Sobre muestra de Ronsino en Isabel Anchorena
por Juan Batalla
 
     
 

En "A la sombra de los pinos imaginarios" la naturaleza, sobre todo en su aspecto vegetal, se ofrece como sujeto de exploración. Son jardines, hermosos jardines llenos de flores. La naturaleza cultivada. Y a la vera de bosques, a los que la oscuridad hace presentir capaces de albergar aquello inesperado, la grieta.
Pero las flores y los paisajes existen fuera de todo naturalismo; están al servicio de una dinámica artística, pertenecen al arte. En todo caso, son instrumentos para expandir una búsqueda.
Es notorio el amor de Ronsino por la pintura y por algunos de sus héroes, con los que estos cuadros dialogan. "A la sombra..." se ocupa más de mostrar lo que ciertos pintores hicieron usando como materia prima a la naturaleza, que de ella en sí, nos evoca más a Delacroix y Constable que a pino alguno.
Ronsino sujeta a la naturaleza para tornarla pictórica y así desarrollar una teoría del conocimiento. Pone en el laboratorio bloques de su imaginario, lo detona. Como la cocina molecular que altera la densidad de la materia de la que se ocupa, las presencias paisajísticas que habitan las telas sufren una alteración nuclear que las vuelve más ligeras, susceptibles a dispararse por todo el espacio que las contiene. Es la operación de un genetista. La modificación la realiza mediante el color, que abre camino a inestabilidades y registros extremos mediante una aplicación notoriamente sensual. De algún modo el espesor de los empastes es medida del placer que trasunta la experimentación. En la dispersión, los colores se descomponen en cantidad de vibraciones. Y ahí es cuando puede concentrarse una fuerza: un espinazo se revela, por un momento... Eso sí, las pinturas de Ronsino hay que verlas personalmente, desde cerca. Ninguna foto puede dar cuenta fiel de sus modulaciones y posibilidades retóricas.
Y, habiendo mencionado la conversación que estas obras sostienen con maestros de la historia del arte, también vale tomar nota del reconocimiento que hacen a tradiciones menos sacralizadas, como la de los pintores pompier, que se revelan a través de las superficies brillantes, de las preferencias decorativas, usadas como homenaje y pasaje, y no a modo de parodia. El brillo es funcional a Ronsino, y no solo preferencia sentimental. Contribuye a crear espejos, en verdad espejismos, dispositivos que capturan la mirada, como años atrás lo explicitaran el uso de trozos de mica y el nacarado en sus pinturas.
Ya para pensar las evocaciones a la pintura Romántica, -notorias, pero de ninguna manera exclusivas- debemos volver a conectar con el verdadero motor de la muestra, la generación de un programa para el que el arte es elemento, medio y también objeto de enamoramiento. El crecimiento que experimenta quien con este amor procede, la transformación, no deja de ser individual, aun cuando eventualmente alcance a otros. Y esos son conceptos Románticos, al igual que los de sujeto y representación de los que se vale Ronsino como coartada, para luego desarmar y subvertir: cuando nos acercamos a uno de sus grupos de flores, percibimos cómo su morfología se trastoca por la aceleración que le imprimen los incontables matices de color que evocan a, cuando en un jardín, nos acercamos a una mata estática para descubrir que el volumen está modificado por el vuelo de mariposas y abejas, o por la brisa.
Aunque no todo es diáfano a la sombra de los pinos imaginarios. La sombra por su propia naturaleza nunca lo es, y aquí la oscuridad magnética hechiza.

Miguel Ronsino nació en Chivilcoy en 1968, y vive en Buenos Aires. Su obra tiene desde hace años una continuidad virtuosa, transitando a través de la abstracción y de desarrollos figurativos. En esta muestra presenta varias telas de gran tamaño y algunas más de cámara. Apuesta alta y sin fisuras. Algunas de ellas solo podrían estar mejor iluminadas, particularmente las de la sala chica.
Salgo y recuerdo el título de otra de sus muestras, "Lisérgico pastoril", que me ayuda a entender el universo de Ronsino, aunque a lo que me sugieren esas dos palabras juntas le falta el brío que veo en lo suyo. Claro, el fuego. Y me suenan palabras de Marosa Di Giorgio, "Eran florcitas blancas, ardientes, en chispa. Eran chisperío, milagro".






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("A la sombra de los pinos imaginarios" de Miguel Ronsino, abierta hasta el 18/9 en Galería Isabel Anchorena, Libertad 1389, Ciudad de Buenos Aires. Entrada libre, L a V de 11 a 20 hs, sábados de 11 a 15 hs).


 

     
 
     
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