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En el principio, la imagen irrumpió desde la oscuridad y el miedo más profundos. El fantasma de la angustia primordial la arrastró a la superficie arañando a ciegas; hurgaba en busca de espejos y souvenirs capaces de mitigar la caída final. “El nacimiento de la imagen está unido desde el principio a la muerte…”, decía Regis Debray. Y también decía: “…nosotros oponemos a la descomposición de la muerte la recomposición por la imagen.” ¿Podría ser este el grado 0 de la apropiación a través de la imagen?
En el relato del origen mítico del arte aparecía ya una luz débil. La plástica, a partir de ahí, empezaría a ser terror domesticado. El cuadro era así: la joven Dibutades y su amado están en un interior en penumbras y en silencio. Él, de pronto, le debe haber dicho algo parecido a esto: tómalo con calma,
la cosa es así,
ya se hace de noche,
me tengo que ir… Dibutades se desesperó, e impetuosamente, ante la pequeña llama de una vela, dibujó a toda velocidad sobre la pared los contornos de la sombra proyectada por su amado antes de que se esfumara para siempre. Un acto súbito de apropiación, en el que la llama logró transfigurar la imagen real en algo esencial: una sombra capaz de contener en sí una esencia preciada. Tal vez, el pensamiento repentino de Dibutades fue: ya no te pienso esperar por siempre, porque el mercurio lo tengo aquí... Transmutación alquímica de la sombra como el mercurio, ese espejo líquido usado para lograr la piedra filosofal: una sustancia con propiedades extraordinarias, y con la capacidad adicional de materializar un elixir para la inmortalidad.
La aparición casual y fantasmática de los vapores de mercurio lograron hacer visible la imagen en el daguerrotipo, primer procedimiento fotográfico. Tal vez le impregnarían a la imagen fotográfica, ya desde el comienzo, sus efectos neurotóxicos imperceptibles, que fueron causa de la locura del sombrerero loco de Alicia en el país de las maravillas y de la muerte de Isaac Newton. El dandy Daguerre, primer gran conductor de los destinos de la imagen, también se intoxicaba, pero les ganó la carrera a todos los que, a un mismo tiempo, ardían en deseos de retener las imágenes proyectadas en la camera oscura. Manipulador nato de la ilusión y el entretenimiento había inventado, también, el Diorama: un amplio decorado de varios planos translúcidos en general pintados con paisajes. La manipulación de la luz era fundamental para lograr el espejismo, conseguía dar la impresión de perspectiva y profundidad; un escenario giratorio completaba la maquinaria. Y Daguerre fue por más, en 1842 se apropia de un espacio sagrado. Convierte la iglesia de Bry-Sur-Marne, su pequeña ciudad natal, en un lugar para el espectáculo. En el coro, lugar sacro si los hay, destinado al clero para cantar los oficios divinos, elimina todas las imágenes sacras y hace taladrar la pared semicircular para añadir un pequeño edificio. Instala allí un Diorama que lograba engañar al visitante, haciéndole creer que el fondo de la modesta iglesia, se prolongaba sobre una exuberante y extensa nave gótica.
Ahí estaba el daguerrotipo, en el cruce entre ciencia, romanticismo, espectáculos de fantasmagoría y gabinetes de maravillas. También llamado el espejo con memoria, era una reliquia en su cajita. Frágil, único e irrepetible, fue el espejo y el souvenir para todos. Ya nadie pudo decir no sé lo que es París…
El espejo y la lámpara es el espléndido título de un libro de M. H. Abrams que nombra dos metáforas contrapuestas de la mente. El espejo, la compara con un reflector de objetos externos, un escudo de Perseo que paraliza en el tiempo a la Medusa; la lámpara, la hace comparable a un proyector resplandeciente que añade algo a los objetos que percibe. El espejo es nitidez, copia reflejada de la naturaleza, mímesis. La lámpara no refleja, ilumina para proyectar las visiones del mundo. Fueron los artistas románticos quienes conquistaron primero la lámpara, y así consiguieron emitir sus propios destellos.
Pasó el tiempo y el paradigma de la lámpara se impuso. Ya la luz llegaba definitivamente irradiada desde la cabeza de Marcel Duchamp, el gran faro del arte contemporáneo, cerró los ojos y conjuró al espejo y al souvenir. Ni representación ni recuerdo, sustracción y conquista… una canción sin amor, sin dolor. La canción sin fin que signaría definitivamente todo lo por venir.
Arthur Danto veía como un período oscuro y clave para entender la irrupción del arte contemporáneo a la década del setenta. Todo estaba permitido, los artistas podían funcionar a piacere como espejo y como lámpara, y aún barajar ambos y confundir a todos. Mike Bidlo y Sherrie Levine se apropiaron sin tapujos de imágenes emblemáticas que ya eran espejos reconocibles en los que mirarse, que tenían “significado e identidad establecidos”, decía Danto. Las reprodujeron escrupulosamente originando otros espejos, más oscuros y con algunas aberraciones, que obligaron al espectador a encender a pleno sus propios faroles. Cualquier cosa podía ya ser obra de arte, incluso lo visual se apagaba, desaparecía, decía Danto, “era muy poco relevante para la esencia del arte…”
Pero, se sabe, el universo visual siguió su propia vía de expansión. José Luis Brea hablaba de Arte versus Cultura Visual, de la ubicuidad de “las imágenes producidas en tanto que resultado de una actividad no restringida ya en exclusiva al trabajo de expertos…”
Ahora, más allá todavía de la era de lo visual que había marcado Debray como la última de las edades de la mirada, Instagram es el nuevo hit, es una telaraña social etérea de imágenes tomadas con teléfonos celulares, y que congrega a más de cien millones de fans. Una especie de gran mosaico veneciano virtual en el que sus partes, desincrustadas, flotan inmateriales. Una nueva fantasmagoría. “Llegas a descubrir casi sin querer a ese artista que llevas dentro”, leí. La pantalla de cristal líquido se convierte en algo maravilloso, una lámpara manipulable que concede más de tres deseos con un solo touch; “embellece todo fácilmente”, oí decir. Chipi chipi, bombón. Filtros, marcos, y colores retro y vintage pueden agregarse a la imagen retenida para suspenderla de la nube instantáneamente. ¡Oh añoranza de Polaroid y Kodak Fiesta!
“Imagen es hija de la Nostalgia”, decía Debray.
Viviana Saavedra: Es profesora adjunta a cargo en la cátedra de Crítica de Arte en USAL, y profesora adjunta de Estética en UMSA. Es docente especializada en ciegos.
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