Sobre PARASITiO de Julián León Camargo
por Guido Ignatti
 
ph: Felipe Romero    
 

La obra está compuesta por cuatro pares de tablones de madera que construyen un tapiado ubicado en el centro del espacio que lo obstaculiza todo. La galería está cerrada al público, por lo que tampoco es posible el ingreso. La instalación solamente se puede observar a través de la vidriera. Entre las hendijas de los tablones de madera la luz fluorescente se abre paso y sugiere algún tipo de fenómeno en el interior del tapiado. Y si ese fenómeno es posible, será un misterio para quien se pregunte qué es lo que pasa.

Nuestra atención inevitablemente cae y recae sobre lo que nos resulta afín. La empatía se manifiesta en la semejanza que se encuentra en lo otro.
Elegimos lo que elegimos y nos gusta lo que nos gusta porque de algún modo ese acto nos encarna en algo que excede el plano en el que nos manifestamos como individuos. Nos proyecta y expande. Nos inserta en los otros, y los otros son ese vasto mundo que por momentos se torna inabordable pero que así se lo puede parasitar. En ese “algo” nos sentimos parte del “todo” y a veces sirve para entender el patrón de conducta que nos rige, el que dicta el estilo de vida que intentamos o guía nuestros simples intereses. Pero el gusto, tal como la facultad de apreciar lo bello o lo feo -así como lo interesante o lo aburrido- tiene una conducta indómita anclada en la propia voluntad y el deseo. No hay objetividad en el gusto.

Si constantemente elegimos en lo otro lo que habla de uno, las formas materiales ofician un punto de conexión entre los extremos. Nos atraen las imágenes que devuelven los objetos, con nuestras elecciones y deseos enmascarados en ellos. El reflejo que muestra la obra de arte, el que promete el espejo, es subjetivo. Una suerte de autoengaño en la libre interpretación. Es uno pronunciándose en lo ajeno. Una teoría del gusto fundada en el propio ego. O, en palabras David Hume, allá por el ilustrísimo siglo XVIII que fue puente entre la contemporaneidad y el modernismo, “la belleza no está en las cualidades que poseen las cosas sino en la delicadeza del gusto de quien las contempla”.

Será por esto que la obra de Julián León Camargo en Fiebre resulta tan interesante para mí. La encuentro afín. Por un lado, compartimos la metodología y los sistemas de arribe a la obra. Por el otro, me seduce con lo que propone sobre este asunto del gusto. Anula la contemplación de eso que él mismo propone metafóricamente. Destruye de algún modo la posibilidad de la empatía y el contacto con la masa espectadora. Atenta contra las tácticas de atracción. Bloquea lo otro, al otro; un gesto no menor en la era de la complacencia extrema con el deseo ajeno como estrategia para el posicionamiento personal. Porque aunque es legítima la empatía entre el espectador y la obra, no lo es la especulación excesiva mas allá de la relación natural. Porque ese es el riesgo del artista, poder gustar, hacer contacto o no.

“El arte para él, es una creencia, una suerte de fe y como ocurre con la fe “uno nunca puede estar seguro, la seguridad elimina la fe, porque si yo sé no preciso creer”. Dudar del impacto del arte es darle una oportunidad, es creer en sus capacidades. Para el cínico la destrucción de certezas es casi un acto reflejo y así opera en soledad. El escéptico confía en la duda como metodología y en el diálogo como soporte.” Dice Mariana Rodríguez Iglesias en el extensísimo texto que acompaña la obra. Más de 2000 palabras que ayudan a esclarecer el dilema del espectador circunstancial sobre si lo que ve es o no una obra de arte. Recordemos que estamos en el Patio del Liceo donde la atención está condicionada por el ruido de la arquitectura caótica y el cúmulo de información circunstancial. El texto, además, aporta información sobre el contexto de la obra y del artista, una serie de pistas sobre la trayectoria de JLC que sirven de salvavidas. No es que sea urgente ni condición necesaria, aclaro, pero: ¿Qué es lo que hay detrás de esto que estamos viendo? Real y metafóricamente. Uno puede avanzar sin saberlo. La obra no necesita del texto para completarse. De hecho, funciona en tanto motiva el pensamiento y genera los interrogantes adecuados.

