|
En la sala se respira. Hay espacio entre las obras que son pocas. Hay lugar para las ideas.
Un gran cuadro expresionista de dos por diez metros, sobre una de las paredes laterales: una acción desenfrenada y colorida sobre fondo negro.
A un lado, un pedestal blanco con un zapallo verde y una botella igualmente verde, escala uno en uno. Al otro, un pedestal blanco con un cubo ídem, de 35 centímetros de lado.
En la pared del fondo, una serie de nueve piezas rectangulares de madera multilaminada, con abstracciones geométricas en paleta pantone, algunas yuxtapuestas, otras superpuestas. El conjunto puede leerse como una instalación.
En el medio de la sala, finalmente, una butaca blanca de dos cuerpos mullidos. Dan ganas de tirarse.
Y habría que hacerlo. Es necesario tomarse un tiempo para dar una vuelta entre las cuatro obras, de tres artistas bien disímiles: Eduardo Costa (Buenos Aires,1940), Andrés Sobrino (San Miguel de Tucumán, 1967), Victoria Musotto (Bahía Blanca, 1985).
Repasemos: un action painting tutti-frutti, dos esculturas vieja escuela (un bodegón, un cuerpo abstracto), una instalación de pared con diseños de figuras geométricas… Serían posibles otras lecturas.
El cuadro de Musotto es el típico driping pero es también un poco pop. El color, como ítem de consumo. Encima, ella le descarga su juventud garabateando las manchas de pintura con una birome. “Biromeo” dice. Como quien habla por teléfono, con un bolígrafo va marcando sobre la superficie del acrílico, grafismos y monigotes. El salpicado se puebla de unas criaturas un tanto tontas que se le perdonan, la frescura es su gracia.
Las esculturas de Eduardo Costa, a su vez, esconden tras el disfraz de obviedad, nuevos mundos imaginables. Bajo la capa de pintura que cubre ese zapallo, ese cubo, esa botella, hay otra capa de pintura. Y bajo esa otra capa, hay otra, y otra y otra, y así sucesivamente. El objeto se va construyendo capa a capa, desde su centro genitivo, hecho, igualmente, a pinceladas. Costa va construyendo cosas -llamémosle cosas- capa a capa. Si fuera fruto tendría su corazón, su pulpa, sus semillas. A la vista de nadie. Solo la performance de la disección lo manifestaría. Pinturas volumétricas, las llama.
La obra de Sobrino también se desliza entre distintos géneros. ¿Qué es toda esta señalética tan pretenciosamente pura y dura, tan estridente, nula, y humana? El no esconde los rastros. Si aguzamos la mirada, los cantos están chorreados. Nunca se puede del todo con la materia. Sobre los plenos, cada tanto, un grumo, un globito, la última pincelada. Y en el momento expositivo, cuando los planos bidimensionales se aproximan, se enciman, se alejan, la obsesión del 2D consigue un nuevo estatus: su concetto spaziale.
La mezcla funciona: Al buscar los puntos de contacto, saltan las diferencias. Al cotejar las distancias, los extremos se tocan. Sucede la convivencia. No es poca cosa.
La dimensión Costa podría tragarse a sus compañeros de sala. Musotto lo sabe y estratégicamente ocupa todo el espacio. Le ofrece un cielo. Se lo gana. No especula en eso, se juega entera porque para ella no hay otra. Esa es una de las claves. Sobrino honra una tradición pero su homenaje goza de un humor que le permite andar liviano. En ese plano, los tres se igualan. Con trayectorias tangenciales, cada uno aborda un momento particular del gran proceso de la materia, que los supera, desde el génesis ideal hasta el alcance simbólico de los resultados inesperados. No hay miedo. De cualquier desborde puede surgir el gesto que defina la pieza.
Se da en esta confluencia una relación reflexiva: Si Costa llega a la pintura tarde, después de una larga carrera en el arte inmaterial, Sobrino parte del diseño grafico para alcanzar el concepto. Musotto, a su vez, gira sobre si misma, automática, irreverente. Y la distancia que separa a unos de otros proyecta un vasto campo de pensamiento.
Las curadoras, Laura Spivak y Jimena Ferreiro, son las artífices del experimento. Sin redundar, sin siquiera nombrarlo, conjuran el espacio. El truco es tan viejo como la literatura: la palabra mata. Corren ante nuestros ojos el show de la etiqueta, los artículos de las revistas, las muestras que periódicamente se preguntan por estado de salud de la pintura, un latiguillo que, por sí o por no, se nos hizo carne. Pienso en ¿Por qué pintura? la exposición temática que, desde 2006, se viene repitiendo en esta misma sala del Fondo Nacional de las Artes; una suerte de feria de fenómenos donde se muestran, lo más enciclopédicamente posible, las novedades “en la disciplina”.
Estas chicas van por otro lado. En tiempos de sobreinformación y contaminación visual, menos es más, se sabe.
En silencio, todo pasa. La libre competencia diluye los marcos. Contemporáneo ya no quiere decir “aquí y ahora”, sino “a través del tiempo”. Los maestros son alumnos. Ya no son necesarios los intermediarios. La labor del curador se transparenta y el visitante, solo y en paz, orbita en un universo expansivo del placer estético.
Pintura Ad Hoc
Eduardo Costa, Andrés Sobrino, Victoria Musotto.
Curadoras: Jimena Ferreiro, Laura Spivak
Del 19 de junio al 16 de julio de 2012.
De lunes a viernes de 10 a 16 hs.
Fondo Nacional de las Artes, Alsina 673, C.A.B.A.
|
|
|