|
El arte contemporáneo nos acostumbró a percibir todo el potencial semántico que puede guardar un artefacto de origen utilitario: un mueble, electrodoméstico, herramienta, prenda de vestir, etc.
Poética de lo cotidiano y de lo real, y del sistema de producción y consumo, el tópico fue abordado por varios pensadores en las últimas décadas, así que las pretensiones de éste texto no pasan por descubrir América.
Post producción de Nicolás Bourriaud - de una claridad acérrima-, Paul Ardenne definiendo el “arte contextual”, Michel de Certeau y su “Invención de lo cotidiano”, son algunos de los nombres de los que se dedicaron a descularun aspecto del arte contemporáneo en estos tiempos pos posmodernos, en que la Realidad puede tornarse materia plástica y lírica.
La Post producción definida por Bourriaud es, sin embargo, un marco mucho más amplio, ya que no afecta solamente a artefactos u objetos materiales, sino también a objetos inmateriales. Se trata de “La Cultura como escenario”, en donde lo cotidiano en todos sus niveles deviene fuente nutricia inagotable para los artistas.
Interesantísimo tema éste, abordado ya por Guido Ignatti en el número 17 de revista SAUNA. Sí, citarse a uno mismo te pone al borde de lo pretencioso, pero la verdad es que la nota de Ignatti es excelente e ilustra claramente este terreno de reflexión.
Así que volvamos al ruedo.
El puntapié inicial fue dado por Duchamp en la segunda década del siglo XX, y, a partir de allí, sin prisa pero sin pausa, la bola fue creciendo a medida se afianzaba el paradigma socio económico de la sociedad de producción-consumo y a medida que ésta se tecnologizaba más y más; hasta el punto de llegar adonde estamos hoy: vivimos rodeados de artefactos fabricados en masa que caducan en un abrir y cerrar de ojos. Me pregunto cuántos artefactos –en uso y ya descartados- habrá per cápita en nuestro mundo; un promedio, teniendo en cuenta a quienes consumen y a quienes no pueden hacerlo. ¿Miles de artefactos por persona? ¿Millones? Pensar en ello –y en todas sus implicancias económicas, ecológicas y psicológico-sociales- da un poco de miedo. Se genera una paranoia que recuerda un poco aquel sketch de Benny Hill, en el que una delirante venganza de electrodomésticos que cobraban vida, se proponía someter a los humanos a su arbitrio, ojo por ojo.
A todo esto, desde el mes de marzo, en el MAMBA hay una muestra de diseño industrial argentino que, en algunos aspectos, se acerca, asemeja o juega a hacernos pensar en una muestra de arte contemporáneo.
Un cuestionamiento a priori podría ser: ¿Por qué una muestra de diseño industrial en un museo de arte moderno y contemporáneo? Más adelante me propondré intentar explicar el tema.Pero lo importante es que la muestra funciona perfectamente para lo que está concebida, y dispara preguntas y sensaciones interesantes.
La emblemática silla BKF, la silla W, un televisor de 1968 cubierto de cuerina negra acolchada, los mates de silicona de colores, los silloncitos y puffs de cemento del colectivo Bondi; todo conforma una suerte de gran instalación artística. La polisemia flota en el aire, y la exhibición funciona no sólo en base a lo formal y objetual, sino a la carga semántica que se respira en cada objeto: un festín de ready mades.
Un cruce interesante, también, es el de concepción, porque en el texto curatorial, el arquitecto Ricardo Blanco –quien co curó la muestra junto a Laura Buccellato-, dice que “… el diseño no es un fenómeno de inspiración sino de entrenamiento constante para resolver los problemas o deseos de la gente.”
No obstante, en el libro que se corresponde a la muestra el mismo Blanco, contradiciéndose un poco, reconoce que el diseño industrial es “el arte de lograr que un objeto útil sea también algo bello.”
Remontándonos atrás en el tiempo, esta búsqueda nos lleva a la figura de William Morris inequívocamente, y luego, a todas las versiones regionales del Art Nouveau, donde hasta las cucharas se llenaron de cabelleras flotantes de ninfas y ojos de pavo real, en el intento de otorgar un reflejo artie y estetizante a elementos concebidos para tareas más prosaicas. ¿Es entonces válida, una muestra de diseño industrial en un museo de arte moderno y contemporáneo?
Dada la cantidad de preguntas que genera, y los innumerables lazos que conectan ambas disciplinas, yo diría que sí. Y que, de alguna manera, representa una vuelta de tuerca, un regreso a los orígenes o, al menos, a cierto tipo de fuente. Cierto es que el arte en general hace más que tomar objetos otrora utilitarios y exponerlos así, crudamente. Puede haber toda una serie de operaciones intermedias que cargan con nuevos significados a esos objetos. O, incluso, muchos artistas los utilizan como materiales en crudo, como textura o piel, y entonces la cantidad y la condición de meros componentes de estos materiales los convierte decididamente en parte de una trama más amplia. En esos casos, la cadena de significados toma otro camino, pero sin apartarse demasiado del antedicho. Es así que una marea de secadores de pelo en desuso, de teclados de computadora o de botellas de plástico puede ser equivalente a lo que los pigmentos, el mármol o la arcilla constituyeron en el pasado.
Pero hay algo más. Un síntoma que refuerza esta idea de traspolación entre el mundo de los símbolos y el de las funciones prácticas. Un ligamento que los une y una dermis que los recubre a ambos, fusionándolos. Y va un ejemplo.
En el mismo MAMBA, en una de las salas del primer piso, está la muestra llamada Sombras, de la artista Aili Chen. A oscuras, en dos muros de la sala percibimos el ramaje profuso de unos árboles dibujados con grafito sobre el blanco de las paredes. Un sonido de viento escalofriante acompaña la proyección cadenciosa, sobre esas mismas paredes, de dos haces de luz que dibujan, en vaivén, las inquietantes sombras de dos casitas de madera sobre altos pilotes. La imagen es misteriosa, perfecta, y poética hasta la médula. Una puesta hipnotizante, con el justo toque arcaico.
No obstante, los dispositivos sobre los que se construye el efecto de la obra, aparecen intencionalmente a la vista: trípodes, proyectores que lanzan los haces sobre la pared, equipo de sonido que emite el viento zumbador y finalmente las casitas, dos miniaturas liliputienses sin el agigantamiento de la sombra.
Una suma nada casual.
Es que en estos tiempos, hasta una fábula china materializada en teatrino de fantasía, apela a la poética del peso de lo real, de los objetos utilitarios y tecnológicos, de las cosas creadas por nosotros que habitan, por millones, nuestro mundo.
Las muestras Diseño Industrial Argentino y Sombras, pueden verse en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA), Av. San Juan 350, CABA, de martes a viernes de 11 a 19h.; y sábados, domingos y feriados de 11 a 20hs.
|
|
|