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No es tonta. Valentina Liernur pinta bien. Su primera muestra en esta misma sala –subsuelo Ruth Benzacar, 2006–: fue un ecléctico compendio de lo que esta jovencita era capaz de hacer: cuadros con un sentido del humor afilado que se permitían pasar de la figuración a la acción libre y llegar a la escatología sin por eso abandonar sus ganas de gustar. Destaco especialmente un lienzo pequeño donde se veía un vaso de cristal con unas garzas talladas, me animaría a decir a mano. Un gran vaso para un gran cuadro de pinceladas espontáneas que perfilaban las transparencias del vidrio sobre el fondo morado-oscuro de una paleta sucia; una composición sencilla que ponía en tensión lo material y lo simbólico, que servía para demostrar como un pincel y un par de pomos de acrílico podían definir una estética precisa, provocativa y sutil. En fin… Nada de eso hemos visto en su última muestra en la galería de Florida al mil.
Nada es ingenuo en este lugar. Los cuadros de gran formato están apoyados sobre latas, recostados sobre la pared, acaso queriendo señalar la precariedad del atelier. Las abstracciones, más que expresiones autónomas, parecen ejercicios desganados, a veces inacabados, a veces empantanados, que en algunos casos muestran, por arriba de las capas de pintura, figuras dibujadas esgrafiadas, de manera automática: triángulos, cuadrados, líneas autistas. Si uno fuera benévolo diría que se trata de un action painting abúlico en modo nonsense. Pero bueno, uno no es del todo bueno y acá no hay ironía, ni segundas lecturas, ni pintura-sobre-la-pintura. Si me piden la opinión yo diría que todo esto es falso y está vacío de contenido, sin más.
Una serie de collages colgados junto a las pinturas podrían ayudar a entender. Son páginas de revistas de moda entrelazadas en cuadrícula. Como tarea doméstica no están mal. El fashion, un asunto recurrente en la obra de Liernur, también está presente en el catálogo que casualmente no tiene texto, solo fotos, tres fotos. La de la portada muestra una mano pintando, al mismo tiempo que una pierna –perfecta pierna de niña bien– ojea una revista que podría ser la Vogue. Esta es, por absurda, la mejor de las imágenes. Hay adentro de la cartilla –creo que la palabra cartilla es mas apropiada que catálogo– otras dos fotos del taller de V.L. donde vemos, entre las latas con óleo y los frascos de trementina, una cartera de cocodrilo. Sin embargo, ni siquiera la presencia insólita de este accesorio de lujo le roba protagonismo a la pierna ojeando la revista. Era justa y necesaria una poca de gracia ¡un guiño! ante una puesta en escena tan superflua y literal.
La pintora entonces, el personaje, se impone sobre la obra. Tampoco nada nuevo: el artista como obra, la obra como souvenir. Pero incluso así, más allá de esta operación que no es positiva o negativa en sí misma, me quedo con el gran gesto de vaciar de sentido la labor del artista. El si pero no. Una maniobra que tampoco es nueva pero que viene ganando terreno a fuerza de ambición.
Pienso en la muestra colectiva Abstracta Tu!, en la galería Miaumiau que se desarrolló en paralelo a la muestra de Benzacar. Curada por Alejandra Seeber, reunió obra de Sofía Beraka, Sofía Bohtlingk, Deborah Pruden, Juan Tessi, Rosario Zorraquín, Seeber en su faceta de artista y nuevamente Liernur. La reunión de mujeres -celebramos la incorporación de Tessi trasgrediendo los misteriosos límites de género- intentaba ilustrar una “creciente ola abstracta” entre artistas mujeres. Mariano López, director de la galería, tiene buen olfato para rastrear tendencias. Pero uno podría ir más allá, en este recorte no solo se veía una clara adhesión a la imagen indeterminada sino que se acentuaba el carácter no terminado de la obra, casi diría la desvalorización de la experiencia, del artista y del observador.
Sería pertinente analizar cada uno de los casos. El cuadro de Tessi, que evidentemente está enfrentando a sus propios fantasmas, se carga de sentido con el título "El spleen, el strass" que hace de una composición mínima, un planteo conceptual. El lirismo de Bohtligk es un pasaje a otra parte: se disfruta con la sucesión de pétalos-lágrimas-pinceladas que terminan por configurar un paisaje extraño. Las criaturas de Zorraquin son igualmente inquietantes. Pero no se trata de salvar a nadie ni de apuntar individualidades, sino, todo lo contrario, de trazar perspectivas sobre esta topografía de la desolación.
¿Será casual que todas sean bellas y que vengan de familias acomodadas? ¿Será casual que casi todas hayan pasado antes o después por la beca que dirige Guillermo Kuitca, para muchos el formador más prestigioso y referente numero uno del arte argentino actual?
Las coordenadas nos dejan a los pies de las Conchetinas, el colectivo de chicas desobedientes que si bien no son chicas Kuitca, encarnan mejor que nadie lo que yo llamo BadNenas, toda una categoría en el mundillo del arte local.
Si las feministas del siglo pasado hicieron de su cuerpo el campo de batalla donde conquistar la emancipación colectiva, las BadNenas lo usan como arma de poder interpersonal: son activas, atractivas, audaces y hasta el más homosexual cae bajo el influjo de sus performances –no las del cubo blanco que son bastante flojas, sino las del escenario rockero, la pista de baile, la pasarela, la galería de Facebook. Mujercitas fálicas presentadas como objeto de consumo, que circulan libremente a través del territorio allanado por el apellido de papá. Las BadNenas en principio son ricas o parecen, y esto se tiene que notar. Son las reinas caprichosas del todo roto: lo que tienen de lindas, lo tienen de malas, no porque hagan daño a nadie sino porque una auténtica BadNena debe ser un poco hueca y muy pero muy banal. ¿Cómo soportar sino la jaula de oro? Porque esto debe quedar claro: su representación de lo femenino es la contracara del machismo más brutal.
Podría decirse que esta identidad no es suya. Es el rol que les tocó en el reparto general. Habría que analizar las condiciones sociales en las que surge este fenómeno. Desde que el campo de arte comenzó a expandirse, allá por los 70s, cuando las categorías clásicas estallaron por los aires y quedamos sumidos en medio de una nebulosa sin centro donde todo puede ser, todos y cada uno somos responsables de donde ponemos el foco y como llamamos a eso que creemos ver.
Un amigo, que por border siempre tiene algo interesante que decir, asegura que Buenos Aires seria un páramo sin no fuera por las BadNenas. Y tiene razón. ¿Qué sería del Arte sin sus musas? Kikí de Montparnasse, la modelo vivo más célebre de los tiempos modernos, tenía muy claro que toda acción humana es un absurdo total. Eso, lejos de darle nauseas, la alentó a ser y hacer. Kikí se adelanto cincuenta años a Simone de Beauvoir y no se privó de nada. Cantó, bailó, se curtió a quien quiso y lo dejó por escrito en una memoire. Incluso pintó y presentó sus obras en un muestra que reunió a le tout. Pero claro, el tiempo es sabio, Kikí hoy no es recordada por su coqueteo con los bastidores sino por la fuerza arrolladora de su personalidad. La moraleja podría ser: Hacer, hacer, que por más efímero que sea, algo siempre queda.
Algo siempre queda, en su lugar.
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