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“A menudo, visito de noche a mi fría y cruel bien amada, me arrodillo ante ella, apoyada la cara sobre la fría piedra en que descansan sus pies, y le dirijo plegarias.” *
Es verano, voy a trabajar a la casa de Osías Yanov en un proyecto de video para su muestra.
Al ingresar, me reciben en las paredes dibujos hechos con grafito sobre papel madera. Son los bocetos de objetos como jaulas, armaduras, orificios, ojos, cuerpos… En esas superficies proyectuales también se encuentran un montón de textos inteligibles, algo así como los anales de un proyecto iniciático y la foto de una esfinge desnuda con cabeza de almohada en blanco y negro, que está enchinchada en otra de las paredes. En el resto de la casa, maderas, mimbre y palanganas delatan la labor.
Al anochecer Osías se va y yo me quedo encerrado con candados, en su casa de rejas plateadas, durmiendo en un colchón inflable frío como el mármol. La casa aún no está habitada, lo que hace más fascinante la situación de quedar encerrado en un estudio-taller con obra en producción. Casi feliz… me duermo mirando por la ventana la noche que se anuncia voluptuosa y cruel.
Me despierto a las pocas horas, no puedo dormir. Agarro un libro que anda dando vueltas, “La Venus de las pieles” de Leopold Von Sacher-Masoch. Empiezo a leerlo y se me hace imposible no envolverme en las pieles del relato… Me transformo en un asno. Lo leo poseído e inspirado mientras disfruto del doloroso placer de los mosquitos que me pican. Pienso… en este placentero dolor que me generan esos insectos… y todo comienza a transformarse en herramientas para un relato ficcional que me ayude a construir el guión de un film, de una obra que aún no es: el frío, la picadura de los mosquitos, la falta de abrigo, la ausencia de wifi, las sombras y los destellos proyectándose en la noche caprichosa y densa.
No puedo evitar pensar en la obra como en la Venus de las pieles, por la cual somos capaces de doblegarnos a todo tipo de sacrificio. Vuelvo a ver las rejas de la casa y comienzo a fascinarme con la sensación de sentirme encerrado no ya en la casa sino en la dinámica de una nueva producción. Lo sé y me entrego como el anti héroe del relato de Sacher-Masoch a esta dama infinita y caprichosa con guantes de grafito.
La noche avanza perversamente sobre la subjetividad, justo frente a mí hay una pieza que no deja de atraerme. Es un dispositivo de metal para meter a un hombre en cuatro patas y que quede encarcelado, es….creo… la pieza más inquietante. Me tiento a ser sometido a ese objeto, a esa diosa del amor. Poco a poco, en la densidad de la noche que avanza, la idea empieza a materializarse inducida por la insoportable sensación de vacío que esa silueta de hierro me provoca o que yo, conceptualmente, no puedo dejar de otorgarle. Entonces pienso en desnudarme y meterme allí dentro. Lo pienso mucho, nadie me vería… podría…debería… ¡Sería genial!... Una vez allí quién sabe lo que podría pasarme… Pero no puedo, me quedo dormido un poco frustrado, un poco cansado y otro poco abrumado.
Los días son intensos. Filmar, armar las escenas mínimas con las imágenes que queremos y como queremos para luego por las noches quedarme a solas con las piezas. La escultura de hierro me inquieta insoportablemente. Especulo con correrla de lugar una vez más —mejor ponerla en ese rincón de la casa donde no me inquiete tanto-. Mientras leo: “Nada puede haber más delicioso que la locura de envolver vuestro delicado cuerpo en una piel tan sombría”. Entonces logro moverla y calmarla… o calmarme.
Después me obsesiono con la pieza que invoca a un doble glory hole. ¡Esta pieza es el ano del mundo! Todo lo que acontece en el mundo entra y sale por este doble ano, ¡qué fascinante! Pero ya no sé si este pensamiento es mío o es de Osías. Hablamos tanto de las obras o de las posibles obras, porque muchas de ellas son ideas, fragmentos en proceso, fantasías en la noche que se materializan como espectros ultra sensuales:
Un centauro con armadura tejida de mimbre. Las chispas de una soldadora que centellean en la noche. La Palabra Ex. Unos tacones como robots ochentosos suben una escalera infinita, casi mecánica. Fith fucking. Fith fucking…. Los ojos de Beatriz preciado...
Me doy cuenta de que debo irme, regresar a mi ciudad y a mi estado natural.
Vuelvo con mucho material en crudo para editar.
Mientras febrero comienza a retirarse lentamente, pienso: las piezas de Osías son dispositivos para la liberación.
*Die Damen in Pels. Sacher-Masoch, traducido por C. Bernaldo de Quirós, México, Editorial Villicaña, p. 11.
Mauro Guzmán (Rosario, Argentina, en 1977). Realizó estudios especializados en artes visuales, teatro y artes escénicas e incursionó experimentalmente en el cine de forma autodidacta.
Actualmente, sus trabajos se desarrollan dentro de diferentes campos como la performance, el videoarte, la fotografía, el cine y el teatro, abarcando los roles de autor, director, escritor y actor.
En 2011 realizó una residencia en Londres, en el marco del Programa Internacional de Residencias Gasworks. Asimismo, formó parte de la edición 2010-2011 del programa Beca Kuitca / UTDT.
Ganó el Primer Premio arteBA-Petrobras de Artes Visuales.
http://mauroguzman.blogspot.com.ar/
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