Inspirado en Tormenta de Cristales, Diana Aisenberg en Galería Abate
por Alejandro López
 

‘Tormenta de Cristales’ de Diana Aisenberg en Abate Galería. Foto de Camilo Rivera

   
 

Todo el santo sueño con la Tormenta en la época en que usaba el pelo largo, medio batido, en su etapa más salvaje cuando salía con el baterista del grupo Amuleto. Siete temas, todos seguidos, me había cantado la muy yegua, una siesta inolvidable y en el último clip de Cebando mate estaba yo haciéndole los coros con mi mundo de ahora mezclado con el anterior, en fin toda mi historia personal  que se me salía del cuerpo como en tetazos de porcelana pegados con El pulpito y con miel. Al mismo tiempo me perseguía un Rivotril enorme con alas de piel de nutria que decía: Made in Chaco, a un costado, pero que finalmente se transformaba en un tapado enorme con incrustaciones de cristalería fina y zafiros mientras terminábamos de cantar el final del temita con la Tormenta. En fin, un delirio pasteado y completo que me estaba invadiendo el sueño de la tarde mientras tendría que estar haciendo un delivery que me iba a estabilizar económicamente para todo el fin de semana.

El muy astuto del Sapo, un santiagueño primo del Pocho (travesti de fierro, muy colega, una hermana), me lo estaba recordando por Messenger, a los dos celus, más al fijo y al blackberry, todo junto y no le podía fallar bajo ningún pretexto, alto pedido, así que junté fuerzas y salté del futón como pude, casi tambaleando.  Es que yo venía de una mañana muy ajetreada en el Congreso y, justo en ese momento, me encontraba en lo más comprometido del bajón. Había discutido con el Asesor y para el almuerzo me había clavado dos líneas mal cortadas, una tira completa de asado y un pisco sour con … mejor ni hablar que encima trae mala energy y todavía me debe plata.

Media mareada  de la siesta, entonces, me tomo el taxi siete menos cuarto, le digo llevame directo a la galería Debate y en 14 minutos exactos, una línea recompositora de mampostería facial mediante y unas pitaditas de porro que me convidó el tachero, ya  estábamos en el Pasaje Bollini en la puerta de la sala con un marasmo de gente que a mí de ninguna manera me ayudó con el temita del mareo.
Yo no sé cómo hizo el Sapo para detectarme entre tanta gente pero, antes de terminar con  la primera exhalación profunda completa, ya nos metimos como trompo en el baño del fondo acompañados por la artista que aunque no tomaba por cuestiones de religión, venía a recargar la petaca con el whisky, marca una fortuna, que el Sapo peló de uno de los bolsillos de su saco. Él, un caballero como cualquier encargado profesional de barra y bebida afín, me ofreció una línea más que generosa y ni siquiera había tenido tiempo de presentarme a la artista, que yo solita la reconocí por el aura dorado impecable con borde azul un ala del color del mar, y además del color de pelo, y le dije, me presento primero: YOKO LASH! - Vos debes de ser la artista, me imagino,
Claro, me contesta ella con la cara transformada en una sonrisa de feliz polvazo mientras volvía a engancharse la petaca de metal entre las piernas,
-¿No te da frío?
-Me mantiene fresca y alerta-, me contesta y me lleva encantada a recorrer la sala, que a esa altura ya éramos culo y calzón, al tiempo que posábamos para una foto.

Debo reconocer que salí del baño muy drogada, muy sensible y me impactó de movida ver a mi prima la tricéfala en el medio de una mesita llena de cristalería fina con acabado precioso que semejaba material tipo burbuja de champaña. El accesorio perfecto para llevar a mis sesiones en el Congreso, guardadita en la cartera a manera de protección y abalorio, pensaba yo para mí desoyendo lo que me explicaba la artista, ya que sentía que últimamente la oficina de Avenida Rivadavia vibraba con mala energía, muy cargada políticamente hablando. Automático me di cuenta de que ella, además de artista artista, era maestra, porque el aura se le ponía blanca impecable a la altura de los zapatos y en la zona del sobaco, así que entré en confianza haciendo miga-comunión instantáneamente.
Le conté la historia completa de mi prima la tricéfala, y le expliqué que mi madre decapitaba santos porque no le cumplían, y que los amenazaba con la decapitación porque era la única manera de tratar con los que no le cumplían, a fuerza de pura amenaza.
Ella, por su parte, me confesó que había andado por mis pagos ayudando a los campesinos que estaban tan fuertes que todavía soñaba con ellos cada vez que disponía de un ratito libre para hacerlo y la conexión fue tan, pero tan profunda que entramos en una charla de borrachas que hubiera durado una eternidad si no fuera porque me puse de espaldas y vi los cristales idénticos, igualitos a los que había tenido en la mente toda la santa siesta con la Tormenta y el grupo Amuleto pero en tamaño testículos de King Kong. 

