|
No me gusta mucho confesarlo, pero es la verdad. Hace poco me dijeron que actuaba como bifurcado, tironeado entre síes y noes autogenerados, negando lo propuesto por mí mismo segundos antes. Ya cuando era adolescente me tildaron de maniqueísta, una vez. Y corrí a buscarlo en el diccionario, dado que Google era todavía un sueño impensable.
Debe ser sagitario, pienso, y a ver donde aparece una tana Fierro que me boludee de arriba abajo. Pero es que los sagitarianos somos extremistas, qué va. Debo reconocerlo. Basta que nos vean las patas equinas ancladas en el suelo y a continuación nuestro arco con la flecha apuntando hacia el cielo para comprenderlo: somos irredimiblemente terrenales, pero apuntamos a lo supra. Esa condición antitética me rige y es, a veces, contra lo que lucho. O a lo que me entrego sin renuencias, dependiendo del caso. En el transcurso del mismo día, incluso. Es que a veces los factores externos empujan… y cómo.
En este caso los extremos tienen que ver con el arte contemporáneo. Con tres muestras. Y los polos opuestos son la tragedia y el humor. De lo dramático a lo risueño. De la sordidez más explícita a la más implícita, porque, a no dudarlo, en un punto ambos extremos se cruzan. Somos up and down, miseria y gloria, luz y oscuridad. Todo al mismo tiempo. Los griegos clásicos representaban al “espejo de la Vida” que es el teatro, con los archiconocidos mascarones, como símbolo innegable de lo binario de nuestra condición.
Ahora: ¿es el arte más arte por generar angustia, desazón, repulsión? ¿Y lo es menos por ser colorido, brillante e irónicamente kitsch?
La pregunta, fuertemente anclada entre la retórica y la pelotudez absoluta, sigue, sin embargo, sin poder ofrecer una sola respuesta que quede como válida.
Pero vamos a los bifes.
El humor en el arte. En estos últimos días, algunas obras en algunas galerías porteñas ofrecen lo gracioso, grotesco o delirante como disparador.
Un extraño predicador con barba de homeless golpea el libro que lleva en la mano y del cual extrae la verdad iluminada con la que exhorta a la gente en la calle. A cada golpe –abracadabra- una llamarada se materializa muy próxima, incinerando a algún seguro pecador. Golpe y fuego se suceden por milagro y bien sincronizados. Finalmente, la misma llama purificadora lo devora a él y su barba profética, quedando incólume solamente, sobre la calle adoquinada, el libro admonitor, fuente de tanta sabiduría punitoria. Se sabe: quien esté libre de culpa…
Esta situación delirante, registro algo forzado a ficción, es el video con el que Federico Lamas participa de la muestra Extrañas Topografías, curada por Rodrigo Alonso en la galería Dacil. Si bien el relato de la muestra va por otro andarivel, el humor es el núcleo de esta obra. Y la sensación de extrañeza, claro, pero el aire general es surrealistamente divertido. Algo bastante presente en la producción de este artista en general. El mismo título de la obra, Vete al diablo, resulta un juego, un guiño al mundo cartoon, donde, se sabe, reinan por igual la risa y la crueldad.
En la galería Del Infinito, como en un último reducto de resistencia de aquel pizza con champán de los ´90, Benito Laren hace del Pop más irreverente, más fatuo y más glittered, su carta de pertenencia al mundo del arte. Casino es el nombre de la muestra, y todo apunta a destacar el oropel del nouveau riche, enriquecido, tal vez, en el mismísimo Casino “Espectacularen” de don Benito. Plástico de colores, stickers de brillantina a lo Rojas, un retrato de Michael Jackson o Donald Trump representado como una especie de “Riverito” propiciatorio de la fortuna, juegan al warholismo más acendrado. Sin embargo, el efecto residual deja más sabor a ironía amarga que a autocomplacencia. La misma imagen de Benito durante el opening, enfundado en traje blanco estilo Las Vegas y luciendo joyas y sonrisas como una Giselle Rímolo anterior a la caída, despliega el tono de patetismo justo como para que nos demos cuenta que todo es una gran burla. Debajo del plástico con brillantina no hay nada, piensa uno. Pero tal vez, justamente, es eso lo que Benito quiere señalarnos. Y recordando las sonrisas copa en mano del opening, la duda nos queda incómodamente instalada.
Pero el arte también puede ser cruel de otra manera. Limpia, blanca, violenta. A diferencia de un carnaval pintarrajeado, aquí lo que inquieta no es un truco, o un narcisismo pasatista, sino la tragedia latente. O la sordidez más cruda y visceral.
Sicaria se llama la muestra de Ana Gallardo en Liprandi. En un clima general aséptico y minimal, sin que nada interrumpa la mirada ni la contamine, cuatro obras bastan para dejarte K.O.
Sobre la pared de una de las salas, una puteada parrafal desesperada, insoportablemente larga y torturante, aparece escrita a puro cuchillo. Sí. La leyenda fue hecha a pura incisión con un elemento filoso sobre el muro; agresiva, urgente, tremenda. Mucho más allá del contenido, la obra es estética en sí misma, así estuviera escrita en un idioma incomprensible; los surcos profundos que desnudan la materialidad del muro son bellos pero atroces. Difícil imaginarlos revelando una declaración de amor.
En otra de las salas, una silla cualquiera y una libreta de notas bastan para que lo que podría ser considerada a priori como otra aburrida obra híper conceptual, se convierta en una obra. Basta con sentarse en la silla y leer las dos primeras páginas para otorgarle un status diferente.
Así como podría acusarse a Laren de hedonista y superficial, podría acusársela a Gallardo de efectista y golpe bajera. Pero no. La muestra de Gallardo en Liprandi tiene la contundencia de lo que sale al mundo por voluntad propia, sin cálculos aparentes. No es obra de género, aleccionadora. Es íntima e individual. Aunque yace un sustrato feminista, sin dudas. Pero uno tiene que hacer todo el esfuerzo por adivinar el fondo, qué es lo que ocurre más allá de la violencia y la fealdad evidentes. Todo bordea el límite: hay puteadas pero al final una frase de cariño; adivinamos manos que acarician la vejez más triste y desvalida, asoma la duda de un incesto, pero todos son aportes propios del espectador. La muestra transita lo siniestro, el lado humano más oscuro, pero guarda la distancia suficiente para auto redimirse… o será que después de los glitters del Casino Espectacularen, sentía un poco de culpa por tanto hedonismo burbujeante y efímero, como el champán del convite.
Vete al diablo, Federico Lamas: https://vimeo.com/19762473
Extrañas Topografías puede verse en Dacil Art Gallery, Soria 5125, Buenos Aires, de lunes a viernes de 13 a 19hs y los sábados con cita previa.
Casino Laren puede verse en Delinfinitoarte, Quintana 325 PB, Buenos Aires, de lunes a viernes de 11 a 20hs y los sábados con cita previa.
Sicaria puede verse en Ignacio Liprandi Arte Contemporáneo, Avenida de Mayo 1480 3ro. Izquierda, Buenos Aires, de lunes a viernes de 11 a 20hs y los sábados con cita previa.
|
|
|