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Múltiple, escurridiza e inagotable, la fotografía como lenguaje artístico escapa sistemáticamente a clasificaciones y a límites definidos sobre lo que es o debería decir.
Se adapta y nos sorprende.
Química, mecánica y electrónica, pero también plástica, la fotografía es. Y con eso deberíamos darnos por satisfechos.
Ella señala, inventa, registra, recrea, pinta, sacraliza, impone, miente, salva, subvierte.
En éstos tiempos de Pos Historia del Arte, nada hay que la sujete o que le imponga una dirección específica o un lugar de desarrollo unívoco. Como a ningún otro lenguaje artístico, en realidad.
En éste contexto, un puñado de muestras de fotografía hoy, en Buenos Aires, presentan varias líneas de fuga en diversas direcciones interpretativas, formales y conceptuales.
Trompe l'oeil: Lorena Marchetti en Studio 488:
Desde la puerta de la galería, las fotos de Marchetti parecen obras intertextuales, o un repinte de acuarelas impresionistas. Pintura atmosférica, a plein air, las formas disueltas en la luz omnipresente. Los marcos dorados, lisos, como de casa de clase media de 1950, son parte del guiño. Pero al acercarnos vemos que la cosa pasa por otro lado: fotografía pura y dura, los supuestos paisajes renoirianos son fotos aéreas tomadas desde la terraza de un piso 20° en Río de Janeiro. Y son toma directa. El desdibujamiento es logrado sobreexponiendo el negativo a full; la luz es tanta que los contornos se disuelven y todo cobra una dimensión espiritual, olímpica. Pero hay manchas de colores saturados (azules, rojos, naranjas) que tampoco escapan de su veracidad documental: una toalla colgada, una hilera de sombrillas rojas, la pared pintada de azul eléctrico, son parte del mapa carioca cotidiano, que estas imágenes recogen pero convierten en otra cosa. Un juego inteligente y de enorme carga estética, que nos interpela sobre el cómo se ve desde arriba nuestro tozudo hacinamiento urbano, haciéndonos sentir un poco como el molinero de la película de Lech Majewski, todo altura, poder y discernimiento.
La fotografía como instalación: André Penteado en el Centro Cultural Recoleta (CCR):
Dad´s suicide (El suicidio de papá) se llama la obra que este artista brasileño exhibe en el CCR, destacándose dentro de una sobrecargada oferta de imágenes.
Acá la fotografía forma parte de una instalación, construida con imágenes en serie –el artista vestido con la ropa de su padre muerto recientemente y las perchas donde esa ropa estaba colgada- más un video y una fotografía de una camisa en primer plano. Antes de enterarse uno de qué va la obra y de empatizar por ese lado, ya las imágenes y su disposición –indesligables unas de la otra- nos atraen largamente. El tema de la repetición -elemento del Arte Pop explotado en todo su esplendor semiótico por Warhol- es aquí una pieza clave. Una sola foto de una percha, o de un hombre joven tomado de cuerpo entero y con los ojos cerrados, hubiera contado otra historia o ninguna. Aquí, el mantra sostenido por imágenes casi idénticas –el mismo tipo en la misma pose pero vestido distinto-, la repetición de formato del soporte y del modo de montaje, convierten a la obra en una especie de plegaria, una letanía devocional del hijo, que intenta un frustrado último abrazo con su padre; aligerar ese momento desconcertante en que se produce la disrupción de lo que existe, deviniendo algo que no. Y en que sólo los rastros dejados por el ausente –olores, pertenencias, imágenes- tienen el poder de restaurar en algo esa ausencia.
En Dad´s suicide la fotografía funciona de una manera totalmente distinta a la del juego estético, el trampantojo irónico o la histeria del snapshot de lo banal: es una herramienta racional y constructiva en una operación artística que la excede; es registro de una acción que es la obra, y la cadena de significados se libera no sólo por las imágenes en sí, sino más que nada por la razón por la que fueron construidas.
Lo friki es moda e incomoda: Pulsión, en el Centro Cultural Rojas:
La muestra curada por Alberto Goldenstein en el Rojas se llama Pulsión, y reúne los trabajos de Germán Ruiz, Lucila Penedo y Luis Sens.
Es una muestra sugerente, que deja huella, que molesta. Construida sobre dos tipos de imágenes y dos tipos de búsquedas y “pulsiones” artísticas que se complementan cerradamente.
