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Estilismo formal vs. ideológico
Reconocer la obra de un artista por la vertiente más evidente que posee, la formal; es algo cuestionable si, también evidentemente, es un condicionante de la misma. Si el método de ejecución, la técnica particular o la marca personal puesta en la factura es lo que sobresale y define a la pieza, hay una piedra inmensa que sortear hasta llegar a la obra: el artista que está delante de ella, plantándose como marca -¿una marca? Tom Ford, Levi’s o C&A-. Son marcas las que definen el “estilo” de un artista, y que se repiten obra tras obra. ¿Qué hace que un Siquier sea un Siquier? ¿Porqué alguien quiere un Siquier? Porque un Siquier es… como todos los Siquier. Sin adentrarnos en el tema “mercado” que tan hartos nos / me tiene, discursar sobre los mecanismos de producción es un tema que interesa. Y justamente este, el formal, es el menos trascendental de los pasos para lograr una “obra de arte contemporánea”. Ya que técnica es lo indispensable, y en la constante repetición se mecaniza y pierde sentido semántico; si es que alguna vez lo tuvo.
Lo muy difícil, en cambio, es reconocer a un artista por la línea intelectual que atraviesa su obra. Reconocer el mecanismo de pensamiento no es cosa simple. Eso que no es evidente reclama un trabajo de decodificación e interpretación, ya no es sólo denotativo, involucra a alguien más investigando, o mejor dicho preguntándose. Hay algo no digerido que flota en el aire y que reclama atención, una incógnita que promueve al pensamiento. Pero no hay que ser ingenuos, también se está indagando sobre la presencia del artista en la obra que quizá no esté delante, sino detrás de lo que se observa.
Ambas interpretaciones, develan al artista imprescindible para el cuerpo sustancial de toda pieza, es personaje mediático y hasta performer; esto realmente se aproxima a la idea de una producción más conceptual por sobre la obra tangible. Lo formal y lo ideológico se instauran como “marca” para citar al artista como “obra”. Pero, para no ser complaciente, digamos que hay que ser consciente de eso y hacerlo adrede.
"El artista que trabaja con “…”
Ahora bien, si no es adrede esta posición, estar encasillado en los límites de la propia producción, es una de las cárceles más severas, porque obviamente uno construyó la celda -recomiendo terapia de algún tipo en estos casos-. Un artista condicionado, ¿qué podría aportar a lo que ya conocemos? Si no es un explorador, un intrépido investigador ¿la exhibición después de la producción, es el resultado de qué? De una investigación conocida y somera para todos. Por lo tanto, intrascendente para el cúmulo de experiencias que forman la totalidad del panorama artístico contemporáneo.
Ante una producción limitada, que solo se vale de ciertos materiales para construir su identidad; una pregunta inevitable es ¿porqué se es artista? Cuando se contemplan obras superficiales también se pueden tener epifanías de reacción. El responder a una línea de producción constante y monótona es una manera complaciente de hacer obra. Al no adentrarse nunca en una lucha quijotesca personal o social, la labor no sobrepasa al producto como resultado. Acá hablamos de otra cosa, diseño para unos pocos, caro, elitista, que al ser pensado complacientemente, por supuesto, es poco heroico. Escribir sobre lo que es ser un artista merece un ensayo complejo y un debate que aquí no daré; pero sí puedo señalar uno de los requisitos básicos: el coraje.
El deseo.
El propulsor del veterano coraje, que es la pasión, está forjado por erotismo, sin el cual no habría un motor real para crear. El erotismo y el goce son la esencia de la producción. Cada obra terminada, expansiva, superadora, desafiante e inteligente es un orgasmo explosivo. La exploración de técnicas, o maneras de llegar, en este contexto de sexualidad que pregono, convierten a esta búsqueda en el affaire con un nuevo amante. La promiscuidad de la experimentación. Casi como el cliché histórico que ilustró la imagen del artista: los excesos, el camino trunco, las equivocaciones que, al fin y al cabo, demuestran el coraje de quien frente a la pregunta efectuada, actúa. ¿El carácter ontológico estará por ahí?
Pienso en las series, en las obras que pertenecen modularmente a una otra obra conjunta, y que operan como un matrimonio que se hace más fuerte a través de los años. Es una construcción en el tiempo. Una sucesión de ejecuciones, un tanto menores quizás, que en la totalidad potencian un corpus. Cada pieza es un movimiento, acertado o no, casi un ensayo, el elemento de una construcción macro que, por cuestiones de perspectiva, es invisible para el resto y hasta para el propio artista. Acaso, ¿quién podría ver su obra toda junta alguna vez?
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