Congresos ficcionados y colectivas verdaderas bajo una lupa impiadosa
por Mariano Soto
 
   
 

Sobre el cielo límpido, de un azul ostentoso y sin nubes, se recortan las siluetas de dos paracaídas en pleno descenso, inflados a todo velamen.  El aire es templado, cargado con el olor de la vegetación abundante. Clima agradable, primaveral. El sol acompaña la complacencia tibia del momento. Abajo, un suelo aparentemente inocuo y lleno de bellezas naturales, será el lugar donde estos dos paracaidistas vayan a poner el pie, una vez terminado su vuelo en caída libre.
No obstante, ninguno de los dos se engaña respecto a la dificultad que los espera: saben que, tras ese desborde de belleza y esa calma aparente, se esconden peligros letales, imposibles de detectar a simple vista. El riesgo a volar -pero en sentido inverso al reciente y en partes infinitesimales-, sin embargo, no los detiene.
Al llegar al piso ambos sacan sus cuchillos. Afilados como sus miradas y sus plumas. A pesar de la gran diferencia generacional, muchos hilos los conectan. Un nombre, una provincia, una profesión.
Actúan y despliegan sus preparativos sin mirarse, pero entendiéndose igual. Saben que están sobre campos minados. Pero ellos son como el Caballo de Troya.

Ayer no es hoy (1977):
Purga: Expulsión o eliminación de funcionarios, empleados, miembros de una organización, etc., que se decreta por motivos políticos, y que puede ir seguida de sanciones más graves. (Diccionario de la Real Academia Española: http://www.rae.es/rae.html).
Lejos de lo casual, uno de los tantos libros del escritor cordobés Juan Filloy se llama La Purga, cuyo núcleo son las artes visuales, sus actores y sus múltiples discursos; en el marco de una historia de ficción bizarra y fantasiosa.
 Aunque reeditado recientemente, fue escrito en 1977, y, como muchas de las obras de este original escritor argentino, se mantuvo en secreto hasta la década pasada.
Ahora bien, el hecho de que el libro esté escrito en los años 70, conlleva, ya desde el vamos, un reacomodamiento conceptual para el lector de hoy. Los artistas de la novela llaman a su arte contemporáneo, pero que, en el presente, viene a ser justamente el último coletazo de la Modernidad. En medio de una historia de corte Sci Fi y atmósfera delirante casi de Alfred Jarry, con una maquiavélica emboscada teñida de Congreso Mundial de Pintura como fondo, Filloy se las ingenia para hacernos un crudo retrato del mundo del arte de su tiempo que, decantando, resuena alarmantemente parecido al nuestro.
La historia, una ficción en formato de novela lineal que se desarrolla en una semana, se centra en el conflicto recién mencionado, y aprovecha para exponer sin anestesia la hoguera de  las vanidades del mundo de las artes plásticas. A poco de comenzado el relato, y describiendo la convocatoria al tal Congreso, Filloy se despacha con una lista de 300 y tantos movimientos/grupos artísticos, en los que mezcla sagazmente los productos de su imaginación con movimientos artísticos reales del siglo XX y todos sus “ismos” y “neos”. Y algunos disparates pensados para provocar la risa más irónica.
Siempre profundo y sarcástico, nos adentra en las diatribas personales de estos artistas que, lejos de cumplir con las expectativas del dictador que con trampas los llevó hasta esa isla casi virtual, convierten la “Conferencia Mundial” en emperradas defensas de egos intelectuales, ya personales o grupales; terminando cada sesión en un maremágnum de insultos y chaturas muy lejos del concepto de lo “políticamente correcto”, tan apelable en nuestros días.
Viéndolo como crónica de su tiempo, el libro resulta una fuente de llamadas graciosas pero de profundo análisis sobre la problemática estética y conceptual en ese momento del siglo XX. Si bien el autor menciona a Joseph Beuys, por ejemplo, y al Arte Conceptual o al Povera como movimientos reales; los discursos giran siempre en torno a la pintura, y es éste un recorte que podemos entrever como una toma de postura del autor frente a las artes visuales, en un momento en que ya eran capital histórico los trabajos del grupo del Di Tella y del CAYC, entre otros. En realidad, la novela centra todo su conflicto en la antinomia pintura clásica-pintura moderna, ésa es su médula espinal; pero el absoluto talento de la historia, reside en que todas las estéticas, todas las escuelas, todos los postulados, son defenestrados y reivindicados al mismo tiempo. En la marea exaltada y colorida en la que nos vemos inevitablemente inmersos, todas las voces claman y justifican su legitimidad, a la que acto seguido sus detractores se encargan de vapulear y neutralizar por medio del ridículo, con lo cual, sabiamente, Filloy nos empuja a tomar partido, a levantar o bajar pulgares según el propio arbitrio. Cerrando la cortina sobre un circo grotesco y despiadado, ante el que no podemos permanecer indiferentes

Hoy es hoy (2010):
Justo en el punto en el que Filloy termina su “purga”, Terranova la emprende con su versión remixada siglo XXI. Ahora sí, la mirada recorre instalaciones, video arte, performances. Lo relacional y lo conceptual, con eje en el espacio público como “galería”, son el terreno por el que se transita y que, con cierta ingenuidad de adolescentes, sentimos legítimo llamar arte contemporáneo (y con minúsculas). En este punto, el autor se hace una pregunta simple y lúcida: “contemporáneo de quién y hasta cuándo”.
El remix de Terranova sobre la labor incendiaria de Filloy toma, esta vez, formato de diario. Lejos de lo ficcional, la emprende con la realidad actual a pelo y en tono de crónica en primera persona. En esos cinco días que pasa en la ciudad de Córdoba, reflexiona sobre el arte y sus (no) límites, sobre los artistas y su (permanente) discurso y también sobre su propio lugar en el medio. Venido de las letras, y sin considerarse crítico de arte, muchas veces se auto cuestiona su lugar en ese evento al que fue invitado a presenciar para luego escribir el catálogo. Invitado y contratado, claro.
Un punto alto lo constituye aquel en que D´Angiolillo lo tilda (suponemos que en clave de chiste amistoso) de “paracaidista” y que él, de buena gana, no cuestiona, sino que piensa: “Crítica, verdad y paracaidismo”.
La mirada de Terranova es aguda, inteligente y sensible. Cruda. Alejada de pruritos estériles, de aquellos Do´s and Dont´s con los que estamos siendo re programados e invitados a digerir sin elaboración propia (fast food del pensamiento); y por eso mismo es que resulta vivificante. Dice lo que dice con el desparpajo del que es ajeno al medio, sin que esto le reste, sin embargo, un ápice de valentía e integridad a su discurso. Justamente, la distancia le da perspectiva.
No obstante, su mirada y su reflexión son reivindicadoras. Terranova piensa en el arte, se relaciona con sus producciones, se cuestiona los significados, sondea las profundidades… o la falta de. Esos momentos son los más ricos de su libro, donde, con verdadero amor al arte, interpela, bucea, desmenuza y señala.
En un medio en que, por sus mismas características intrínsecas, gravitan tanto la obra como la persona del artista, su discurso, su CV, su aspecto físico y la manera en que se relaciona y se mueve socialmente, encontrar alguien que, en un opening, se dedique a mirar las obras en vez de darles la espalda para hacer sociales, resulta un verdadero refresco. Una promesa. Aquella que el exterminio masivo ficcionado por Filloy, no nos dejó.





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“La Purga”, Juan Filloy, El cuenco de plata, 2006

“Unos días en Córdoba”, Juan Terranova, Editorial Nudista, 2011

 
   
 

   

   
 
     
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