Le confesé que quería ser artista y ella me explicó, muy buena onda, pedagogía diez puntos, que primero tendría que aprender a combinar el color de la sombra de ojo y ya me estaba arreglando con un pincelito que sacó de quien sabe dónde. Una maga.

Me morí muerta, le saqué una foto, el teléfono, la dirección, la patente y sabía de antemano, tipo presentimiento, que entre las dos nacía una relación profunda, muy eterna, hasta las tetas de profesoralumna, discípula masterpower.

Me dan ganas de lamerlo, le digo lo primero que me sale mirando el cuadro con textura de pirulín y ella me dice ¡lamelas, a ver si otra gente se anima! Y yo obediente, porque a esa altura ya sabía que estaba delante de una maestra maestra, me puse a lamer el cuadro de la nutria de izquierda a derecha, de arriba abajo, que me parecía como estar lamiendo el mismo sueño que me había interrumpido el Sapo santiagüeño unos minutos atrás en el tiempo. ¿De qué material están hechas?,  le preguntaba yo apenas me recomponía entre lengüetazos, pero ella prefirió guardarse ese único secreto para ella misma, amén de mi insistencia.
Después de chuparme la totalidad de la superficie completa quedé mucho más calmada de mandíbula pero  las dos chicas que estaban al lado de mí se pusieron a darle como locas, primero a esa obra, pero después empezaron a atacar también las otras, ya mirando de reojo lo que se les venía por delante, que cada cuadro medía 2 metros por 2 metros con 50, sin contar los 15 objetos y las veintipico porcelanas de la entrada.
De pronto me di cuenta de que se estaba armando cola para lamer las obras de la pared de enfrente, donde un grupo de vivas ya se colaban haciéndose las que eran amigas o alumnas, con toda la jeta y desde la piecita de al lado, -la curandera Fer Laguna había partido la sala en dos, con una mini puerta en el medio- ya estaban haciendo no se qué, porque no se veía pero se escuchaban gritos y carcajadas de fiesta a lo grande.
Sonido a lluvia dorada, voces de varones gritando como campesinas y aleteos de ángeles, todos desatendidos y entonces aprovecho un descuido para hacer lo que tengo que hacer y voy abriéndome paso que no me da tiempo para despedirme ni del Sapo, ni de la artista, ni de nadie y lo último que veo al irme son las alas del ángel de la primera habitación todas chorreadas como de guascazos en la terminación y digo para mí, esto es arte, carajo, al borde de la lágrima, pero me contengo y me siento unida a la artista como si fuera una prima astral y carismática. Y juro por Dios y por la Pomba que me habría quedado a lamerle toda la pared de la entrada, como estaban haciendo las cuarentonas, pero me tuve que controlar no sea que a alguien se le ocurriera dar el grito de alarma y detenerme en plena operación así que ya iba caminando por la calle, disimuladamente, a toda velocidad, con la obra más pequeña, la más linda, la menos turquesa que apretaba como loca en el fondo de la cartera, completamente conectada con el universo y con la historia del arte, sin mirar para atrás. Al fin protegida de la mala energía y de la política, pensé para mí,  toda transformada, mientras me empezaban a brotar lágrimas azules, enormes, como piedra preciosa simil zafiro que parecían de granizo y me cubrían poco a poco la totalidad  del cuerpo. ¡Aleluya Maestra!







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Alejandro López. Nací en Goya, Corrientes en el siglo pasado. Coordino talleres literarios desde 2006 y soy agente del Centro de Investigaciones Artísticas (CIA). Publiqué La asesina de Lady Di, Keres cojer=guan tu fak?, la obra de teatro Cuentos Putos que se estrenó en el Rojas en 2008 y escribí algunos guiones de películas y capítulos de series de TV. Expuse mis trabajos visuales en 22 T (galería efímera), CIA, los baños de Il Ballo del Mattone, el Centro Cultural Recoleta , Cobra y Escarlata. Filmé Los bichos bolita, Erektiönnen y los videos que acompañan mi segunda novela. Tengo una página web en construcción: lopezalejandro.com.ar 

 

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