Adriana Minoliti en Galería Abate
por Gabriela Schevach
 
     
 

“El triángulo descendente de la plaza se repetía en la geometría facial de la joven,” explica J.G. Ballard en La exhibición de atrocidades*. El texto describe cientos de formas en que las imágenes de la cultura industrial, sean películas, revistas, objetos o edificios, se reflejan y multiplican geométricamente en el cuerpo y la conciencia de sus personajes. El pensamiento se confunde con el paisaje, se entrega a su lógica, los límites entre la persona y el entorno se desdibujan, siempre a través de patrones geométricos, expresiones visibles del estado de abstracción convertidas en objeto.

En Playroom, la muestra de Adriana Minoliti en Galería Abate, la artista instaló cinco pinturas donde los personajes se transformaron en seres geométricos. Se trata de figuras bien definidas que contrastan contra fondos difusos. Y en esas postales desproporcionadas, ellos parecen moverse casi cómodos, como si su geometría perteneciera a la matemática universal. Pero sigamos con Ballard: “Ahora el piloto y la joven eran figuras sumisas”. Está claro que no hay lugar para que los personajes se escapen; los escenarios se imponen en el tiempo y en el espacio. Se trata de construcciones, páginas de revistas de decoración, backgrounds de película de Disney o postales de la naturaleza estereotipada. Minoliti pinta la sumisión que transforma los cuerpos, que los convierte en incrustaciones en el decorado, como si fueran objetos hechos de un material diferente, ellos bailan igual que estatuas. Suponiendo que las estatuas se movieran, los personajes parecen observarse mutuamente, interactuar con el agua, la vegetación, las montañas y el desierto.

Los seres geométricos adquieren la forma de esculturas de distintas épocas, superspuestas con fondos que representan los escenarios naturales de las vacaciones idílicas burguesas. “Romper el ojo en forma de parodia”, dice Teo Wainfred en Abyecta, el fanzine que acompaña la muestra. Además, Minoliti se encargó de transformar el cubo blanco en una habitación rosada. Este rosa preciso, inconfundible, catalogado en la lista de colores como “rosa dama de honor”, alude directamente a las convenciones sociales de la femineidad, omitiendo nombres de flores, animales y chicles. Este rosado sostiene las cinco grandes telas pintadas y contiene también a los objetos que las rodean, crea un contexto. Una de las pinturas, la que cuelga en el ángulo de la sala, sólo apoya sus cantos laterales sobre las paredes adyacentes, encerrando un triángulo de oscuridad rosada entre la superficie de la tela y el resto de la habitación.

Las tarimas y los cuadritos pegados a las demás paredes parecen los restos de un interior abandonado, los fetiches de un departamento deshabitado hace años. Una cabeza de mujer hecha en cerámica, por ejemplo, está dada vuelta y, de su interior, brotan flores violetas. Quizá un tsunami arrasó con las decoraciones, dejando selectivamente sólo los fetiches de una vida anterior y obligó a los antiguos habitantes a trasladarse a las locaciones exteriores.

En Playroom se mezclan figuras de la Grecia clásica con poses de Playboy y esculturas del minimal pintadas en colores definidos sobre imágenes estereotipadas de una naturaleza idílica y artificial. A través de bosques, selvas, desiertos y montañas, se siente flotar una nostalgia futurista que va diluyendo los bordes, creando una lógica donde las imágenes superpuestas, a pesar del contraste, desdibujan los límites que crean las duplas fondo / figura, femenino / masculino, sujeto / objeto, naturaleza / cultura, pasado / futuro, realidad / ficción. Si se tratara, en este caso, de una forma de sumisión, sería tal vez una sumisión abyecta, que surgiría después de que un tsunami haya arrasado con los sentidos más forzados, atravesando, sin borrarlas, las oposiciones inmediatas.

*J.G. Ballard, La exhibición de atrocidades, Ediciones Minotauro, Barcelona, 1981.



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Gabriela Schevach. Nació en Buenos Aires en 1972.
Hace fotos y escribe sobre imágenes.
Fue editora de fotografía, periodista cultural, reportera de
tendencias y hasta actuó en una película. Colabora con Ariel Authier
en proyectos de artes visuales desde 2002.


 



 
     
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