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Hay una mierda bajo los focos. Sí, una mierda. Una boñiga, una caca, una hez.
Marcos supone que no es real. Ceci n’ est pas une merde, y todo ese rollo.
Marcos ríe porque unas quince personas muy elegantes (excepto la tía del pelo rosa, esa no va muy bien vestida con esas medias rotas) y muy serias, beben vino y observan detrás de sus enormes gafas una jodida mierda, con todas las acepciones de la palabra.
Una jodida mierda como la que él casi pisa de camino al MACBA, con Mathilde, su chica, que ahora mira la deposición muy concentrada, con su traje de Gucci, mientras saborea una copa de carísimo Pingus.
Marcos da vueltas por la sala mirando aquí y allá, que si un globo pegado al techo, que si unos bolos tirados, que si un condón…Mathilde le obligó a ir al puto evento. Podría haber esperado tomando unas cañas por el Raval, pero las mujeres nunca atienden a razones y ésta prefiere que se pasee como un estúpido entre las cosas a dejarlo a gustito viendo jugar al Madrid.
Mathilde es comisaria de exposiciones. Si Marcos está ahí es por ella, porque le gusta, aunque no la entienda. Le gustan sus pechos pequeños, su cuello largo y su piel blanquita, muy pálida. Y le gusta su acento francés, porque es francesa, aunque de eso ni ella se acuerda. Le gusta porque le parece una jodida obra de arte. Sí, arte de verdad, joder. De ese sin brazos ni piernas del que ves cuando visitas Italia o París. Para Marcos eso es arte y Mathilde es una Venus.
Un tipo vestido de verde esmeralda y rosa saca a Marcos de su letargo. Habla con voz muy grave, despacio, balanceando las manos, como para hipnotizar a su público. Alguien le llama el Gran Artista. Su chica le mira arrobada. Marcos piensa que él también sabe cagar en suelo, poner mesas del revés y vestir de forma estrambótica. Menudo gilipollas, seguro que es marica.
Mathilde abraza al gran artista. Él aprovecha para posar la mano en su culo. Se deja. Es gay. Definitivamente.
Tardan una eternidad de irse del puto museo. Marcos está de mala hostia, pero quiere acostarse con su mujer. Dejar bien claro que es suya, no vaya a ser que el tío artista… Ella le pregunta que si se lo ha pasado bien. Que si ha entendido la sátira. Mathilde ríe al ver la cara de tonto que se le ha quedado, ¿satiqué? y le da unas palmaditas en la espalda, consolando la torpeza de su novio. Sale de la habitación hablando por el móvil. Ha llamado al Gran Artista, le felicita y se encierra en la cocina a hablar de Duchamp y de cócteles riquísimos que tiene que enseñarle.
Hoy no folla, está claro. Y ya van seis semanas, joder, que le duele el brazo de tanto quererse a sí mismo. Seis semanas, ¡me cago en la puta! Y justo hoy se plantea que es el tiempo que lleva Mathilde trabajando con el tío ese. Pues la mano en el culo se la va a poner a su madre. Mis cosas no se tocan. Y grita algo así como voy a por tabaco.
Mierda de ciudad. Todas las calles son iguales, ¿quién cojones diseñó Barcelona? Con lo cómodo que estaba antes en Madrid, con sus colegas de siempre, que saben qué es fuera de juego y no conocen a ningún puto tío que vista de rosa y sea capaz de follarse a su churri. ¿Cómo coño vuelvo hasta allí? Y cuando llegue, ¿qué coño le digo?
Marcos se envenena pensando en Mathilde en la cama con el chusma ese. Se acuerda del condón de la exposición y pega una patada a una papelera. Un hombre con turbante le ofrece una cerveza. Compra tres.
Ahora que ya está un poco borracho tiene muy claro cómo ha de actuar. Ha fraguado un plan en su cabeza, pero no puede saltarse una sola línea de su papel. Es un guión de hierro.
El MACBA está cerrado. ¿Qué coño te esperabas? ¡son las cinco de la mañana, imbécil! Da un par de vueltas por la plaza, muy nervioso. Necesita decirle cuatro cosas a ese tío. Necesita hacer algo al respecto. No puede permitir que le tome el pelo un tío que admira una caca en el suelo. Para en un 7-Eleven. Vuelve a casa bebiendo una botella de Jack Daniel’s.
Mathilde duerme en el sofá. En la mano aún sostiene el folleto que les dieron al entrar en la exposición, con la cara del tiparraco muy cerca, muy sonriente. En la otra el teléfono con el que hace no más de dos horas hablaba en la cocina.
Marcos coge el mando a distancia y pega fuerte en la cabeza de su chica. Ella despierta aturdida. Grita. Pone un puño en su boca. Marcos continúa golpeando hasta que siente que deja de morderle.
Mathilde está desnuda, y es tan blanca que parece que brilla. También brilla su cabeza empapada de sangre, ahora tiene el pelo rojo. Marcos piensa que incluso así está preciosa, que parece sacada de un cuadro de Fuseli. Aunque esto él no lo piensa así, con esas palabras.
Mathilde es mía. Es mi obra de arte.
Si la falta de calidad del Gran Artista se llama ironía y es motivo de admiración, Marcos piensa que su obra está mucho más trabajada. Que su obra atrapará al espectador, que causará admiración, curiosidad o emoción. Su obra al menos permanecerá para siempre. A menos que se pueda resucitar a los muertos.
Reíros ahora, dice, mi materia descomponiéndose sí motiva la reflexión.
Laura Souto Paz nació en puebla de Truvs, Ourense, España, un día de verano del 88. Hacía calor y se pudrió rápido. Estudió Historia del Arte en Santiago de Compostela y actualmente vive en Barcelona especializándose en Arte Contemporáneo. |
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