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1. Un desliz autobiográfico.
Conozco a Nushi hace algo más de 13 años. Para quienes saben de su periplo, diríamos que la conocí de vuelta de los 80 y en los estertores de los 90, que es como decir, conocí a otra Nushi. Los detalles de aquellos años aparecen en su relato que, hace tiempo, insisto que escriba. Su hiperbólica biografía incluye a padres poco convencionales, una pareja que dio el fruto más bello, su hija Bianca, amantes hombres y mujeres, muchos viajes, maquilladora de un presidente y amistades que atraviesan océanos y décadas. Un festín para el mitómano que anida en cada uno, pero que ella puede refrendar con fotos o testigos. Y en ese pase, se construye la artista que es hoy. Y que ha sido siempre.
Nushi Muntaabski es una y varias (y perdonen el lugar común). Aquella que conocí, pasaba de la pintura en gran formato (un catálogo de juguetes) a las primeras aplicaciones en venecitas: Después, la muestra en Gara de 1999, venía a plantar bandera en lo autobiográfico con una carga simbólica que, en su mejor estilo, volvía lúdica la experiencia para el espectador.
Después, vendrán las clases de literatura argentina: el siglo XIX, Echeverría, Sarmiento, Mansilla; y un salto de liebre aireana cae en otra muestra, en el ex ICI en 2001, ya con el enceguecedor veneciano blanco cubriendo una toldería, un “rancho aparte”. Como la cautiva, ella recreará un nuevo mundo que no abandonará y en los giros que los materiales dan en las manos del artista esas venecitas serán ramas, enramadas, verduras, pastitos, murales, animales, niño ciervo. Las enumeraciones son caprichosas, reducen a unas pocas cosas el catálogo; pero el universo plástico de NM se irá desarrollando por esos andariveles. Por eso, también, la aparición de la performance. El gesto teatralizado.
Y siempre, los esbozos, los borradores, la intención de escribir la novela. Y mi insistencia de la autobiografía o ese rulo tan elegante: una memoria.
2.
Un paso más allá, más acá.
Quien haya visto esas muestras enumeradas más arriba, quien conozca el trabajo de Nushi y hoy entra en su libro, participará de un vasto mundo ficcional, bastante insólito en las producciones locales contemporáneas.
Decir yo, parece tarea sencilla. Después de Rimbaud, lo saben los poetas, “yo es otro” y Nushi viene a dar cuenta de ello.
Pero permítaseme una última mención a su biografía artística.
El proyecto de la revista Canecalón –en los 12 números de 2004 y 2005– nos encuentra cruzando disciplinas, apostando a las cosas que nos daban felicidad. Viajamos, vimos, registramos, hicimos amigos y escribimos mucho.
Y entre esas páginas, intuyo, está el germen de este libro que hoy la vuelve una escritora.
3. La novia de Duchamp y otras cositas.
Si hay algo que Nushi puede sostener como bandera es su falta de solemnidad. Rigor sí, pero no solemne. Por eso, atraviesa esta nueva etapa como la escritora, porque en eso la convierte esta edición. Y más allá de la deuda con la radio, este libro oral se construyó en su diálogo con otras disciplinas, que están en su adn artístico. Y esa ausencia de solemnidad le hace reír a carcajadas con la desmesura de Sarmiento, llorar a lágrima viva con un poema de Diana Bellessi, o pararse frente a Jorge de la Vega y cantar como Marikena Monti.
Así opera su mirada sobre el arte de los otros. Vibra en esos lugares. Y de esa fibra son algunas páginas de La novia de Duchamp. La invitación a leer, su contrato desinteresado, está en la recuperación de una impronta más clásica aún, en vena kantiana: la finalidad sin fin del arte. He aquí una de las claves para ingresar al libro. No la llave secreta, no la teoría de moda, ni tan siquiera una voz de autoridad inapelable. En el subtítulo se dirime una cuestión esencial: la “mirada personal” es un tejido de muestras, de libros, catálogos, de conversaciones, de chismes dejados caer como al pasar.
Cada capítulo es una perlita, gestado en su mismo interior, y por ello –parafraseando un poema de César Vallejo– de diferente “intensidad y altura”. Atinadamente, abre el volumen Raquel Forner. La “dama misteriosa” de la pintura, en un gesto que bien podría ser un ejercicio para estudiantes de arte, con algunas herramientas, o para el espectador activo. Nushi opera un acercamiento a la obra que desactiva cualquier sustancia teórica y navega por mares personales, paladeando una interpretación (esa hija bastarda de la lectura). De la misma manera, pone el acento en obras menos transitadas, como la pintura gay de Klemm, la performance de Federico Peralta Ramos, la menos popular de las semblanzas del célebre Benito Quinquela.
Lo dicho: La novia de Duchamp es un libro nacido de la oralidad. Y en la escucha, también, del relato familiar sobre Lola Mora, la tímida y acertada voz de Kuitca, la engolada y amable de Marcelo Pacheco. Sus oyentes incalculables la identificarán de inmediato. Porque si bien el libro es deudor de una columna radial, lo que viene a decirnos tiene un plus de intimidad –de “mundo, mi casa”, al decir de María Rosa Oliver–, donde la oyente más atenta es su madre, a quien le está dedicado todo el libro. Entonces, la invitación está hecha. Cuando la novia despierte del sueño que duerme en el colchón Kuitca, ahí la estaremos esperando los lectores ávidos, los oyentes agradecidos.
4.
Fin de fiesta.
Así lee, así mira, así escucha la música que le gustaría bailar con sus artistas amados. Porque es una chica de los 80 que por suerte no necesita ser vintage ni retro, sino todo lo contrario, Nushi es bestialmente moderna. Ahí, la novia hace gala de sus amores, sus conocimientos, de su escritura en fuga. Por ello, hay que transitar el libro todo para entender el título, para entregarse a la protonovela, para dejar oír la voz que viene de un lugar recóndito, sensible, estético, inclasificable.
Juan Fernando García nació en Necochea (1969). Escritor, periodista cultural, docente. Ha publicado los libros de poesía La arenita, Todo y Ramos generales. Vive y trabaja en Buenos Aires.
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