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En la segunda semana del mes pasado se llevó a cabo por tercer año consecutivo en Santiago de Chile la feria de arte contemporáneo llamada Ch.aco. Tomé el avión impulsada por el gusto al viaje, la huída de la cotidianeidad y a la búsqueda de observar otras maneras de gestión de arte. Los escasos 6 días de estadía funcionaron como un disparador de preguntas, de pequeñas investigaciones y por qué no, para armar una grilla de diferencias y coincidencias con nuestras realidades.
Dejando de lado algunas cuestiones de estética (imponente) del Centro Cultural Estación Mapocho, la alemana eficacia de la organización, el buen trato y el agradable tono de nuestros vecinos y decenas de detalles con los que mimaron a los expositores y cuidaron al público (por ejemplo un espacio llamado Ch.ico, una guardería –workshop para pintar y jugar), mi mirada se posó sobre la relación arte-dinero-poder y en el organismo equivalente a nuestro Fondo Nacional de las Artes, cuya sigla es FONDART.
Si mis cálculos matemáticos y el convertor de pesos chilenos a dólares no me fallan, la suma que el estado otorgó a este organismo, al Fondo Nacional del Libro y la Lectura y al Fondo del Arte y la Industria Audiovisual en el 2009 estuvo arriba de los 17 millones de dólares, que dividos en los 1048 proyectos concursables aprobados, dan una suma promedio de 17.000 U$ por proyecto.
Estos datos están extraídos del sitio del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Es importante no confundir con la suma que recibe cada proyecto, sino que es un promedio, ycada artista recibe lo que solicita de acuerdo a un estricto plan de producción al que hay que acompañar de presupuestos y rendición de cuentas.
Las 50 categorías de aplicación se clasifican entre las diferentes disciplinas, pero también entre las distintas etapas productivas de un ser humano, es decir, entre los artistas que tienen hasta 5 años de experiencia (cual fuere el método para fijar esa fecha), los que tienen entre 5 a 10 años, y así en adelante. Cabe destacar que el fondo tiene muchas líneas de aplicación y que no solo financian proyectos de creación de obra donde además está incluído un ítem de honorarios por horas de trabajo para el artista, sino que también producen exposiciones itinerantes y pagan magisters y doctorados en el exterior.
El FONDART se creó apenas retornada la democracia en Chile en 1992 y fue anterior a la creación de un Ministerio de Cultura. Es administrado por el Ministerio de Educación a través de una Secretaría Ejecutiva dependiente de la División de Cultura y de las Secretarías Ministeriales de Educación; divide sus recursos para financiar propuestas en las categorías de Concurso Nacional de Proyectos Artísticos y de Concurso Regional de Proyectos Culturales. Su estructuración se fue simplificando y ampliando en estos años, sobre todo con el tema de la transparencia, tema que en nuestro país se suele esquivar a menudo.
De cada postulación existe una planilla de puntuación del jurado, que todo artista, rechazado o no, tiene derecho a leer y a pedir una eventual revisión del fallo. La lista de los beneficiados es publicada en el diario. Este énfasis en la transparencia de los resultados tiene naturalmente su origen en el pasado histórico de la dictadura militar, durante el cual todas las facultades de arte fueron cerradas. Hasta el golpe de Pinochet solo existía la Universidad pública y los Institutos de Formación Técnica. Fue durante su largo período donde florecieron las universidades privadas como margaritas en el campo.
Los fondos para sustentar el FONDART derivan de un sistema tributario efectivo y de una Ley de Donaciones Culturales. Sin eludir el tema de la educación privada universitaria, contra la que está la mayoría de los chilenos y argentinos, estos alicientes económicos para la vida de un artista son de tal calibre que para nosotros representan una situación que ni siquiera creemos que alguna vez sea posible que exista.
Al chileno se lo tilda de ser más conservador y nacionalista que nuestros compatriotas, y esa tendencia a autoprotegerse se vio reflejada en la feria que pudo ser llevada a cabo gracias al aporte de un equipo reducido de personas entusiastas apasionadas por el arte y el apoyo de las galerías que con mucho esfuerzo participaron con sus proyectos. El dinero proveniente de otras transacciones comerciales se reinvierte en la cultura y no en un banco suizo, podría aventurarme a afirmar.
