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La luz del día apenas se cuela a través de las cortinas y la penumbra de la habitación se enciende con el tintineo de bronces y cristales. En el medio de la mesa, las tacitas de té esperan. El brillo suspende a la porcelana y dan ganas de estar ahí, de tomar la taza por el asa y darle un sorbo al earl grey para perderse luego por el paisaje pintado al fresco que decora las paredes de este salón francés. Dan ganas de tener un amplísimo departamento en una de esas torres first class de Puerto Madero donde colgar este fantástico Videla. Dan ganas de ser rico y dedicarse de lleno al hedonismo, sin más.
“Sala II”, óleo sobre tela, 140 x 180 centímetros, es parte de “Eso”, una serie de paisajes de mediano y gran formato que Juan Andrés Videla presenta en estos días y hasta el 27 de noviembre en la galería Braga Menéndez. Interiores sin gente, vacíos y calmos, que parecen retratar el silencio, no importa que se trate de una habitación Luis XV o del lobby de un hotel.
A diferencia de aquellos paisajes brumosos del conurbano bonaerense que Juan Andrés presentó en 2007 y que fueron su marca personal, esta vez los escenarios pierden la identidad local para dar lugar a espacios sin carga afectiva, sin tiempo ni historia. Una desubjetivación de la mirada que ahora se aproxima a los objetos y ya sin bruma cierra el foco -todavía partido- sobre lo concreto.
La destreza del maestro propicia la ilusión. El observador ingresa al campo proyectado y vaga por la escena, escudriñando aquí y allá, con la libido del ratero que se coló por la ventana. Seguramente el recorrido terminará en el enchastre de la alfombra o el mareo cegador de los caireles; manchas abstractas que se pierden en sí mismas y dejan a la fantasía paradita de penitencia frente a la tela pintada, muda y plana.
Es que si alguien busca una referencia certera y acaso pretende controlar el juego, con “eso” no irá a ningún lado. El realismo de Videla es tan volátil como el peor abstracto. Se da a la inversa de lo que sucede con su amigo, Eduardo Stupía, cuyos paisajes abstractos se reconstruyen en la mente del espectador como perfectas figuraciones. Los de Videla, en cambio, se presentan “bien parecidos” pero enseguida se van desconfigurando hasta quedar reducidos a un compendio de luces y sombras que apenas consiguen darle forma a lo que alguna vez fue.
El problema de la representación no solo queda expuesto por la técnica sino por el mismo proceso de la obra. No son escenas pintadas en vivo y en directo a la manera del plein-air. Son copias de fotos que Videla toma y guarda compulsivamente en su MacBook. La reflexión que implica elegir una entre miles se hace frente la pantalla. A propósito: los lugares escogidos encajan perfectamente en lo que el antropólogo Marc Augé define como no-lugar: espacios de anonimato pensados para el flujo masivo de individuos. Sitios que no son para quedarse sino para seguir de largo, como un ascensor, una sala de espera o esta habitación Luis XV, que a decir verdad es el decorado de una exposición de diseño interior en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Sí señor, a real fake!
Entonces: Mimesis de la mimesis, como en la teoría de Platón; representación de la representación, como las sillas de Joseph Kosuth; pero con tantas instancias intermedias que se pierde de vista el original. Si es que hoy día algo o alguien podría hacer gala de esta condición.
Solo estas cuestiones ya posicionan a Videla entre sus contemporáneos. Pero viene al caso la decisión de sumar a la muestra una proyección de video. Como dejando en claro que lo suyo es la pintura pero que bien podría haber sido el VHS.
La pantalla replica la imagen que se ve en un bastidor. Ambos muestran la misma perspectiva de la sala de embarque del aeropuerto de Frankfurt. La silla sola, los aviones detenidos en la pista y un vacío que no desespera sino que, al contrario, reconforta. Algo se mueve en un extremo, es un hombre minúsculo en lontananza. No rompe el equilibrio, la armonía sigue intacta, pero su desplazamiento desencadena una serie de acciones microscópicas: un furgón que se estaciona, una luz que se apaga; comienza a manifestarse lo que antes parecía estar quieto. Algo también se mueve adentro nuestro. Es un dulce oscilar entre la incertidumbre existencial y la certeza de que nada es permanente pero todo es posible.
Despojados de las apariencias, con el paso confiado, avanzamos hacia el desenlace. Bosque, 6x2 metros, en doce unidades de 1x1. Troncos y ramas se entrecruzan en una maraña grisácea que se come al que esta enfrente. Los elementos inician su danza serena. Ya no hay giros en el aire, el que observa está parado en sus zapatos siguiendo atentamente el espectáculo de la tela. Usted esta aquí. Y no quiere irse a ninguna parte.
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Sala I
Oleo sobre tela
140 x 180 cms
2010 |
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Reflejo
Oleo sobre tela
140 x 180 cms
2010 |
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Loby
Oleo sobre tela
140 x 180 cms
2010 |
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Frankfurt
Oleo sobre tela
120 x 160 cms
2010 |
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Escalera mecánica
Oleo sobre tela
140 x 250 cms
2010 |
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