Germán Ruiz construye imágenes limpias, de resonancia clásica, estéticamente elaboradas pero lejos del artificio; a partir, sin embargo, de una elección alejada de “temas” grandilocuentes. Un refugio para perros y su entorno aparecen entonces como un paisaje sereno, con un cielo diáfano y un césped verde luminoso. Los perros retratados son lisiados, desamparados y maltrechos, pero la lente de Ruiz los termina mostrando bellos y dignos; entrañables, superados del fantasma de lo freak y de lo trágico. Una operación super contemporánea la de Germán, esa de servirse de estéticas y modos de la Historia del Arte, pero para fundirlos en el magma del crisol artístico actual. El pasado al servicio de nuestro formateo a piacere del hoy.
En el caso de Sens, la cosa va por otro andarivel. “Soy disperso. En la muestra exhibo lo que me sorprende a diario. Tengo el fetiche de mirar”, son sus propias palabras al respecto. Y el resultado es ese, justamente: la atomización de la realidad circundante, convertida en snapshots recurrentes en lo banal, feo, grotesco o sinsentido. Aquí resuena aquello que Benjamin definió como efecto de shock, o el bombardeo permanente de estímulos que recibe el hombre urbano moderno, en una vida de ritmo acelerado y virulento. El sólo hecho de caminar por la ciudad, viajar en un transporte público, ver una película, la televisión o navegar por internet, es convertirse en receptor de constantes e interminables estímulos visuales que pasan sin cesar por delante nuestro. En esta vía, el trabajo de Sens da cuenta de los miles de momentos insignificantes que vivimos durante el día: la vidriera de la peluquería, la familia coreana en una sucia mesa de un Mc Donald´s, una pila de panchos, la gorra de un marino, cinco escalones de un edificio cualquiera. No hay relatos ni señalamientos. Sólo una especie de histeria regurgitante de la realidad. La estética de su trabajo es, además, coherente con lo que muestra. Es instantánea tosca, casual y desintencionada. Basta caminar por Buenos Aires cualquier día para ver que estamos sumergidos en esa fealdad y ese caos.
Ahora bien, ¿las fotos de Sens hacen algo más que registrar la nada en la que vivimos y mostrarla? Pues no. Es ése todo su aporte. No hay capas ulteriores, no hay preguntas ni planteos. O el planteo es ése, la irritante multiplicidad de todo.
El caso de Lucila Penedo es similar o, al menos, entronca con Sens en el solaz por lo banal y lo feo. Pero Penedo redobló la apuesta: mientras Sens no aparece en ninguna parte, Penedo está en sus fotos, y elige el momento para shootear a sus jóvenes-de-clase-media-media-comiendo-fideos de la manera más grotesca y anti-estética posible. Y lo logra. Imágenes fuera de foco, el mantel de plástico, el plato viejo, el tarro de queso rallado que venden en los chinos, la ropa barata. Y sus protagonistas luciendo gestos con los que nadie querría ser eternizado. Las imágenes afectan todo nuestro bagaje educacional burgués: vemos chicos y chicas como cualquier otro, pero capturados comiendo fideos con toda la dificultad que esto implica para mantener las good maners: no chorrearse, no ensuciarse, no sorber, evitar lo desagradable. Penedo opera como voyeur y delata a sus personajes, mostrándonos lo que puede ocurrirnos a nosotros mismos. El rechazo es inevitable.
Hay además un recorte generacional y social que forma parte del planteo de su trabajo, que relaciona el consumo de un alimento barato como los fideos, con una franja de jóvenes que encuentran dificultades a la hora de posicionarse positivamente en el mercado laboral y profesional. O que lo logran pero, aún así, tienen que comer fideos por una cuestión de estrechez económica.
Más allá de esta pretensión de estudio cualitativo, hay un cierto aire pos adolescente o de reivindicación de una loca juventud eterna… aunque hablamos de gente de treinta y pico. Pero esto no es exclusividad suya. Tal vez a causa del efecto de shock en nuestra percepción cotidiana en las grandes ciudades, todo se atrasó una década…
Lo cierto es que desde hace una semana, comer fideos no volvió a ser lo mismo para mí.
Y bien ahí por Penedo.
La muestra Microrelieves, de Lorena Marchetti, podrá visitarse en la galería Studio 488/ Patio del Liceo, hasta el 30 de septiembre, Av. Santa Fe 2729, 1°, local 32.
La muestra Dad´s suicide, de André Penteado, podrá visitarse en el Espacio Central 4 del Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta fines de agosto de 2012.
La muestra Pulsión, de Ruiz, Penedo y Sens, podrá visitarse en la fotogalería del Centro Cultural Ricardo Rojas, Av. Corrientes 2038, hasta el 28 de septiembre.
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