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Cuando la vista pierde la línea de horizonte, el mapa son las estrellas. Los hombres del mar y del río lo saben desde tiempos pretéritos y los mejores se orientan según sus posiciones, así como reconocen también el temperamento de las corrientes y la inquietud en horas aparentemente laxas. Sus espíritus son espejos de ese espacio liminar que encuentra costas y aguas.
Seguramente el afán por transmitir tal conocimiento geográfico haya motivado el inicio de su representación. A veces ha generado arte, otras ha precisado del concurso de artistas que, a gusto o no, aportaron a la cartografía hidrográfica. Mencionaremos algunas experiencias que los incluyen.
En las islas Marshall, en medio del descomunal Oceáno Pacífico, los hombres que se aventuraban mar adentro lo hacían llevando consigo cartas de navegación realizadas mediante anudamientos de bambú, coral y conchillas. Son objetos funcionales que representan de un modo completamente abstracto costas, oleajes, profundidades, mediante líneas que se cruzan para así formular un objeto plano y de bordes mayormente rectos. Si no supiéramos cuál es su origen, podríamos pensar que estamos ante obras contemporáneas que perfectamente serían del gusto de la Colección Cisneros y su preferencia por la geometría. De todos modos, es cierto que las cartas de palo de las islas Marshall forman parte del actual canon del arte aunque situadas en otro dominio, que es el del "arte oceánico tradicional", y así participan de exhibiciones en distintos museos del mundo. Mattang, meddo o rebbilib son los nombres que reciben en el idioma local, dependiendo del tipo de información que suministran.
Si bien causa asombro que un entrecruzamiento de líneas pueda expresar las circunstancias a las que debe atender un navegante, este crece al indagar un poco más acerca de su origen y descubrir que, en algunas de ellas, no son solo situaciones geográficas "objetivas" las graficadas: las cartas pueden registrar también ideas mitológicas, así como notas poéticas, ligadas a la memoria de quien las elaboró, que se manifiestan del mismo modo abstracto. Lejos de mantener separados a los diferentes tipos de conocimiento, estos hombres conjugaban en su cartografía datos científicos con mitos individuales y colectivos. En el mundo de los habitantes tradicionales de las Marshall, llegados a la Micronesia desde el sudeste asiático unos 3000 años atrás, tales circunstancias no son antitéticas ni contradictorias. Y la representación es, sí, la de las aguas que rodean a las islas; pero incluye la dimensión de otro viaje más vasto, uno que de algún modo convierte una carta de navegación en un mapa existencial.
Aquí sí dándose de narices contra el paradigma cientificista, James Whistler (1834 - 1903) tenía veinte años de edad cuando fue contratado por la Marina estadounidense para dibujar planos topográficos. Transferido a la Survey´s Engraving Division, se dedicó a realizar aguafuertes que mostraban en forma realista cortes de costas norteamericanas. Si bien resultó un buen entrenamiento para su posterior desarrollo como grabador, disciplina a la que siempre fue afecto, el gran Whistler entró en la horma del artista que se aburre trabajando en otra cosa que en su arte. Desobedecía, llegaba tarde o faltaba, “dibujaba las paredes” de su oficina. Se le echó en cara introducir en sus trabajos elementos “ornamentales” que excedían lo encomendado. Después se negaba a repetir los encargos que, según el criterio de sus jefes, arruinaba debido a su afán artístico. Qué duda cabe, fue despedido dos meses después.
Uno de los aguafuertes que identificamos representa la costa de una –de un grupo de tres- de las islas volcánicas que forman Anacapa, en el Canal de Santa Mónica frente a la costa de California. Se publicó en un reporte anual de 1854. En él, bandadas de gaviotas sobrevuelan el acantilado. En cierto modo, dimensionan el dibujo y aumentan su sentido plástico. Pero sus jefes juzgaron la introducción de las aves como “superficial y sin valor geográfico”. Whistler argumentó que, lejos de distraer, los pájaros aportaban el elemento que permite que ese mapa se parezca a Anacapa.
Tras su despido, Whistler partió a París y se dedicó de pleno al arte. Otros conflictos lo aguardaban.
En 1856 la Survey´s Engraving Division publicó un nuevo aguafuerte de la costa de Anacapa y archivó el realizado por Whistler. Ciertamente, esta vez no incluía aves.
Casi treinta años trabajó el rosarino Leónidas Gambartes (1909 – 1963) como dibujante cartógrafo en la oficina del Paraná Inferior, dependiente del Ministerio de Obras Públicas. Había realizado otras tareas desde los quince pero, tras dar con este empleo, lo mantuvo hasta pocos meses antes de su muerte. Al contrario de Whistler, Gambartes cumplió su tarea con gusto. El espíritu detallista, observador, con el que era necesario encarar los trazos que representasen la barrosa costa del Paraná y sus islas, lo sumían en un estado meditativo, al borde del arte que pronto habitó.
La vista lo fue abandonando. Allí está, en las fotografías en las que aparece en plena faena, su mirada a pocos centímetros de mapas y pinturas. Amante de la literatura, sus compañeros solían leerle mientras él se aplicaba en los dibujos de mapas; también su hija Betty recuerda cuando aun niña leyó para su padre, al tiempo que él pintaba, la iniciática Excursión a los indios ranqueles. La progresiva ceguera moldeó un estilo nacido de esta dificultad -Gambartes creía en las derivas, era un hombre del río-. Los payés y las curanderas que eligió mostrar son personajes de esas barrancas que visitaba en las mañanas de trabajo.
Sus mapas de pequeñas curvas y abstracción casi total son muy apreciados y aun hoy objeto de consulta, dentro de una especialidad como es la cartografía hidrográfica del Litoral; el Ministerio para el que trabajaba organizó una muestra de ellos hace ya varios años. Gambartes tomó máximo provecho de su función como cartógrafo, tanto por la necesidad de dominio total del dibujo como por la dimensión aventurera de las excursiones que lo obligaba a realizar, en las que tomó contacto con la veta que exploró a través del arte.
La relación entre algunos artistas y la cartografía hidrográfica incluye varias derivas contemporáneas, entre las que destaca la serie de Andreas Gursky (1955), que utiliza fotografías satelitales del Océano Índico manipuladas artificialmente para llevar la atención hacia las zonas de transición y las periferias. Una operación que relacionamos con los diagnósticos de un momento “anfibio” o conector de contextos en nuestra cultura, y a la necesidad de nuevas hojas de navegación para explorarlo.
En un tiempo en el que el arte ha abandonado su funcionalidad respecto a disciplinas como la geografía, la utilización de este tema alude a los saberes exactos para desafiarlos y poner en interdicción la seguridad propia del estadio “continental” de la especie humana, cuyos cuerpos se componen en un setenta por ciento de agua. ¿Los años pasan volando? Millones de ellos también. Quizá volvamos a habitarla, aquí o en otro planeta hecho de líquidos.
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