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Pareciera ser que en el Faena Art Center hay dos muestras en simultáneo, una es de la que hablan los medios y otra es la que se puede visitar en el recién inaugurado edificio de Puerto Madero.
A una la llaman ‘Hiper cultura loucura no vértigo do mundo’ (aparentemente a colación de una charla con el artista en la inauguración de prensa) que no presenta nada que objetar y sobre la que está todo dicho, distinto de la otra ‘O Bicho SusPenso na PaisaGen’ (título que figura en la sala) que despliega varios argumentos sobre los que reflexionar cuando la experiencia es ao vivo.
Una obra de sitio específico actúa en consonancia directa con el espacio que la alberga. El ligamento entre ambas partes- determinado en lo espacial, conceptual y/o histórico- debe ser inherente a la producción. En este caso, pudo resultar una tarea difícil para el artista. La sala de máquinas del arcaico edificio Molinos Río de la Plata, ahora convertida en mega sala de exposiciones, se inaugura junto con obra, es su primera aparición en escena. Este edificio es parte del proyecto Art District del Faena Group para Puerto Madero, que incluye el famoso hotel+universe y un par de edificios residenciales. Pareciera entonces que las características edilicias no responden a intereses puramente artísticos, ya que el espacio no tiene coherencia con un diseño museológico de alto rango contemporáneo; tampoco fue respetada plenamente la identidad del edificio, que podría ser una carga simbólica interesante a trabajar para muchos artistas. Lo cuestionable, podríamos ajustar, es la hibridación del exultante estilo al que nos tiene acostumbrados Faena, para adaptarlo a las necesidades de una sala que pretende ser móvil y versátil para los avatares de las más variadas obras de arte contemporáneo. Finalmente, queda en evidencia que el resultado del proceso no es tan acertado. Los más claros ejemplos son: la incontrolable iluminación natural en la sala principal- donde está la obra en cuestión- y su pretencioso piso de mármol de Carrara, de presencia siempre innegable, que atentan contra la percepción inducida, desvían la atención y limitan posibilidades discursivas.
La obra en sí misma y su contexto de exhibición- retomando la idea del site-specific- le dan sentido a producciones como esta que, en situación, se complementan y cuestionan el ser (la obra) y el hacer (la arquitectura como actividad humana). Epifánico ejemplo de perfección de esta simbiosis es otra obra del artista carioca, ‘Léviathan Thot’ en el Panteón de Paris (2006), donde la escultura orgánica y futurista irrumpe en el mítico mausoleo que sabe guardar gran parte de la historia de Paris- las tumbas de Napoleón, Voltaire, Rousseau y de casi un centenar de políticos e intelectuales descansan allí-. Como en una escena de ciencia ficción de una película Hollywoodense o en un perfecto estado alucinado a ojos abiertos, la pieza nos enfrenta a la realidad modificada, a la pregunta y a las posibilidades infinitas de cambio de lo que consideramos real y posible. Una buena relación entre obra y espacio hace que un site-specific funcione. No es menor lo que aporta el lugar exhibitorio a la obra en cuestión.
El resultado de la dupla Faena/Neto desconcierta a primera vista. Quizá por la asociación del glamoroso espacio con la técnica popular del crochet- con tradición en las culturas árabe, sudamericana y china- que hoy está sobreexpuesta en ferias artesanales, como la de costanera sur, unos pocos metros más allá. Entonces, se generan fusiones forzadas. Aquí no se potencian discursivamente los elementos sino que, por el contrario, se rechazan. La fricción social de los materiales dicta la disonancia que se presiente en la sala. La obra podría estar emplazada en otro lado con más eficacia, al aire libre tal vez y debajo de unos árboles frondosos.
Ahora bien, Ernesto Neto es uno de los artistas brasileños más renombrados de los últimos 20 años, y por algo lo es. Con harta cantidad de instalaciones en su haber, sabe de interactividad y obra transitable. Sus instalaciones escultóricas plantean, en sus tantas y variadas presentaciones, situar al espectador como parte fundamental, sin su participación estas no alcanzan su fin. En ‘O Bicho SusPenso Na PaisaGen’ pone a prueba el cuerpo, la resistencia del mismo. No es fácil adentrarse en un ser blando, en un bicho, y transitarlo como en un viaje por tuberías celulares matizadas de un tinte sanguinolento. Ya sea que nos volvimos pequeños gracias a la tecnología o porque estamos dentro de un ser de dimensiones prehistóricas, la caminata es ardua. Por esto también te permite, luego, descansar adentro de la cosa, meditar introspectivamente o pensar desde arriba del entramado de nudos, en el sol que se filtra por la ventana llamándonos al afuera. Hace más de un año Neto creó una instalación de formas orgánicas ‘Os confins do mundo’ para la prestigiosa galería Hayward de Londres, donde parece situarse el comienzo de esta que se exhibe en Buenos Aires. Respondía a las mismas operaciones formales pero con variaciones más interesantes: diferentes tipos de materiales trabajando en conjunto, sin economía en los recursos y potenciando una circulación entre el interior y el exterior de la galería. La interactividad tenía estadíos más complejos y en esa complejidad se amplificaba poderosamente el sentido del trabajo manual.
En la presente obra la interactividad funciona, pero es todo lo que tenemos. Lo contemplativo falla y la falta de poética se hace evidente en el vacío que deja la experiencia, no hay un después latente que nos guie el pensamiento. Es un juego, que no trasciende del acto de jugarlo. Desde abajo, la falta de clima general en la sala hace ver la obra como un pelotero de un shopping. Aquí no hay aromas, no hay materia inestable a merced del tiempo para que este la modifique sutilmente. Se carece de acentos y matices lumínicos, entonces todo está a la vista y pobre del misterio sigue de largo; así como sube al bicho, baja.
Hasta el 20 de noviembre en Aimé Paine 1169, Faena Art Distric, Buenos Aires.
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