La relación entre artista y galería, en la actualidad, está desplazándose de su lugar habitual hacia uno más dinámico. No hay muchos espacios en Buenos Aires que mantengan la estructura tradicional de la galería y son, por supuesto, los de más trayectoria. Los espacios jóvenes se manejan con un tipo de misión que les permite adecuarse mejor al sistema en el que se insertan, tanto en lo contractual como en la gestión, así como también en relación con el espacio físico o las posibilidades de virtualidad y nomadismo. Con un mercado como el local es difícil sostener estructuras estables con costos fijos para las nuevas galerías. Pareciera ser que los proyectos versátiles son los que están destinados a prevalecer. Una estrategia de supervivencia ante los tiempos que corren.

La obra y el artista se adaptan al escenario que propone la galería Fiebre para la exhibición –un espacio inactivo durante 20 días- . Es más, JLC utiliza esta condición como material fundamental de trabajo. Ya que además del sitio específico -la galería como punto de partida- están las condiciones específicas del caso que no son menores al momento de concebir y ejecutar la obra. Partir de una idea de optimización: aprovechar el espacio aún cuando no haya actividad, podría haber resultado en otra obra, en una más del montón. El artista podría volver la galería una simple vidriera cerrada con una obra en exposición, cosa que ya se ha hecho en este lugar. En la línea que viene trabajando JLC -que rompe con la posibilidad anestésica de mostrar piezas de acceso fácil- ese tipo de puesta hubiera resultado en una obra menor y pasiva. Una imagen congelada que opere en lo funcional, que no se advierta que la galería está cerrada, que sus dueños están ausentes. Pero ¿Qué es una galería sin su galerista? No mucho. El espacio pierde significancia. Es lógico que la obra propuesta evada la posibilidad de la obra misma y así potencie la situación impuesta. Son interesantes los materiales de trabajo y las posibilidades semánticas que le dieron: la madera y las luces organizando el espacio, la galería como trasfondo conceptual y las condiciones de exhibición como tema. La obra encierra en sí misma la redundancia necesaria que pone en evidencia lo que está a la vista: Una galería vaciada de sentido momentáneamente. Estamos ante una obra honesta. Sin ser una obra de oposición o de resistencia,  al contrario, no se pregunta por su razón de ser en ese lugar, en esas circunstancias, bajo esas condiciones. Lo hacemos nosotros, los espectadores, nos preguntamos qué sentido tiene todo esto, cuando encontramos nuestro rostro reflejado en el vidrio, contemplando una promesa de sentido ante el vacío.




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PARASITiO de Julián León Camargo. Del 18 de octubre al 8 de noviembre en Fiebre galería. Patio del Liceo, Av. Sta Fe 2729 local 10.

   
     
 
     
  SUMARIO  
Año 3 - Numero 32
Tapa
Editorial + Staff
El arte siempre desmiente lo que está diciendo
Entrevista a Ticio Escobar
por Juan Batalla
     
Producción fotográfica
por Osvaldo Salerno
     
Frente al espejo
Sobre PARASITiO de Julián León Camargo
por Guido Ignatti
     
Fantasmas de la máquina
Cuando los cruces y mediaciones son la obra
por Mariano Soto
     
Citas que valen la pena
Maia Debowicz en Áurea
por Dany Barreto
     
El hombre que siempre estuvo allí
Entrevista a Llyn Foulkes
por Agustina Bullrich
     
La estilización licuada de los conflictos sociales
Cruces entre publicidad, arte y política
por Facundo Abalo
     
Juan Downey
El último romántico
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La degradación de esculturas y monumentos en Buenos Aires
Panorama desolador
por Gustavo Montagna
     
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