|
Las obras de Mueck no son distractoras, más bien adornan el vacío ontológico de la civilización occidental huérfana de dioses. Hablan acerca de la nada. ¡Y vaya que si ése es un tema y éste un abordaje! Los cuerpos derrotados cargan con la tensión entre corrientes que marcaron con la mayor fuerza al ser europeo: existencialismo y cristianismo, que juegan su partida y celebran un acuerdo, imposible por fuera del arte.
Menciono los cuerpos derrotados, porque casi nadie vive constantemente dispuesto a ser crionizado mediante fotos o, como en este caso, dispositivos tridimensionales extremadamente verosímiles. Existimos al constituirnos a través de actos, diría Sartre; no para ser fragmentados hasta volvernos imágenes emergentes de una épica trunca.
En estas obras, los personajes solo son perceptibles como frames, indiscretos, que los revelan desangelados, demasiado humanos. Expresan cierta lejanía y una pérdida de sentido que acosan a nuestra civilización, principalmente a través de las situaciones que exhiben a más de un personaje. Ellas permiten apreciar mejor el contrapunto entre aquel que está presente y tiene puesto allí su ardor de alguna clase, y quien se salió del ahora, acorralado por su propia mente.
Tal extravío conecta con la presencia de otro cuerpo, éste enajenado en pro del destino de ofrecerse en crujiente sacrificio: el de Cristo. Que aparece una y otra vez con distintos grados de borrosidad a lo largo del show de Mueck. Es un evidente crucificado el hombre que flota verticalmente en un inflable. Y enfrentado se planta el superpollo, que evoca las naturalezas muertas del Barroco, donde un animal que serviría de alimento simbolizaba a Jesús. También transita ese devenir el hombre afro con sus heridas.
En muchas de las obras surgen citas y reinvenciones del arte histórico de distintos períodos, aunque en especial resultan evidentes los homenajes al Clásico, desplegándose una escala propia de la escultura de ese tiempo, coincidente con uno de los recursos más característicos de Mueck.
El cruce entre Cristo en fuga -o el sentido en fuga- y el existencialismo de los personajes contemporáneos jaqueados por sus mentes implacables y el peso de una experiencia común de alienación, resultan entonces en una obra pesada, desoladora, enigmática, y también por momentos lúdica.
Quienes habitan esta muestra son reyes, seres en algún sentido colosales que han entrado, ni más ni menos, que en el delirio de la vida cotidiana.
Parece bobo salir a bancar a Mueck. Es como hacerlo con Messi, o al menos con Iniesta. Obviamente no hace falta. Pero sin embargo, sirve para pintar una circunstancia y da lugar a pensar problemas que nos acompañan.
En la Buenos Aires de 2013, todo parece dar pie a los mayores ofuscamientos, que se han vuelto virales hasta en el barrio del arte. Pero, endogámico al fin, este distrito difícilmente problematiza audiblemente las muestras u obras de artistas locales. Los cuestionamientos e ironías se reservan al boca a boca o a comentarios en redes sociales, muchas acerca de muestras importantes venidas de afuera que gozan de gran éxito de público. Por extendido, el fenómeno llamó la atención hace unos meses con Kusama, y ahora se repitió parcialmente con la muestra de Mueck. En ellos la obra del australiano fue insistentemente acusada de banalidad, quizá siguiendo la extraña idea expresada por la curadora -tal como expone en otra nota de este número Viviana Saavedra- de que, resumidamente, no hay drama en ella. Circuló en corrillos irónicos la sospecha de que la altísima calidad técnica y el realismo que son marcas características de sus esculturas sirven como meros fuegos de artificio para adornar un vacío. O sea, siguiendo la agotadora y omnipresente expresión en boga, según esta corriente Mueck es un vendehumo.
Si Mueck hubiese sido argentino, quizá habría trabajado como especialista en FX o brillante asistente de otro artista. Eso no habla mal de él. Ocurriría porque en muchos sentidos no hay espacio hoy aquí para este tipo de producción. Pese a que la muestra de Proa bate records de asistencia. O justamente por ello.
Hay una idea que debería contemplarse con detenimiento hasta ser asimilada, y es la de que el arte contemporáneo está atravesado por distintos géneros, cada uno de ellos con reglas y expectativas propias. Lo que, por ejemplo, está admitido en el caso del cine. Todos entendemos que un western no se atendrá al mismo programa artístico que una comedia. No representa lo mismo conceptual ni formalmente, y los parámetros de su excelencia están definidos a través de elementos diferentes.
Hay necesidad entonces de que en las artes visuales también se definan nuevos géneros, que por supuesto ya no responderán a la antigua separación por técnicas o temas, ni a unas nuevas regidas por los mismos patrones. La elaboración de una nueva cartografía servirá para navegar el parco océano del sinsentido en el que a veces parece sumirse la experiencia del arte actual.
Así una obra como la de Mueck, por más que desborde en muchas direcciones, podrá ser entendida dentro de determinados parámetros y probarse excelente o no acorde a ellos, evitándose que sea mirada mediante un lente errado. El empeño en describir las especificidades de los géneros literarios, musicales o cinematográficos no tuvo un desarrollo similar en el arte, cuando ha sido un gran aporte de la teoría artística del último siglo. Será tarea para la nueva crítica.
|
|
|