Las ventas de este año, de todas maneras, no estuvieron a la altura del gran nivel de la feria. Sobre todo se compró obra de artistas chilenos, o un Damien Hirst de 11.000 dólares. Ch.aco tiene ansias de más horizontalidad y apunta a acrecentar el coleccionismo, lo que requiere de una labor de educación. Hay que demostrar que comprar arte es un buen negocio, convencer a los ricos que comprar es una inversión. El tema de la dependencia de artista y galerista respecto a ciertos círculos de poderes es siempre complejo, pero no cabe la menor duda que producir y vender arte en Latinoamérica siempre lo es y que repite otras estructuras sociales.
Por otro lado fue un placer descubrir artistas de la talla de Livia Marín, con la serie “Broken Things”: porcelanas y objetos de cerámica que simulan estar derretidos; al joven artista Pedro Tyler y su serie “Escritores suicidas”, obras hechas con reglas de madera, en la galería Aninat del barrio de Vitacura; y a Pía Sommer y su instalación “memoria Ram/archivo Mar” en la bellísima ciudad de Valparaíso, por nombrar solo algunos.
Para terminar quisiera destacar uno de los stands en la Feria Ch.aco que más me llamó la atención: Kiosko, espacio de arte contemporáneo de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.
Su directora Raquel Schwartz explicó que el coleccionismo se había acabado durante el quiebre económico que sufrió La Paz en los años 80, pero que en Santa Cruz se ha vuelto joven y pujante debido al boom de la construcción.
La historia de esta galería comenzó en 2006 bajo el formato “colectivo de artistas”, cuya voluntad fue crear “arte sostenible”; es decir, volverse autosustentables a largo plazo ya que en Bolivia se carece de fondos concursables gubernamentales . Por ello fundaron una agencia de diseño gráfico llamada “Simple” y una revista mensual impresa llamada “Vamos”, publicación de carácter urbano con reportajes y notas de actualidad. El apasionado gesto duró tres años y la revista mutó actualmente al formato agenda cultural online. Incansables en reformular estrategias y fiel al credo de artists run spaces, los integrantes de Kiosko: Schwartz, Roberto Unterladstaedtter, sumaron al proyecto un bar llamado “Dudabar” en el nuevo domicilio, una casita de tres pisos en el centro de la ciudad.
Una biblioteca, un archivo de arte, un art store, el café y un minianfiteatro para música, teatro y proyecciones de video conviven con 4 dormitorios destinados a residencias y talleres.
Kiosko recibe diariamente una veintena de aplicaciones para las residencias de las que participan un artista boliviano y un artista extranjero o un curador por el lapso de dos meses. La primera residencia fue inaugurada a mediados del 2007 por las artistas Narda Alvarado de la Paz y Melina Berkenwald de Buenos Aires. Schwartz además es parte del comité asesor de la residencia organizada por el Proyecto Urra que dirige Berkenwald en Argentina. En estos años han pasado mas de 45 artistas con currículums exitosos que se comprometieron al intercambio, la reflexión y la investigación de prácticas artísticas de la región. Esta base se traduce y se transluce en el tipo de obra y artistas que representa Kiosko. Las bellísimas y no poco crueles acuarelas de Alejandra Alarcón, las intervenciones de fotografías antiguas de Alejandra Dorado, los inquietantes dibujos en blanco y negro de Douglas Rodrigo Rada. Este último es además, en Cochabamba, el curador del festival de performance y arte acción llamado Cimientos. Un fenómeno cada vez mas usual, ser gestor y actor, artista y multiplicador de sinergias. Un recorrido por nuestros países vecinos que nos deja pensando que deberíamos profundizar nuestros lazos.
Lena Szankay
nace en Buenos Aires, pasa su adolescencia en Perú y gran parte de su vida en Berlín.Estudió Letras solo unos años para abandonarla por la fotografía, a la cual se dedica desde hace mas de veinte años de forma artística y profesional. Estudió Gestión Cultural en la Universidad de San Martín al regresar a la Argentina en el 2008. Retomó la escritura para distintos medios. Es representada por Gachi Prieto Gallery y Studio488 en Buenos Aires y por Tristesse Deluxe en Berlín.
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