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Hacer los trámites para sacar y entrar obras de arte de nuestro país es una tortura chino-pampeana y contemporánea, muy eficaz para aniquilar por agotamiento a cualquiera. También podría ser considerado un nuevo movimiento artístico, performático y sexual, cuyo accionar experimenté involuntariamente hace unos días. Me gustaría más hablar de esto último y no tener que aburrirlos enumerando y describiendo cada trámite que hice, por la cantidad de oficinas, escritorios, sellos, firmas, entradas, recepciones, despachantes de aduana, agentes de la AFIP, guardias de seguridad, empleadas públicas, etc, etc., por los que me vi obligado a pasar con el fin de mostrar mi obra fuera de nuestra frontera.
El martirio que me infligí - que ridículo, hasta pensé que me había convertido en un mártir-, empezó hace un año y medio cuando me invitaron a participar de una muestra institucional en Santiago de Chile ( “Informe país” en el GAM, curada por M. Santibáñez y J. Jorquera). Las organizadoras me recomendaron que siguiera todos los pasos legales con asesoramiento de cancillerías de allá y acá, con apoyo de las embajadas, para asegurarnos que las obras llegasen a destino sin problemas, ya que no solo iban las mías desde Argentina, sino también las de varios artistas de países sudamericanos. Mientras que cuando contaba en Bs As lo que estaba por hacer, los porteños vivos y sabelotodos que somos me aconsejaban lo contrario: “no declares nada, llevate todo vos”, “va a ser más simple”, “evitate problemas”, “yo a las ferias internacionales las llevo así”. No hice caso y comencé la maratón burocrática diseñada por una cucaracha demente kafkiana envenada o por el mismísimo comecerebros Hannibal Lecter.
Mientras entraba al infierno, me acordé del artista visual neoyorkino Bob Flanagan (1952-1996), quien en su trabajo experimentaba con su propio cuerpo. Padecía de una enfermedad incurable, fibrosis quística, que le provocaba un dolor al que aprendió a dejar fluir. Según Marcia Tucker (directora y fundadora del New Museum NY): “Cuando Bob era joven se dio cuenta de que no podría hacer nada para evitar el sufrimiento que tenía que afrontar, pero lo que si podía controlar era su actitud hacia él. De modo que erotizó su dolor convirtiéndose en masoquista, usando sus preferencias sexuales como catalizador de las extraordinarias instalaciones, performances, fotografías y videos que realizó durante su corta vida.
Una de las teorías de Bob sobre el sadomasoquismo era que quienes se introducen en él desean experimentar la muerte sin la permanencia de la muerte. La raíz de la práctica de Bob no parecían estar en el odio a sí mismo. Por el contrario, él las vinculaba a la práctica chamánica: la representación ritual de muchas pequeñas muertes como preparación para la grande”.
En la aduana me sentí como Bob, o mejor dicho conocer su historia y su obra me ayudo a sobrellevar el “dolor”, y tomar cada uno de los más de 100 trámites que tuve que hacer como un ritual que me preparaba para la muerte. Lo que no podía lograr de ninguna manera era sentir placer. Si podía sufrir con serenidad y algo de inteligencia. Estas situaciones sirven para conocer los limites de uno mismo. Por un lado decís: si esto que estoy haciendo le ocurre a otro se pone a llorar, pierde la paciencia y empieza a gritar. Te preguntás: ¿soy débil y tortuoso? ¿soy fuerte y me banco cualquiera? ¿soy un pelotudo? ¿quizás tendría que haber contratado un despachante de aduana? Hasta tuve miedo de convertirme sin darme cuenta en el Michael Douglas de “Un día de furia” (1993) donde pierde todo civismo y actúa en forma ultra violenta frente a la tensión y frustración que le genera la vida en una gran ciudad.
Quería entender porqué y para qué tantos trámites para lograr mostrar lo que uno produce. Una o dos visitas a la Secretaría de Cultura y dos a la Aduana sería lo lógico, pero los cientos de movimientos que obligan a hacer, sacan las ganas de todo. Hay algo que estamos haciendo mal . Gracias a tantos controles burocráticos estamos evitando la evasión de obras de arte. ¿Hay tantas que cotizan bien y son significativas para las arcas de un país? ¿se protege el patrimonio artístico? ¿se fomenta el intercambio cultural? ¿se tiene el mismo rigor con el contrabando de cosas verdaderamente peligrosas?.
Mis obras fueron a Chile sin fines comerciales, en un intercambio cultural, pasando por todo tipo de control, con juegos de fotocopias, firmas y sellos para medio planeta. Ahora vuelven y todo es infinitamente peor, los trámites de ingreso y retorno duplican los del egreso. Me llaman una mañana y me dicen que tengo retenidas unas obras en la aduana de Ezeiza, pero que antes pase por la oficina de la empresa (en el microcentro) que las transportó y que pague U$S 60.-(???) para recuperar los documentos con los que voy a poder retirar de Ezeiza (aduana –aeropuerto) las obras, pero que no deje pasar mucho tiempo porque por cada día que pase voy a tener que pagar U$S 2.- (todo sigue en la moneda prohibida) dependiendo de los kilos, como cargo por deposito y almacenaje. Pago en pesos cotización dólar violáceo, voy a Ezeiza y me dicen que necesito un expediente que ellos no tienen, que como yo volé a Santiago de Chile desde Aeroparque el expediente seguro quedó en la otra aduana, que yo tengo que encargarme de que lo deriven a Ezeiza. Hice miles de llamados (por suerte guarde todos los teléfonos de los despachantes y verificadores de cuando llevé las obras) hasta dar con el expediente para volver a la aduana de Ezeiza y comenzar los trámites de retorno y recupero de las obras. ¡Ahora sí! creo yo, - iluso- lo conseguí, después de dos días de tortuosas búsquedas y pagos. Pero recién había logrado el 10% de lo que tuve que hacer hasta recuperarlas. Llegué a las 12hs a Ezeiza con todo, no me faltaba nada, y me empezaron a pasear sin cesar por oficinas, en sección D, C, A, B, sector de Procedimientos Técnicos, Verificación, Tesorería, Mesa de entrada, vuelta a Procedimientos Técnicos, vaya a Oficina de Particulares, pase por Bodega, Administración en primer piso, vaya al edificio de vidrio que está en la entrada, que le giren a no se dónde y vuelva a Tesorería, vaya a la oficina B y saque número, verificador en Bodega, entrega en Cortinas… Quería terminar con todo y la mejor manera era dejarme llevar por estas aguas turbulentas, ser prolijo dentro de tanta turbiedad y no perder más tiempo. Ya el mareo era tal que miré la hora y eran las 18hs, había rebotado durante 6hs sin parar, y ahora estaba en una cola de camiones para control de salida de la aduana. Luego otra fila de autos para pagar $70.- de estacionamiento. Llovía torrencialmente. Subí a la autopista Ricchieri y recién en la Gral. Paz me dí cuenta que todo había terminado.
“Nos recibió severamente: ¿Dónde estaban? ¡Los estuve buscando por todas partes desde esta mañana! ¿No ven que fui el primero en encontrar la Ciudad de las Ratas? Y vimos escrito sobre la gran entrada ARTS en caracteres trogloditas. No era nuestra idea de la Ciudad, pero no había más tiempo que perder.” De Copi, “La ciudad de las ratas” (1979).
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