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Que Marcos López dejó de ser fotógrafo, ya lo sabía. Mejor dicho que hace de la fotografía su forma de arte de manera excluyente. Ahora bien: que se había transformado en un inteligentísimo interpretador de imágenes y en un conceptualizador fenomenal de lo que pervive en el siglo XXI de las teorías del siglo pasado, eso, me lo enteré al ver Debut y despedida, la gigantesca muestra que ocupa todo el espacio (literal y metafóricamente) de la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta. El plagio y la copia, la política y el arte, la ironía y los sentidos derivados aparecen como posibilidades en cada una de las obras. Hay un educación sentimental que va desde la casita de los viejos hasta lo trash como el verdadero producto del capitalismo. Entiendo que la desmesura, el gran golpe de efecto, es lo que más impacta al entrar al espacio y por lo tanto, merece su detalle. Las obras de gran formato montadas como altares, construcciones, casa ¡con pileta! y esculturas se unen a los cuadros, fotos, afiches y dibujos y diseñan un coro que se debate entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Menos como fuerzas rivales, --la claridad y la poesía del primero en contra de la intoxicación y éxtasis del este último--, sino con la potencia artística y el uso estético que Nietzsche le daba a los dos conceptos como fusión necesaria de los impulsos para que se produzca la creación artística. Si bien el filósofo alemán los pensó para el arte dramático y esto puede leerse en El nacimiento de la tragedia (1872), la evocación puede resultar pertinente si, por caso, pensamos que lo que López hace es una arrasadora puesta en escena. Su lugar, entonces, vendría a ser un poco el que escribe con imágenes y objetos la tensión que se puede dar entre la claridad y las tinieblas, la civilización y la naturaleza. El equilibrio o el frágil balance, según Nietzsche que consideraba a Esquilo y Sófocles como los dos grandes exponentes y el momento más alto de la tragedia, se rompe con la interpretación de Sócrates. Cuando hace intervenir a la ética y la razón para dilucidar o “resolver” el pacto entre los dioses Apolo y Dionisio. En ese sentido, Marcos López con notable intuición trágica no permite una bajada de línea ética, sin por ello prohibir múltiples interpretaciones. En el fantástico mundo de Marcos hay lugar para muchos: la familia, la religión, la villa, el Arte (así con mayúsculas), la ciudad, el dinero, el capitalismo y sus excedentes de una cultura postindustrial, la política, el amor. La curaduría parece más un desembarco o una invasión que un ejercicio meditado y racional. En América, la novela de Franz Kafka, hay un capítulo que se llama “El Teatro de Oklahoma” que es el lugar al que llega Karl, el protagonista, luego de una serie de peripecias pero, sobre todo, de fracasos. Un espacio al que todos son bienvenidos y tendrán la oportunidad, irreal, de conseguir trabajo. Una solución imaginaria en la que los desclasificados del mundo podrán encontrar su “gremio” y vivir felices. “¡En el hipódromo de de Clayton hoy se contratará, desde las seis de la mañana hasta la medianoche, el personal para el teatro de Oklahoma! ¡El gran teatro de Oklahoma los llama! ¡Y llama sólo hoy, sólo una vez! ¡El que pierda ahora la ocasión, la perderá para siempre! ¡El que piense en su porvenir es de los nuestros! ¡Todos serán bienvenidos! ¡Este es el Teatro que está en condiciones de dar empleo a cualquiera! ¡Todos tendrán su puesto! ¡Felicitamos de antemano a todo el que se decida! ¡Pero apresúrense a fin de que sean atendidos antes de medianoche! ¡A las doce cerramos todo y ya no volveremos abrir! ¡Maldito sea quien no nos crea!”. En este sentido, Debut y despedida es un nuevo gran teatro del mundo pero de cabotaje, aunque con la pompa y glamour de una estética chingada, a la que deliberadamente se le ven las costuras bajo su superficie brillante de colores y purpurina. Porque Marcos López, el titiritero de estos artefactos (un poco esperpénticos) conoce, como pocos, los recursos para crear monstruos. Figuras bifrontes que realiza por medio de la parodia a los grandes maestros. Como homenaje, en la posibilidad que el gesto paródico da en este sentido. Va de la alta cultura a la cultura de masas con la habilidad de un demiurgo que impulsa su propio universo. A veces, tan enorme que se escapa y justamente por esa fuga es más complejo y atractivo. Una fantasía que abre una vez y cierra para siempre. Y malditos sean los que no le crean.
Laura Isola - Nació en 1969 en Quilmes. Es Licenciada en Letras (UBA). Enseña la materia “Literatura del siglo XX” en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Participa de programas de investigación sobre literatura en el marco de los programas de Ciencia y Técnica de la UBA. Enseña español y literatura latinoamericana para extranjeros desde 1995 hasta la actualidad en diferentes programas de intercambio. Se desempeñó como periodista cultural en el suplemento Radar y Radar libros del diario Página/12 desde 1998 hasta 2004. Actualmente, escribe sobre crítica de arte en suplemento Cultura (Perfil), Ñ (Clarín), entre otros. Trabaja como coordinadora adjunta del área de Letras del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas (UBA).
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