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Las pinturas de Vicente están hechas para la cueva. Lo suyo es primitivo aunque si le preguntan, él dirá “clásico”. Y aunque no lo aclare, otros lo hacen por él. Ese “clásico” engloba rasgos de los períodos más exaltados de la tradición occidental, como una metamorfosis que nunca termina de definirse, las referencias pasan del barroco tardío -impresionismo, expresionismo, fauvismo- hasta ese primer modernismo que coqueteaba con lo salvaje. Hasta ahí y se detiene en el bohemio de principios del siglo pasado. Porque si hay algo que Vicente no es, es “contemporáneo”. Y tampoco pareciera querer serlo. Lo suyo es la representación, sin ligazones a segundos y terceros sentidos, sin más metáfora que la del motivo retratado. Ni un pelito más. Bueno, que pelos y pastos y plumas y uñas abundan en sus cuadros, grandes escenarios, más gráficos que pictóricos, donde la naturaleza retoza a sus anchas. Un paraíso acotado al terreno del bastidor. Que no es poco. Dibujar la tela oscura con lavandina –decolorar- para volver a marcar las mismas líneas con carbón y pigmentos de colores y luego otras, y otras, hasta completar la superficie con una gran trama de pequeños trazos zigzagueantes, preludio de una playa nocturna, de un bosque encantado, de un ritual celta, guaranítico, grondoniano, no importa.
La vida bulle en las telas de Vicente como bulle su cabeza pequeñoburguesa cuando sale de ronda, a los bares, a los matorrales, a la intemperie existencial a enfrentarse con los monstruos para volver después fortalecido a contar sus historias al seno de la tribu, de ser posible en un espacio habitado y amable donde brille el fuego: un hogar, una casa. En este caso, la casa de María Casado.
La anfitriona provoca el cruce con la obra de Fernanda Laguna, con quien se ha cruzado otras tantas veces en el mítico Belleza y Felicidad: linda trenza. Los cuadros de Fernanda, que en el taller tenían marcos de mimbre, acá aparecen aggiornados al gusto de la dueña de casa con marcos de madera negra, austera, que no llegan a quitar esencia a estas geometrías desfachatadas, paisajes marrones, ocres, negros, azules, donde espectros negros masculinos y femeninos se contonean con sus cigarros prendidos al ritmo del soul, bajo una luna redonda y cremosa. El idilio pictórico sería perfecto si no fuera por el tajo de la trincheta que recorta los humos -del cigarro, de la pipa, de la hierba-, cortes a la tela y a la cara del espectador decimonónico, que funcionan como un pasaje a la pared y, por supuesto, a la Historia reciente, de Lucio Fontana en adelante.
Y si María cuelga a Fernanda sobre la chimenea, lugar emblemático en la disposición hogareña de tradición europea; enfrente lo pone a Vicente, para generar entre ambos un campo de influencia que no permite escapatoria. Ahora, los negros de Fernanda señorean entre los invitados, van y vienen por la casa zarandeando sus caderas, tomando ron, echando humo, cruzándose de tanto en tanto –ni se miran, cada uno en su faena- con los negros de Vicente a esta altura convertidos en panteras negras, sigilosas tras las cortinas, fugaces por los pasillos, expectantes en el parque a través de las ventanas.
Ni el atelier, ni la galería, ni el museo les permite a estas criaturas insuflarse así de vida. La casa como sitio específico. Ya lo dijo el gran Capote, que de negros sabia algo: Other voices, other rooms.
Justamente, la escala hogareña, es lo que señala Monsieur X en el salón dorado del palacio Ortiz Basualdo. Con motivo de la semana de la cultura francesa, Vicente es invitado a mostrar en la embajada de Francia. El artista que ha recorrido camino por galerías e instituciones de Estados Unidos y Europa, sobre todo Francia donde vive por períodos, no esconde su sonrisa de cumpleaños. Es era la primera vez que un argentino muestra en esta casa. Al dato lo aporta el embajador Jean Pierre Asvazadourian que en la recepción parece chocho con la iniciativa, como están chochos también los invitados a esta, una de las mansiones más espectaculares de la aristocracia porteña y que, como dice Monsieur X, a pesar de la fastuosidad no pierde escala hogareña. Lo llamativo es que, a pesar del lujo extraordinario del palacete, a pesar de la gracia de los amigos de Vicente, todos especiales, del más chic al más povera, a pesar del charme de las tías viejas, del champagne, los petitfours y la patisserie – ¡mon dieu!- a pesar de la batería infalible del ceremonial francés, lo mejor de todo sigue siendo la obra. Cinco cabezas talladas en carbón vegetal, del corazón de la selva chaqueña; cinco cabezas de quebracho calcinado, plantadas en el medio del salón. ¡Chapeau! Las cabezas negras con la mirada firme y la frente alta ocupando el centro de la escena, bajo la cúpula pintada al fresco y las arañas, rodeadas por las otras cabezas dueñas de casa, las cabezas soberbias de los héroes políticos e intelectuales de la revolución francesa, esculpidas en perfecto mármol blanco con la maestría del siglo XVIII.
No necesitan presentaciones, el diálogo se da solo por atracción de opuestos. La frialdad de la piedra y el calor de la madera; la solemnidad del prócer destinado a la eternidad y la fugacidad de madera blanda y perenne marcada por la llama doméstica.
Monsieur X no se equivoca: Dejar entrar a un negro caliente y efímero a la casa tiene sus riesgos. Y más allá de la boutade, ¡claro que los tiene! La situación impone la cuestión del imperio, el euro centrismo y la explotación social, económica, cultural, todavía en tiempos posrevolucionarios, todavía hoy, bajo formas más sofisticadas, de alguna manera jacobinas. Afortunadamente, la conversación no solo se da entre las estatuas sino también entre los seres humanos. Los diplomáticos de carrera pasan la prueba de fuego del arte contemporáneo en el mismo acto que las esculturas se sostienen enhiestas ante el nec plus ultra de la extravagancia estilística de todos los tiempos. Me quedo pensando en la trascendencia de los espacios de exposición entendidos como máquinas de sentido. Incluso para las piezas de atelier, formato “clásico”, como dice Vicente. Incluso para las piezas-ritual de tipo primitivo. ¡Diantres! ¡Creer o prenderse fuego! el conjuro de las cabezas flamígeras asecha en la profundidad del negro azul platino, respira a través de las grietas del carbono, con su mirada rasgada, memoria viva del acto creativo, que volverá a activarse, nuevamente, en el momento justo, en el lugar indicado.
Vicente Grondona y Fernanda Laguna exponen en María Casado Home Gallery hasta el 30 de Octubre. Para visitar la muestra solicitar cita al teléfono 15-5451-6796.
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