis y confrontación de obras. Fue seleccionada para participar de residencias en Canadá e Italia.
Desde 2002 viene trabajando en Paraguay con un pueblo de tejedores, asesorada por el ensayista crítico de arte Ticio Escobar, fundador y director del Museo de Arte Indígena del Centro de Artes Visuales de Asunción.
Su trabajo de recuperación, identificación y recreación de tejidos tradicionales le permitió generar un vínculo muy fecundo entre creación artística, artesanía popular y lenguaje plástico.
Sus últimas instalaciones incluyen sistemas electroacústicos que reproducen sonidos capturados en pleno monte misionero más aquellos que experimenta con su propia voz.




 

     
 
     
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Año 2 - Numero 14
Tapa
Editorial + Staff
La cabeza en otro lugar
Entrevista a Mónica Millán
por Dany Barreto
     
Producción fotográfica
por Alejandro Chaskielberg
     
Convocatoria concurso de textos Sauna
     
La obra es también su percepción
Ernesto Neto en el Faena Art Center
por Guido Ignatti
     
/ Chicago 2011 \) = Contemporáneo ¬
Pandora´s box revela la colección del MAC + Bruce Nauman
por Juan Batalla
     
Flashero y contemporáneo
Sobre muestras en Ruth Benzacar y Zavaleta Lab
por Mariano Soto
     
Cabecitas negras en la embajada
Vicente Grondona en la Embajada de Francia y María Casado
por M.S.Dansey
     
Un viaje a Santiago de Chile: Feria Ch.aco, Chile Arte Contemporáneo
Un recorrido a otra realidad
por Lena Szankay
     
5 elementos
Penta recorrido por la galería Arte x Arte
por Alberto Elías
     
El auge del mercado secundario y la caída del arte
¿Porqué otros mercados funcionan y el del arte no?
por Jana Leo
     
Dr. Selva & Kid Yarará
“Supersaunos al rescate” – Cómic
por Charlie Goz y Mari Bárbola
     
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