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"¿No te pasa que siempre tienes la sensación de que hay un restaurante perfecto pero no caes en él?", se interroga uno de los personajes de "Cuando cae la noche", novela de edición reciente de Cunningham. Es el mismo autor de "Las horas", aquel tríptico que fue llevado al cine hace ya años catapultándolo al éxito.
Aquí, acaso la indagación principal sea acerca de la fugacidad de lo que identificamos como bello y perfecto; que se dispara más allá cada vez que se desea aprehenderlo. Nada nuevo, por cierto. El autor despliega su mirada desde las rebarbas de una pasión amorosa, que se anuncia cual fatalidad excepcional y termina desatando mucho más de lo que pensábamos. Pero el trasfondo, que motorizó la voluntad de redactar este texto, es el mundo del arte contemporáneo: es posible sospechar que toda la fábula expuesta en la novela condensa, ante todo, una reflexión sobre él. El supuesto contexto entonces no es tal, sino un señalamiento. Por lo que nos propusimos extrapolar algunas situaciones referidas al mundo artístico del resto de los sucesos que componen el relato.
"Cuando cae la noche" es disfrutable en varios órdenes, tanto cuando se pierde en hondas reflexiones sobre el sentido de la artisticidad como cuando permanece en superficie, explorando la cotidianeidad de cierta experiencia posible de New York. Es parte de un grupo de ediciones cercanas que coinciden en reafirmar la incontrastable supremacía de la ciudad como capital artística, tales como las autobiográficas de Patti Smith y Marcia Tucker. Aunque su formato ficcional también lo acerca al reciente "El mapa y el territorio" de Michel Houellebecq, que se detiene en algunos vericuetos de la carrera de un artista contemporáneo, aunque el francés parece menos interesado que Cunningham por la verosimilitud de las situaciones que plantea.
Peter es un galerista en la mitad de su carrera. Es de los buenos, aunque todavía no de los más importantes. ¿Podrá serlo alguna vez? Está comenzando a trabajar con Groff, un artista muy exitoso. La obra de Groff consiste en urnas de bronce, con cierto sentido clásico pero proporciones posmodernas y también un matiz de cómic. Vistas desde cerca, se atisban una cantidad de insultos y frases inscriptas en la superficie que agreden directamente a sus posibles compradores, coleccionistas ricos, lo que las vuelve una contradicción irresistible para ellos mismos. Enseguida surge la posibilidad de una venta concreta de una de sus urnas, y allí aparece un fenómeno que, desde Argentina, apenas podemos sospechar, aunque es bien real en las ligas mayores del arte: el artista quiere que el coleccionista también califique antes de aceptar venderle una de sus obras. Ambos deben elegirse, artista y coleccionista. Hasta en un panorama que, los protagonistas varias veces mencionan, está francamente deprimido por la crisis iniciada en 2008. Entonces Peter le cuenta a Groff, para convencerlo de realizar la venta, acerca de algunas obras que posee su clienta, pero solo le habla sobre las más contemporáneas. En cambio, elude mencionarle que en el jardín se halla una escultura de Oldenburg: "los jóvenes adoran a algunos maestros antiguos y desprecian a otros, no se puede saber de antemano a cuáles".
Para los que están familiarizados con el funcionamiento del mundo del arte en estos tiempos, el asunto está bien desarrollado. Se trata de un tema que ha sido, y suele ser, muy pobremente retratado salvo excepciones. Acaso las aproximaciones de la ficción al arte para la literatura sean como aquellas que el cine realiza hacia el boxeo, territorios complicados de representar con justeza y verosimilitud.
Otros dos artistas que trabajan para la galería de Peter son retratados en el transcurso de la novela. Una videoartista subvalorada- que de repente es reconocida por toda la plana mayor habilitada para hacerlo- cuyas obras enigmáticas muestran, por ejemplo, a cinco personas que viven momentos de los más normales de sus vidas mientras suenan constantemente los primeros compases de la Novena Sinfonía de Beethoven. Y hay otro al que se describe minuciosamente: su obra, en cambio, le trae un profundo malestar al protagonista, lo lleva hasta el vómito cuando accidentalmente descubre que las pinturas supuestamente audaces, que deben contemplarse envueltas en paquetes cerrados con cera y jamás ser exhibidas desprovistas de su envoltura, son malas imitaciones de Richter y abstracciones vulgares.
Los clientes de Peter a veces devuelven algunas obras que compraron, argumentando que no encajan en sus livings. Pero él cree que una gran obra debe irradiar tal sensación de autoridad, tal confianza en sí misma, que no pueden echarla a perder aun los muebles y tapizados más ridículos. Una obra así debe dominar la habitación, y los clientes deberían más bien pedirle que les sugiera un decorador para rehacerla en relación a ella.
"¿Dónde están los visionarios? ¿Se los han llevado por delante a todos las drogas y la desilusión?". Tras el lamento por la falta de artistas creando en el límite de la pasión, el éxtasis, la locura, surge la crítica hacia la superprofesionalización del artista contemporáneo. La relación erótica que se instala entre Peter y Dizzy, su cuñado, es una de las formas de señalar la afinidad basada en el hecho de que ambos se han esforzado y han fracasado. Dizzy viajó hasta Japón, permaneció en el jardín zen de un monasterio, pero no experimentó una emoción auténtica; y Peter no encontró al artista que le dé sentido a su carrera. Nadie los fundirá en bronce. Alcanzan el drama, pero no la dimensión trágica. Aunque Peter tiente al destino para ello. Son tiempos más prosaicos, y por allí se deslizan los acontecimientos en la Manhattan sofisticada que se percibe con gracia, pese a la muy objetable traducción, que sumándose al sino del relato, sustrae la magia allí donde puede hacerlo.
El campo artístico presente hace bailar a los osos, cuando quisiera conmover a las estrellas. "Cuando cae la noche" puede leerse en varios niveles, uno de los cuales es, sin duda, aquel que permite hilar todo lo que acontece como una mirada acerca del arte, en tiempos en que todos los paradigmas se han reformulado.
La mujer de Peter se ve a sí misma "como apartándose de todo". "El tiempo roba sin tregua, y cuando le pedimos compasión nos roba más aun". Así se sustrae la trascendencia. Y, tras un loop en el vacío, se vuelve a intentar algo.
("Cuando cae la noche", de Michael Cunningham. Lumen, 2011)
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